(por Andrés Fidanza) Mauricio Macri alcanzó la presidencia sin traicionarse a sí mismo. A diferencia de los dirigentes que se reinventaron o le agregaron capas a su identidad (Néstor Kirchner, dándole rango de Estado a la política de derechos humanos; o Carlos Menem, subiendo al peronismo al tren bala del neoliberalismo global), Macri prácticamente no cambió.
Matizó apenas su discurso acerado y patronal: aquel empresario que proponía bajar los “costos salariales” desde el programa de Neustadt se convirtió en un político profesional. Con todas las imposturas atadas a la ambición de pretender ser electo por las mayorías. Pero sus dobleces nunca llegaron a enmascarar por completo su propuesta. Una vez que se calzó la banda, Macri respetó su ADN. La única novedad que incorporó a de su menú ideológico fue haberse patobullricheado.
La designación de La Piba como ministra de Seguridad al principio parecía sólo un guiño a una aliada con perfil alto y sello partidario propio. Una decisión más, tomada dentro del loteo de cargos a las apuradas que realizó el macrismo entre Capital, provincia de Buenos Aires y Nación. La apuesta por Bullrich, sin embargo, se fue consolidando como un pilote de la gestión cambiemita, al punto de que Macri terminó avalando el combo completo de la propuesta bullrichista: apología mínimamente aggiornada de la mano dura, mensaje corporativo hacias las fuerzas de seguridad, y alineamiento automático con la política exterior de los Estados Unidos y sus brazos operativos: DEA, FBI y CIA. Este último punto incluyó reproducir las obsesiones de esa agenda: alerta por los movimientos en la Triple Frontera (Bullrich anticipó un mayor despliegue de la DEA en esa zona) y por la supuesta influencia en Sudamérica del grupo pro iraní Hezbollah. El fiscal Alberto Nisman, con quien Bullrich intercambió fluidamente hasta horas antes de su muerte, ya había señalado a Hezbollah como responsable del atentado a la AMIA. Nisman había puesto la lupa en la pista iraní, a partir de los informes de inteligencia que recibía de parte de la CIA, el FBI y el Mossad.
Pero Macri hizo algo más que haber puesto a Bullrich al frente del ministerio de Seguridad: le permitió autonomía respecto al omnipresente Marcos Peña. Con ese handicap, la ex militante del peronismo revolucionario arrastró al macrismo en bloque hacia la derecha. Y lo hizo en un ítem en el que el macrismo parecía más moderado y de centro.
Así, si bien Sergio Massa y Francisco de Narváez eran los habitués nativos del speech punitivista, Macri lo terminó comprando llave en mano. En los últimos días el presidente defendió obcecadamente a un policía procesado por haber matado por la espalda a un delincuente, presionando a la pasada a jueces y camaristas, mientras su ministra repite las premisas (por lo general falsas) del núcleo manodurista.
Durante su última ronda de reuniones con representantes del FBI, la DEA, la Oficina de Seguridad Interior (Homeland Security) y el Departamento de Estado, Bullrich anunció una suerte de desembarco ampliado de la DEA en la Argentina. Pero lo cierto es que la agencia anti-drogas de Estados Unidos ya tiene más de un pie puesto en el país. El ascenso del tándem Macri-Bullrich entibió un vínculo que se mantenía congelado desde 2011.
Bajo gestión macrista, la DEA multiplicó la cantidad de agentes permanentes que tiene en el país: pasaron de tres a ser unos diez. En la Escuela Nacional de Inteligencia de la AFI, ubicada en Libertad al 1200, los agentes estadounidenses dictan cursos sobre narcotráfico y terrorismo. A pesar de no poder mostrar grandes resultados en su “lucha contra las drogas”, una cruzada iniciada en 1973 de la mano de Richard Nixon, la DEA ya potenció su gravitación local. Así lo dispuso Bullrich, con el apoyo de Macri.
A nivel doméstico, pese al respaldo presidencial, la ministra empezó a perder acompañamiento interno. Sobre todo tras haberle dado carácter de giro doctrinario a su acuerdo de carta blanca con la policía. Un pacto resistente a cualquier tipo de evidencia, incluido el video en el que se veía al policía Chocobar rematar a un ladrón por la espalda. El gobierno de María Eugenia Vidal, en cambio, optó por disentir con bajada de línea corporativa de Bullrich hacia las fuerzas de seguridad. Cerca de la gobernadora interpretan que se trata de un mensaje peligroso y de dudoso resultado.