Política mediática: más allá del salto de la pauta a la desregulación
Con el hachazo a la Ley de Medios por decreto, el macrismo benefició especialmente al grupo que antes fue el más castigado: Clarín. En contradicción con la prédica buenista del respeto a la república, a partir de ese DNU se eliminaron de un plumazo las restricciones a la propiedad cruzada de televisión por cable y radio y TV abierta; y los actuales licenciatarios de TV y radio ahora podrán pedir la extensión del plazo de licencia por 10 años, sin importar cuándo sea su fecha de vencimiento.
Tras esa decisión se sumaron otras medidas al servicio de los sectores más poderosos del mercado: conceder el negocio del Fútbol para Todos (a precio de súperoferta) a Canal 13, Telefé y América (tras un intenso pataleo de sus dueño, Daniel Vila y José Luis Manzano); aprobar la compra de Nextel por parte de Clarín, lo que le permite al Multimedio de Héctor Magnetto avanzar en el mercado de la telefonía móvil y así brindar así el servicio de triple play (televisión, telefonía e internet); permitir el ingreso a Telecom por parte de uno de los accionistas de Cablevisión y socios de Clarín, David Martínez, algo que incluso infringe un ítem del decreto macrista.
Visto en conjunto, se trata de un intento algo idílico de volver a una escena pre-2008, cuando el debate sobre la influencia de los grandes medios y sus agendas ocultas era todavía un ejercicio de gueto académico. De todas formas, para el Doctor en Ciencias de la Información y docente universitario, Martín Becerra, el macrismo no logrará restaurar las condiciones de regulación previas a las presidencias de Cristina Kirchner, sobre todo por los cambios tecnológicos y la aparición de nuevos intermediarios (como Whatsapp y Netflix) que molestan a los actores tradicionales.
En estos últimos 10 años, la masificación de las redes sociales también sirvió para desacralizar y borrar algunas jerarquías sociales: desanudó moños e hizo tambalear muchas coronitas. En ese aspecto, ante esa transformación más cultural que tecnológica, el macrismo tampoco podrá volver el tiempo atrás.
El cambio de estrategia, sin embargo, no se da en el vacío. No se trata de un mero trueque: antes el kirchnerismo financiaba un contradiscurso (clarinista) vía pauta, y ahora el macrismo facilita la expansión de los medios más grandes, a cambio de garantizarse un trato amable. Ese cambio de política existe, pero además se da en el marco de un salto de época integral.
El gobierno apuesta a un enfriamiento de la política, casi como la contracara de las plazas movilizadas y el tono algo altanero de los simpatizantes de Cristina Kirchner. Así, mientras los kircnheristas ven un déficit en la escuálida presencia y el escaso fervor de los actos públicos de Macri (el de discurso de asunción y el de apertura de sesiones), los macristas perciben total normalidad. La vida privada, con sus goces y bemoles más íntimos, constituye el alma de la ciudadanía a la que apunta el PRO.
Esa filosofía conjuga perfectamente con la política comunicacional por la que apuesta el gobierno, con los medios tradicionales convertidos en leones mansos y oficialistas. La desregulación, entonces, se da en un marco que excede el de los centros Clarín. Lo que tampoco significa que el macrismo vaya a tener éxito, en ninguno de los sentidos, ni el social ni el mediático. Pero al menos le da coherencia a la jugada del gobierno.