Donde más le duele al macrismo
(por Andrés Fidanza) El arreglo “abusivo” del Estado con el Correo logró lo que el congelamiento económico no había hecho: poner en crisis la identidad impoluta del macrismo, principal caballito de batalla a la hora de bancar al gobierno. Incluso ante los ojos de la propia base electoral PRO, el acuerdo estatal con la empresa de los Macri desdibujó un poco la imagen que el oficialismo había construido: la de representar la contracara ideológica, pero sobre todo ética, del ciclo kirchnerista. Los cientos de comentarios críticos en las notas sobre el caso, en medios como La Nación (posteos que exceden a los de los opositores usuales), son una prueba de ese malestar inicipiente.
Si bien no parece que el Correo-affaire vaya a ser un punto de inflexión catastrófico en la historia de Cambiemos, este tipo de noticias son las que más dañan su capital: el importante nivel de confianza social que, pese a los despidos y la caída del salario real, el macrismo todavía sostiene.
Salvando las distancias, el escándalo de la Banelco resultó más perjudicial para la Alianza, que la insostenible continuidad del modelo económico menemista. El pago de coimas fue incluso más objetable, tanto en los medios como en la calle, que la ley de flexibilización laboral que se transaba en el Congreso. Fue la corrupción, y no la ideología, lo que habilitó la crítica integral hacia un gobierno gris, conservador, sin firmeza ni ideas.
Cambiemos no es la Alianza. Mauricio Macri no es igual a Fernando de la Rúa. Y el contexto socio económico de 2017 no equivale (afortunadamente) al del 2000. Pero en aquel momento, tras el agotamiento del ciclo menemista, las ganas de creer estiraron el optimismo por abajo. Porque a la postverdad no la inventó el Brexit ni Donald Trump.
Ahora, el gobierno corre un riesgo parecido al de la Alianza: que el arreglo con el Correo, cedido por Carlos Menem al Grupo Macri en 1997, saque del placard al malhumor social acumulado. De ser así, a Cambiemos le podrían llegar todas las facturas juntas.
En 1997, la decisión de comprar el Correo Argentino fue (otro) motivo de discordia entre el padre y el hijo. Mauricio quería. Franco, no. Ante la ola de privatizaciones noventista, Franco no mostró ningún interés en quedarse con el Correo. El actual presidente, en cambio, sí aprobó el ingreso del Grupo a la ex empresa estatal.
Así, el 1 de septiembre del 97, Menem le dio la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos (Encotesa) a la Sociedad Macri en concesión por 30 años. Al poco tiempo, el Grupo dejó de pagar el canon al que obligaba la privatización –con el argumento de incumplimientos estatales del contrato–, se endeudó y echó a unos diez mil trabajadores. El kirchnerismo reestatizó el Correo y Macri, Franco, demandó al Estado.
Ahora, el gobierno firmó un acuerdo con el Correo. Si bien se trata de un pacto plagado de detalles técnicos, sobrevuela la idea (justificada) de que hay un conflicto de intereses en lo aceptado por el macrismo.
Al momento, casi todas las encuestas coinciden: la impresión mayoritaria es que Macri gobierna para los ricos. Esa mirada crítica, sin embargo, no anula la valoración positiva que todavía existe sobre Macri y Cambiemos. Ambos datos conviven tensamente. El hecho de que los ricos pasen a tener nombres propios, como el de Franco Macri, podría empezar a desempatar la ecuación en contra del oficialismo.