Con las mejores intenciones

“¿Si me gusta Macri? Sí, creo que está encaminado a que el Gobierno empiece otra vez a crecer. Y más allá de los gustos, yo lo he votado la última vez y estoy convencido de que verdad quiere hacer. No le será fácil, por lo que leo y escucho”, afirmó el nuevo DT de la selección, Edgardo “Patón” Bauza, ante la consulta por su evaluación del macrismo. Si bien fue concejal del Partido Socialista Auténtico (el sector de Guillermo Estévez Boero), el Patón afirma estar entusiasmado con la voluntad de “hacer” de Macri. Se trata de una postura algo genérica, más voluntarista que racional y en la que no abundan los argumentos finos o los detalles técnicos.

Al contrario, cuando el DT santafecino se pone a ahondar en detalles, ahí surgen las primeras críticas (casi indeseadas) contra el gobierno: “Yo leí las explicaciones y todo lo demás, pero al dueño de la casa le llega el gas y no tiene plata para pagarlo”, comentó sobre los tarifazos.

Con 58 años, nacido en el pueblito Coronel Baigorria, hijo de laburantes que se compraron una casa gracias a un crédito hipotecario a 30 años, las ganas de creer de Bauza no constituyen un hecho aislado. Existen miles de personas que, sin ser fans macristas, mantienen el crédito abierto hacia el presidente, pese al clima de ajuste y parálisis económica.

Para los que viven al margen de la grieta (un sector social sub-representado en el frenetismo y la especulación de los medios), la confianza es un estado de ánimo comprensible y muy difundido, ya sea en base a sofisticados criterios macroeconómicos, a cierto hartazgo del ciclo kirchnerista o al simple deseo de que “las cosas” vayan bien para todos.

El macrismo, por su parte, alienta ese espíritu, al machacar con la imagen de un Macri desinteresado y ajeno al submundo corrompido de los políticos. Con la vida resuelta y mucho para perder, según ese relato, Macri optó por meterse en en los asuntos públicos con el único objetivo dar una mano. Esa percepción, despojada de todo contexto, ideología y análisis socio-económico, constituye uno de los mayores capitales políticos del gobierno: sobre todo, en los sectores que cuentan más espalda para aguantar la crisis. En el largo plazo, ese corte podría profundizarse, al punto de generar una polarización de clases más marcada en la valoración del macrismo.

A partir de ese planteo y de esa auto-descripción, el oficialismo debería merecer solamente credibilidad, aún ante medidas polémicas o discrecionales, como el manejo de datos de la Anses por parte de la Secretaría de Comunicación Pública o el secretismo impuesto en la Agencia Federal de Inteligencia.

En la última reunión de gabinete ampliado, Marcos Peña le puso cifras estadísticas a ese fenómeno: el jefe de gabinete explicó que, según el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG), hecho por la Universidad Torcuato Di Tella en base a una cuestionario de Poliarquía sobre 1200 casos, en julio la confianza en el gobierno creció un 4%. Así, según esa investigación, el macrismo alcanzó el mayor grado de confianza de los últimos 14 años.

Lo que no detalló Peña es que la valoración positiva del oficialismo se basa en aspectos alejados de la realidad cruda de la economía, como la “capacidad para resolver problemas” y la “honestidad de los funcionarios”. Así, si bien la fe en el macrismo alcanza un valor para nada despreciable, esa confianza no se sostiene en la percepción sobre el manejo de la economía y sus derivados, temas siempre definitorios para la suerte de un gobierno. Como contracara, es un error político desdeñar la aptitud que tuvo y tiene el macrismo para construir esa sensación.

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