(por Andrés Fidanza) El dato confirmado de la ola amarilla no alcanza para dar una respuesta definitiva. ¿Quién ganó? O mejor dicho, ¿cómo se explica el triunfo macrista? Abundan las opciones y las lecturas, hechas un poco a tientas, con mucho de interés y operación disimuladas, en el fragor de una historia transicional ocurriendo en vivo. ¿Se impuso un cambio cultural profundo, un apoyo auto-consciente al ajuste y a las reformas que se vienen, el desencanto con el populismo sistémico o el mero hartazgo hacia una figura intensa como la de Cristina Kirchner? ¿Ganó Jaime Durán Barba con su receta de la simplificación permanente, según la cual los individuos llenan con sus deseos íntimos un discurso vacío y color de rosa? ¿O será Héctor Magnetto el verdadero padre de la victoria, como machacan desde el kirchnerismo, al instalar con éxito una lavado cerebral masivo? ¿Se tratará de un triunfo líquido, en el marco de una democracia de baja intensidad? Una posibilidad que, al hacer hincapié en la volatilidad del electorado, encierra otro potencial cambio de rumbo en el humor social para 2019.
Nadie lo sabe con certeza. Las interpretaciones de la realidad compiten a los codazos, exagerando su propia importancia. Seguramente haya un poco de cada variable dentro de la ensalada sociológica que sostiene el aval de más del 40% hacia Cambiemos, incluida la generala macrista en las cinco provincias más grandes de la Argentina.
Lo cierto es que el macrismo dejó de ser un accidente de la historia para articularse en tiempo récord como un partido con un liderazgo definido (y hasta dos alternativos), despliegue territorial y capacidad para gobernar. Y algo más: después de atravesar cómodamente el plebiscito de medio término, Macri intentará ir por la reelección en 2019.
Así, más que el fin del kirchnerismo, esta legislativa debería marcar el fin de la subestimación kirchnerista al PRO. Porque si bien Elisa Carrió arrasó en Capital, tanto Macri como Horacio Rodríguez Larreta son quienes capitalizarán mejor que ella el 51% en términos de estructura, acumulación de poder, proyectos personales y mayorías legislativas. La entrada de la derecha al juego democrático convirtió al partido de Macri en un fenómeno cultural.
El apoyo electoral, sin embargo, no es sinónimo de fidelidad social. Sobre todo tras una legislativa en la que se votó más bajo el ánimo de la esperanza que del agradecimiento por los resultados (económicos) obtenidos.
Ante ese panorama, quizás la derrota de Cristina Kirchner le sirve al peronismo para apurar un intento de unidad. "La Argentina no tiene que tenerle miedo a las reformas, porque representa la posibilidad de crecer", anticipó el presidente desde el salón Blanco de Casa Rosada. Sea gradualista o estructural, su ensayo de Moncloa le podría facilitar al peronismo un aglutinamiento por izquierda. Paradojalmente, el plan macrista es lo único que empuja hacia una construcción de puentes opositores por ahora inexistentes.