Seamos honestos, lo demás no importa nada
Así, el autoritarismo, la falta de cintura, la maleabilidad ideológica y hasta la capacidad técnica (o su ausencia) se vuelven rápidamente datos menores frente a su perfil de Eliot Ness macrista. Mayor retirado del Ejército, veterano de Malvinas, ex carapintada y jefe de la Agencia de Control Gubernamental porteña (donde tuvo un papel controvertido, tras el incendio intencional de Iron Mountain y la misteriosa desaparición de su habilitación), la figura de Gómez Centurión no funciona como una metáfora exacta del macrismo. Al contrario, el suspendido director de la Aduana se ganó varios enemigos en el gobierno. Y el PRO a su vez se compone de tantas tribus, que resultan injusto los intento de explicar su ADN desde una sola persona.
Parido al calor del colapso de 2001, el macrismo se sirvió de retazos de agrupaciones tradicionales en crisis. De allí los Cristian Ritondo y los Diego Santilli por el PJ, y los Daniel Angelici y los Martín Ocampo por la UCR (recién varios años después se concretaría la alianza orgánica con el radicalismo). A esos grupos se les agregó un sector clave: el de los que decidieron “meterse en política” provenientes del mundo de las ONG y los thinktanks, por un lado, y del empresariado, por el otro. Ambos seguirían el ejemplo de Mauricio. Dentro de esa variedad, Gómez Centurión es más bien un paria sin demasiadas afinidades internas ni ambiciones políticas, aunque con el aval decisivo de Macri y su mesa chica.
El elogio a Gómez Centurión resume una mirada en alza, tanto en los medios como en la calle (cebados mutuamente), según la cual lo único importante es la honestidad del dirigente. Por algo Elisa Carrió le dio su respaldo, casi sin conocerlo, en una especie de certificación experta sobre la blancura del ex militar. El mismo sello de calidad que Carrió, en contra de sus opiniones previas, le había concedido a Mauricio Macri durante la campaña, en un empujoncito determinante para que ganara la elección.
El mensaje de “seamos honestos, lo demás no importa nada” le sirvió al macrismo para llegar a la presidencia. Macri se aprovechó de la bandera anticorrupción, sin que conectara estrictamente con la centralidad de sus propuestas, más vinculadas a la necesidad de atraer inversiones, bajar el déficit y controlar la inflación. Macri incorporó un planteo que en realidad era pura demanda social. Pero lo cierto es que el PRO, desde su nacimiento hace unos 15 años, nunca fue un partido “honestista” a lo Carrió (no en un sentido despectivo).
Una vez asentado en la Casa Rosada, y tras el revoleo de dólares en el convento bonaerense por parte de José López, el gobierno profundizó ese discurso, al punto de que anticorrupción y antikirchnerismo se le volvieron sinónimos. Sobre todo ante la falta de logros económicos para exhibir. Lejísimos de la lluvia de inversiones prometida, el gobierno todavía mantiene un nivel de confianza nada despreciable, basado en aspectos alejados de la realidad cruda de la economía, como la la “honestidad de los funcionarios”.
Carrió justificó su defensa de Gómez Centurión "en la confianza de que es un hombre honesto”. La honestidad que ofrece Cambiemos todavía no se tradujo en grandes cambios institucionales, ni en planteos novedosos o rupturistas para el sistema político. La vuelta por goteo del stato quo a la ex SIDE es quizás la principal muestra de esa inconsistencia.
Así, la cruzada anticorrupción se trató más bien de la incorporación por parte del macrismo de un planteo que era pura demanda social. Una propuesta que a su vez suele funcionar mejor por la negativa: para ganar elecciones, desde la oposición; y para hacer tiempo, una vez en el gobierno, a la espera de que se entibie la economía.