De abajo para arriba
Cuando parecía que el clima de ajuste y despidos empezaba a afectar al gobierno, ahí llegó José López revoleando bolsos con dólares en un convento. Su aparición tuvo el timming perfecto para darle aire al macrismo y legitimar su discurso sobre la corrupción K y la pesada herencia. El rol de López en el anterior gobierno, los detalles novelescos y los billetes filmados fueron una piña abrumadora que dejó al kirchnerismo momentáneamente sin aire. En caliente, lo relegó en la discusión sobre qué tribu será la que conduzca al peronismo, de cara a las elecciones legislativas del año próximo. Aunque lo cierto es que nadie tiene la bola de cristal para prever cuál será el desenlace de la interna del PJ.
En sentido inverso, el macrismo aprovechó el Lópezgate para salir de la escena política. Un objetivo nada despreciable, mientras la economía se mantenga congelada y no haya buenas noticias para anunciar. El caso, sin embargo, no le reportó un beneficio equivalente al perjuicio causado al kirchnerismo. No le transfirió confianza y favoritismo social en la misma medida. El uso PRO de la grieta política es eficaz, a condición de que la grieta social sea mantenida a raya. Y los reclamos por los tarifazos empezaron a borronear esos límites partidarios, amenezando con generar un desborde preideológico.
En un panorama de liderazgos opositores en pugna, demanda de representación huérfana, enojada o nostalgiosa (el famoso núcleo duro que exige a la Cristina Kirchner original o nada a cambio), el malestar por la suba de las boletas se abrió paso en soledad. Se impuso, a pesar de cierto ninguneo mediático, por su propio peso y perjuicio en la contabilidad de las Pymes, los comercios y los trabajadores.
Las concentraciones inorgánicas en las plazas y puertas de las distribuidoras de gas se repitieron en las localidades bonaerenses de Morón, Ituzaingó, Castelar, Caseros, Junín y San Martín, en el barrio porteño de Chacarita, en Villa Gesell y la cordobesa Río Cuarto, hasta desembocar en un cacerolazo nacional. En Capital, donde Macri ganó con por el 75% en el balotaje, la protesta se hizo escuchar como el síntoma de una molestia creciente. ¿Los tarifazos son la 125 del PRO? Si bien la comparación puede resultar engañosa, hay un punto en común: en 2008, el kirchnerismo tachaba de oligarcas a los reclamos en contra de la suba de las retenciones agrícolas; y ahora el macrismo atribuye intencionalidad política en movidas que claramente exceden el prejuicio hacia el PRO. En ambos casos se cometió el pecado de subestimación.
Algunos kirchneristas, por su parte, se entusiasmaron con un dato: el primer cacerolazo contra las políticas de Mauricio Macri llegó a los siete meses de su gobierno, mientras la primera protesta nacional anti-K le tocó recién a los cuatro años de gestión. Aunque es estrictamente real, esa estadística pasa por alto el piso de derechos y la facilidad para el pataleo social que legó el ciclo kirchnerista; sumados a la velocidad con que las redes sociales le dan cierto orden a lo inorgánico, en función de un reclamo concreto.
El gobierno anunció ciertas correcciones a sus tarifazos de trazo grueso iniciales, incluso en beneficio del millón de casas más acomodadas (consume 20 veces más gas que las categorías menores y tendrá un aumento en la boleta de gas del 400% como máximo). Pero no piensa replegar sus banderas de ajuste tarifario. Al contrario, Mauricio Macri está más determinado que el ministro Juan José Aranguren a continuar con los aumentos. En esa convicción el presidente se aleja de la comparación incómoda con Fernando de la Rúa, incluso ante los ojos de sus aliados radicales que integraron el gobierno de la Alianza, . “Y eso es positivo”, aclaró por si las dudas un ex sushi, actual funcionario de Cambiemos.