Oposición: tres peronismos en pugna
Después de la derrota por penales contra el macrismo, todos los ninguneados del PJ creyeron que llegaba la hora de la reivindicación. El ascenso de Mauricio Macri marcaba el momento de la normalización del peronismo, tras una intervención kirchnerista que se había estirado por demasiado tiempo.
Así, la contracara optimista de la derrota electoral era que se acababa el disciplinamiento estatal desde arriba hacia abajo y por orden de la jefa. Según esa mirada, el cristinismo se convertiría casi naturalmente en un progresismo apenas ampliado, un partido más orientado a la nostalgia que a la ambición de poder a futuro.
Ese riesgo, de todas formas, todavía está latente. La posibilidad de limitarse a un papel testimonial se manifiesta en ese discurso kirchnerista que por momentos es demasiado folclórico, demasiado pasado de rosca y enguetado.
Ya lejos de facilidades materiales del Estado, la sobrevida que encontró el cristinismo se basa en un dato hoy constatado por las encuestas: a lo largo de su tránsito por el poder, el kirchnerismo se convirtió en un hecho cultural. Pese a sus problemas comunicacionales y sus dificultadas para renovar su staff de líderes, ese es su principal capital político. Y a su vez es su mayor garantía para mantener protagonismo en el paisaje político.
Así lo marca un interesantísimo sondeo nacional hecho por la consultora Ibarómetro. Según la investigación realizada los días 10, 11 y 12 de febrero sobre una base de 1.200 casos, un 32% de la sociedad se siente cercano al PRO, y un 27,6% se ubica dentro del Frente para la Victoria. En tercer puesto, un 13,1% de la población siente afinidad por el Frente Renovador de Sergio Massa, bastante lejos del 4,8% radical, el 3% peronista no K y el 1,4% de la Coalición Cívica de Elisa Carrió.
En la misma línea, la encuesta de la consultora dirigida por Ignacio Ramírez muestra que Cristina Fernández de Kirchner es vista como la principal referente del espacio opositor por el 44,4% de los consultados, seguida por Sergio Massa con el 20,8%. Más abajo aparecen Daniel Scioli con el 9,0%; Juan Manuel Urtubey con el 2,2%; Margarita Stolbizer con el 2,1% y Juan Manuel De la Sota con el 1,7%.
Macrismo y kirchnerismo, entonces, se consolidan como lenguajes políticos antagónicos y bien contemporáneos. Así, si la vuelta de la democracia asentó un sistema bipartidista PJ-UCR, y la crisis del 2001 derivó en unos 15 años de hegemonía peronista, el nuevo panorama sugiere que hay dos camisetas predominantes: la macrista y la kirchnerista. Pero lejos del bipartidismo cerrado de los ochenta y noventa, cada una de estas dos identidades representa sólo a un tercio de la sociedad.
El tercio restante se muestra más astillado, con excepción del perseverante núcleo massista. A caballo de su propia audacia, Sergio Massa intenta hacerse paso en esta Argentina polarizada. Y no le va del todo mal: en las elecciones presidenciales consiguió retener los votos de su contrincante de la interna, José Manuel de la Sota, y quedó tercero con un 21%. Y desde ese momento ensaya un equilibrio delicado entre cercanía gestual a Macri y críticas a su política económica.
Con esa estrategia de la tercera posición, el massismo no termina de desplazar a los dos actores más importantes (macrismo y kirchnerismo), pero tampoco desaparece ni se diluye. Massa aguanta a la sombra del poder, autopostulado como un plan B peronista, pero más pillo y eficaz que el actual presidente.
Ante esa persistencia del Frente Renovador, el peronismo no kirchnerista ni massista (encarnado principalmente por el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y el diputado Diego Bossio) queda relegado a un lejano cuarto lugar. Y lo más grave para su subsistencia: no queda claro cuál sería su electorado potencial.
Por fuera del reunionismo, la conspiración y las operaciones mediáticas, hay un punto en el que a la oferta política también la determina la demanda. En esa instancia, cuando la política se vuelve una disputa casi física por los espacios de representación, esa tercera versión del PJ no parece encontrar la clientela que le permita pegar saltar hacia la emancipación.