Arrancó la fase defensiva del macrismo
(por Andrés Fidanza) Tras un año de haber salido siempre al ataque, de local y visitante, tanto en Casa Rosada como en el Congreso (con cuatro primeros meses de cambios en fast-forward), ahora al gobierno le toca empezar a cuidar el arco propio. Con la campaña electoral a la vuelta de la esquina, al macrismo ya no le resultará tan fácil imponer su agenda.
Al contrario, deberá barajar la de los planteos de la oposición, como le pasa ahora mismo con el proyecto sobre el Impuesto a las Ganancias que impulsa el massismo. De eso se quejó (y todavía se queja) Emilio Monzó: sumar operadores peronistas y mantener un discurso menos confrontativo (y hasta gorilón) podría haber sido una forma más astuta para enfrentar la etapa de vacas flacas que se viene. Y si bien son varios los funcionarios que comparten la postura de Monzó, aunque lo manifiesten tibiamente o sólo en off, Mauricio Macri ya tomó partido.
En el denominado retiro espiritual de Chapadmalal (una especie de introspección estudiantil y optimista del presidente con su gabinete ampliado), Macri decretó que el rumbo no se toca. Ni el económico, ni el político. “Esto no se trata de amontonar”, concluyó el presidente.
Así, el dúo Marcos Peña-Jaime Durán Barba sigue al mando de la estrategia política-filosófica de Cambiemos, consistente en hablar el lenguaje de los despolitizados y no manchar con peronismo la pureza aria macrista. Pactar con dirigentes sueltos del PJ, tal como propone Monzó, pondría en duda la identidad de Macri ante sus votantes. La opción rosquera de Monzó implicaría que el presidente y su familia dejen de ser tan blancos, tan hermosos y puros, tal como graficó la ex Gran Hermano, Pamela David.
Al igual que Amado Boudou y Sergio Massa, Monzó arrancó en el semillero de la UCeDE, antes de pasar al peronismo. En alguna curva de los primeros noventa, el menemismo vació de sentido la decisión de militar en una fuerza liberal, pero minoritaria en comparación con el PJ. En el salto de la UCeDE al PJ, las carreras y proyectos de los jóvenes liberales recibían mayores impulsos, recursos y chances de morder algún cargo.
Con más de 20 años jugando para el vasto equipo peronista (se puso la camiseta duhaldista, sciolista y narvaecista), Monzó ahora opina que al gobierno le faltan aliados peronistas. Sus candidateados fueron Florencio Randazzo, Julián Domínguez o Gabriel Katopodis. Al margen de los nombres propios, Monzó sostiene que al macrismo le faltan armadores políticos. Desde su mirada, operadores y peronistas se vuelven casi sinónimos. “No todos los peronistas son malos”, aclaró mientras almorzaba por TV, una vez que Mirtha Legrand lo tuvo acorralado a golpe de prejuicios.
En el peña-duranbarbismo creen que Monzó sobreactúa, que habla sólo para la tribuna del sistema político. Y algo de eso hay: con elogios de la oposición, Monzó consiguió ser reelecto con enorme consenso al frente de la Cámara de Diputados. Pero sus planteos exceden el calculito de la rosca parlamentaria. El diputado PRO-peronista pronostica que, de seguir así, Cambiemos perderá la legislativa y atravesará un año legislativo traumático, en el que su trabajo se limitará a atajar los penales de la oposición. ¿Demasiado pesimista? Puede ser. Hace poco más de un año, el macrismo también desoyó el consejo de analistas, consultores, editorialistas, punteros y sindicalistas, y llegó a la presidencia sin la necesidad de acordar con el peronismo. Sus pataleos, aún cuando no se cumplan del todo sus proyecciones agoreras, ya funcionan como síntoma: la etapa ofensiva del macrismo, reinante en los primeros meses de gobierno, se empezó a difuminar.