Lo peor ya pasará
El gobierno no logra salir del loop de una promesa: que lo peor ya pasó. Como antídoto contra la crisis, propone cambios de gabinete y teorías de relanzamiento sin alteración del rumbo.
El gobierno no logra salir del loop de una promesa: que lo peor ya pasó. Como antídoto contra la crisis, propone cambios de gabinete y teorías de relanzamiento sin alteración del rumbo.
“Marcos Peña no dice que el plan del gobierno es el mejor. Dice que es el único”. Por Andrés Fidanza.
(por Andrés Fidanza) Aunque no haya existido llamado, lobby o sugerencia alguna, la buena estrella repentina de Farmacity marca los límites de una ilusión: la independencia plena de poderes. O mejor dicho: la fantasía de que los ex CEOs, empresarios y campeones de las finanzas no arrastren su agenda y su mirada del mundo, una vez que ocupen el poder político. El conflicto de intereses se abre paso, aunque los funcionarios macristas lo eludan, de forma genuina o sobreactuada. Y así se convierte en un sello de agua del ciclo cambiemita. En ese contexto, el ascenso de Farmacity es una metáfora de ese capitalismo serio y moderno, y que aprovecha cada uno de los atajos que se le presentan.
Fundado por el vicejefe de Gabinete Mario Quintana, el tanque farmacéutico (un mini-shopping, en realidad) quedó a un paso de alcanzar dos viejos objetivos: desembarcar en la provincia de Buenos Aires y ganar una pulseada histórica contra los poderosos laboratorios locales (Roemmers a la cabeza, archi-enemigo de Quintana) y contra las farmacias de barrio.
Lo que Quintana no consiguió desde el poder empresario, lo está por lograr a control remoto desde su oficina en Casa Rosada. Mario de Mataderos se jacta de ser el único CEO que se hizo de abajo. Al mando del Grupo Pegasus, fundó y presidió Farmacity. También libró peleas jurídicas para que le habiliten su expansión. En 2010, contrató al estudio Bouzat, Rosenkrantz y Asociados.
El bufete del actual juez de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, lo representó en la cruzada que hace unos meses llegó a la Corte: la supuesta inconstitucionalidad de un artículo de la ley bonaerense, que considera a la actividad farmacéutica como un servicio público. Pero su planteo fue desestimado en primera instancia, después por la cámara y por la Suprema Corte provincial.
Tras ese triple rechazo, ya con Cambiemos en el gobierno, Farmacity presentó un recurso en queja. Así consiguió que la Corte nacional tomara el caso. Días atrás, se anotó otro golcito: la Procuración General, a cargo interinamente de Eduardo Casal, consideró inconstitucional aquella ley provincial. Ese fallo se suma a otra decisión reciente del procurador interino, también favorable para el macrismo: la de correr al fiscal que investigaba el arreglo entre el Estado y el Correo Argentino.
La resolución sobre Farmacity, sin embargo, no es vinculante. La Corte la tomará como una referencia. El caso a su vez le permitirá a Ricardo Lorenzetti recuperar parte del liderazgo perdido. O al menos diluido, tras la asunción de Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti. Ambos supremos, nombrados por Mauricio Macri, se excusaron en la causa a raíz de sus vínculos con la empresa.
Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Elena Highton de Nolasco no tendrán plazos fijos para decidir. El olfato y pulso de Lorenzetti serán decisivos, en el contexto de un vínculo cada vez más zigzagueante entre el gobierno y el presidente de la Corte.
Con pronóstico todavía más favorable, Farmacity acaba de conseguir otro guiño a pedir de sus intereses. Llegó desde la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNDC), dependiente de la Secretaría de Comercio, que la dio la razón en primera instancia a su queja monetaria.
Se trata de un reclamo empezado en 2012 por Quintana. Congelado en tiempos kirchneristas, la CNDC reactivó el año pasado la denuncia por supuestas prácticas discriminatorias entre los laboratorios, las cámaras farmaceúticas y PAMI. Según el planteo, la maniobra apunta a correr a Farmacity del acuerdo de venta de medicamentos con descuento a los afiliados.
El 9 de noviembre pasado, la CNDC decidió imputar a la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), a la Federación Argentina de Cámaras de Farmacias (Facaf) y a la Asociación de Farmacias Mutuales y Sindicales de la República Argentina (AFMySRA), dando por acreditadas las conductas denunciadas. Con un detalle: excluyó del fallo a los laboratorios, que ahora se mantienen en silencio absoluto. En 2013, Quintana le había apuntado directamente a Roemmers, su archienemigo de la industria. “La rentabilidad del sector queda en manos de los laboratorios”, protestó entonces.
El sistema objetado por Farmacity distingue en función de las capacidades, ubicación, publicidad, facturación y volumen de ventas: por ejemplo, una farmacia mediana de Capital se hace cargo del 17% del precio del remedio al afiliado de PAMI, mientras que una chica de una ciudad chaqueña pone alrededor de un 10%. Y las cámaras son las que deciden. Dentro de ese panorama, los locales de Farmacity (no todos: hay más de 60 que ni siquiera accedieron a vender medicamentos vía PAMI) son uno de los que más aportan: más de 22 puntos.
“La Comisión de Defensa de la Competencia no quiere investigar si hubo una conducta anticompetitiva que perjudicó a Farmacity, sino que ya tiene la decisión tomada de sancionar a la COFA a pedido de aquella”, detalla una presentación hecha la semana pasada por COFA. Y a su vez exige la suspensión de ese especie de juicio que se realiza en la CNDC, dependiente del secretario Miguel Braun.
La Confederación objetó que Defensa de la Competencia rechazara gran parte de las pruebas que había pedido. También exigió la recusación de una perito de la CNDC, por supuesto sesgo en favor de Farmacity.
Mientras tanto, tras casi dos años y medio en el poder, Quintana anunció que venderá las acciones que aún tiene de la cadena (alrededor de un 3%). En caso de ganar alguna o ambas peleas, Farmacity multiplicará su valor.
Antes de la puja actual por entrar al territorio de María Eugenia Vidal, Farmacity tuvo que sortear algunas trabas para asentarse en la Capital. Las farmacias objetaban su condición ventajosa de cadena polirubro. Pero en 2014 un decreto del entonces alcalde Mauricio Macri saldó la discusión. Desde ese momento, la empresa fundada por Quintana sigue vendiendo tanto remedios, como artículos de limpieza, golosinas, café y galletas.
(por Andrés Fidanza) Aún cuando busca mantener un inédito perfil bajo, a Cristina Kirchner la hacen opinar desde escuchas difundidas por goteo. Conversaciones políticamente irrelevantes, realizadas directamente por los servicios de inteligencia, y tomadas de una causa en la que la expresidenta ni siquiera figura como investigada. Tal operación, naturalizada por gran parte del sistema mediático y político, revela el carácter escenográfico del discurso republicano.
En la superficie de ese cartón pintado aparece Luis Caputo, con sus argumentaciones técnicas sobre las (supuestas) enormes diferencias que existen entre manejar, dirigir, administrar y ser accionista de una offshore en las islas Caimán. Si bien todas esas variantes redundan en debilitar a los Estados (y en el caso de Caputo, al Estado argentino), el oficialismo despliega sin pudores su distinción técnica.
En el sótano de esa puesta en escena se mueven a piacere los servicios de inteligencia: un submundo plagado de pujas políticas, de negocios, microemprendimientos y pillerías de bajo vuelo. La performance de la modelo Natacha Jaitt, denunciando una amplia red mediática de prostitución y pedofilia, terminó por confirmar que la trastienda del espionaje sigue siendo un hormiguero.
En 2014, la pelea de Cristina Kirchner con la conducción formal de la ex SIDE, encarnada por el mítico Jaime Stiuso, rompió el statu quo. Desde ese momento, las expulsiones masivas de agentes y el cambio de clima político potenciaron la desintegración. El intento cristinista de camporizar la AFI duró poco más de un año. Seis meses después de que Cristina Kirchner abandonara la Rosada, los agentes de la AFI pinchaban online sus charlas telefónicas con Oscar Parrilli, último jefe de la ex SIDE kirchnerista. Y seis meses más tarde, esas escuchas se empezaban a difundir desde ciertos medios.
Por decisión del juez Ariel Lijo, los empleados de la Agencia captaron en vivo las conversaciones de Parrilli, incluidas las charlas con Cristina Fernández: a la fecha, existen 90 CDs con los registros de eso intercambios telefónicos. Lijo podría haber delegado el trabajo en alguna otra fuerza de seguridad, pero optó por la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani. A pesar de que las escuchas dependen de la Corte Suprema (y ya no de la AFI), Lijo pidió en junio de 2016 la colaboración de los agentes y se inclinó por la modalidad urgente del vivo y en directo, en general usada en casos de secuestros extorsivos.
El juez justificó esa decisión por el protagonismo que había tenido la ex SIDE en el inicio de la investigación contra Parrilli y otros tres ex espías. Según la versión de la actual conducción de la Agencia, los jefes macristas dieron con una carpeta que mostraba la complicidad de Parrilli con el narco Ibar Pérez Corradi, entonces prófugo por el triple crimen de General Rodríguez. Ese eslabonado derivó en una suerte de reality show televisivo, aún vigente y protagonizado involuntariamente por Cristina Kirchner. A medida que se volvía más burda y evidente la utilización política de esa jugada, empezó un pase de facturas cruzado sobre quién había sido el responsable de las filtraciones: ¿la Corte, la jefatura de la AFI, alguna tribu o cuentapropista del espionaje? La tolerancia general del establishment político y mediático volvió un ejercicio casi irrelevante el hallazgo de los culpables.
Tras ese escándalo, llegó la presentación de Jaitt, conectada con la AFI por un dato concreto: la vedette asistió al show de Mirtha Legrand acompañada por la periodista de Infobae Ana Polero. La propia Jaitt le agradeció vía tuit el coucheo en vivo para presentación televisiva. Polero aclaró que se trataba de un asesoramiento sobre el vestuario. Pero lo cierto es que la mujer de 66 años trabajó durante un año para la AFI macrista: desde marzo del 2016, a marzo del año pasado (no fueron tres meses, tal como circuló). Polero había entrado a la ex SIDE de la mano del ex director de Inteligencia sobre Delincuencia Económica y Financiera, Eduardo Miragaya. Ex fiscal, en los noventa Miragaya había sido un activo operador judicial del menemismo. A su vez se sumó a la AFI por decisión de Majdalani. Y duró el mismo lapso que Polero. El ingreso y la performance de Miragaya fue motivo de cierta tensión entre Majdalani y Arribas.
En ese río revuelto general, el kirchnerismo busca darle vida y perfil alto a la Comisión Bicameral que controla (debería hacerlo, al menos) a los servicios de inteligencia. En los próximos días se terminará de definir qué senadores y diputados la integrarán: los candidatos de Unidad Ciudadana para sumarse son los diputados Leopoldo Moreau y Rodolfo Tailhade. Prácticamente inactiva durante años, la Bicameral tuvo a la actual segunda de la Agencia Federal de Inteligencia, Silvia Majdalani, como su vicepresidenta entre 2011 y 2015.
Los últimos 35 años democráticos, regados de operaciones de inteligencia hechas desde la informalidad, por agentes retirados, inorgánicos o en actividad, son suficientes para concluir lo evidente: es imprescindible que exista un control externo y real sobre los servicios de inteligencia.
(por Andrés Fidanza) Desde los grupos de wasap, los comentarios de café y los almuerzos familiares, a las mentes de los jueces en Comodoro Py. Los climas sociales se filtran en los fallos y las decisiones del poder judicial. Y los fueros federales son especialmente permeables. Sobre todo para los compuestos por actores que, a diferencia de Claudio Bonadío, evitan convertir su carrera en una cruzada muy en contra o muy a favor de una fuerza política. Es es uno de los motivos que explica el reciente giro: que un sector de la justicia haya tomado cierta distancia de los intereses del gobierno.
En el lapso de los últimos diez días, el oficialismo sufrió una serie de desaires judiciales. El que más lamentó no fue el freno al festival de prisiones preventivos. Tampoco el rebaje en la acusación contra el empresario Cristóbal López, que lo obligó a una especie de sobreactuación de enojo mediático. La decisión más crítica para el macrismo fue tomada por la Corte Suprema: haber puesto en crisis el intento de federalizar por la ventana cinco tribunales ordinarios.
Por iniciativa del Ejecutivo, el Congreso aprobó en diciembre del 2016 la federalización de cinco tribunales orales criminales: jueces dedicados a investigar robos, asesinatos y violaciones pasarían a manejar causas federales. Por ejemplo, corrupción de funcionarios pasados y en funciones. La ley permitía un recurso muy controversial y de constitucionalidad dudosa: saltearse un eslabón del mecanismo constitucional para la designación de jueces. ¿Cuál? Contar con el aval del senado, por dos tercios de los presentes. En adelante, al macrismo le bastaría con su mayoría automática en el Consejo de la Magistratura para completar esas tribunales federales.
Así podría ampliar los tribunales federales de forma exprés y casi a la medida de sus necesidades, licuando el actual poder de Comodoro Py.
El Tribunal Oral Federal 9, el primero de los traspasados, se encaminaba a juzgar a Cristina Kirchner en una suerte de megacausa. Ese TOF quedó conformado en diciembre del año pasado por los jueces Alejandro Noceti Achával, Silvia Mora y Alejandro Becerra. Fueron postulados por el representante del Poder Ejecutivo en el Consejo, Juan Mahiques, quien trabajó con Noceti años atrás. Mora a su vez es la esposa del camarista civil Ricardo Recondo, ex titular de la Asociación de Magistrados y simpatizante oficialista. La mayoría del oficialismo en el Consejo habilitó el ascenso de tales jueces.
La Corte Suprema, sin embargo, le puso un freno a la audaz jugada. Pero antes de que los supremos decretaran su inconstitucionalidad, los propios miembros del TOF 9 habían empezado a titubear. Le habían pedido a la Casación Penal Federal que los confirmara al frente de investigaciones tan sensibles, como la megacausa por lavado de dinero contra Lázaro Báez, el reparto de la obra pública kirchnerista y el presunto encubrimiento del atentado contra la AMIA.
Antes de recibir el apoyo político pedido, la Corte trabó conceptualmente ese camino. A la pasada, ese freno confirmó el carácter zigzagueante de la relación entre Ricardo Lorenzetti y el gobierno.
Previa difusión del fallo de la Corte que tanto molestó a Macri, Ricardo Lorenzetti habló por teléfono con el presidente. Le anticipó de forma algo polite el sentido del fallo que trabaría los planes oficiales de federalizar Comodoro Py, sin la necesidad de pasar por el senado.
Después de esa conversación, se reunió en el palacio de Tribunales con el ministro de Justicia Germán Garavano. Y al día siguiente de esa cita a solas, los cinco jueces de la Corte firmaron un oficio celebrado por el gobierno. Esta vez por unanimidad, los cinco supremos expusieron sus sospechas respecto a la trama que derivó en la liberación de Cristóbal López y el alivio de la denuncia en su contra. El acta de la Corte representa un misil contra los los camaristas Jorge Ballestero y Eduardo Farah, enemigos comunes de Lorenzetti y el oficialismo.
La relación entre el macrismo y el presidente de la Corte no admite lecturas lineales. Así, ante las dificultades y resistencias que ponen en crisis la hoja de ruta oficial, Macri apeló a uno de sus antídotos preferidos: saltearse estructuras políticas; apelar directo al alma de su electorado y un poco más allá. Eso mismo ensayó en sus recientes escraches televisivos a distintos jueces, empezando por los camaristas Jorge Ballesteros y Eduardo Farah.
En adelante, con más de un ojo puesto en ganar apoyo social, el macrismo repetirá la metodología. Desde las redes sociales, un pelotón de cuentas para-oficialistas agita la marcha para el 12 de abril, con la consigna de que #SinJusticiaNoHayRepublica.
Mientras tanto, la elección de Inés Weinberg de Roca para ocupar la Procuración general también resume esa suerte de puenteo a la corporación judicial. De haber querido congraciarse con el peronismo PRO-friendly, y a la vez con un sector de Comodoro Py, Macri debería haber promovido al fiscal ante la Cámara de Casación, Raúl Pleé. Weinberg de Roca es una outsider de la justicia federal, ideológicamente afín al macrismo. Se trata de una nominación a favor de la justicia de diseño cambiemita, en medio de algunas (nuevas) adversidades.
(por Andrés Fidanza) El ascenso de los Rodríguez Varela funciona como una metáfora política y cultural de los tiempos macristas. De la mano del gobierno y del juez Claudio Bonadío, ese (doble) apellido consiguió recuperar vigencia dentro de la familia judicial. Enrique es secretario en el juzgado del hiperactivo Bonadío; y sumó protagonismo en la detención de Claudio Zannini, al tomarle declaración indagatoria. Su hermano Ignacio es mano derecha de un fiscal mediático, fama de sheriff y ganas de convertirse en procurador general de la nación: José María Campagnoli. Tras haber denunciado una larga proscripción por parte del kirchnerismo, Ignacio Rodríguez Varela fue recientemente propuesto por el macrismo para ascender a camarista.
La queja de Ignacio conecta con un dato de su familia: el papá de ambos hermanos es Alberto Rodríguez Varela, ex ministro de Justicia del dictador Jorge Rafael Videla y fiscal de Estado en la provincia de Buenos Aires, cuando Ramón Camps estaba a cargo de la policía Bonaerense. Pese a un pedido de detención en su contra hecho en 2012, Alberto consiguió mantenerse en libertad.
El fallo platense del “Circuito Camps” condenó a prisión perpetua a Jaime Smart, Rodolfo Campos y Miguel Etchecolatz, entre otros. Y afirmaba que Rodríguez Varela había estado en el centro clandestino de detención Puesto Vasco, “entrevistando a personas ilegalmente detenidas y torturadas”. En concreto, sugería que había avalado torturas.
Pero su red de contactos e influencia, construida a lo largo de los años, le ganó al clima de reactivación de juicios por crímenes de lesa humanidad.
Por fuera de la tradición judicial, aunque no del activismo político, existe otra Rodríguez Varela que levantó el perfil en los últimos meses. Hermana de Enrique e Ignacio, Mariana lidera la cruzada de “El Bebito”, un muñeco de plástico con el que milita contra la legalización del derecho al aborto.
Mariana Rodríguez Varela publica algunas de sus opiniones en La Botella al mar, sitio que suele denunciar el “curro de los derechos humanos” y defender a los militares condenados por crímenes de lesa humanidad.
También busca prohibir la interrupción de embarazos producidos por una violación o que pongan en riesgo la vida de la mujer, tal como permite el Código Penal.
Así se lo rogó a Mauricio Macri desde la puerta de Los Abrojos, la quinta del presidente. "Nuestro Presidente, acá desde tu casa. Te pedimos el fin de protocolo de aborto", exigió por video.
Su campaña a su vez encierra cierta decepción con Mauricio Macri, quien ensayó una jugada riesgosa respecto al debate sobre el aborto. Al calor de la militancia feminista (el movimiento más vital y rupturista de los últimos años) el presidente habilitó entre sus legisladores la apertura del debate sobre la interrupción del embarazo. Pese a esa decisión, y con argumentos a veces parecidos a los de Mariana Rodríguez Varela, la primerísima línea cambiemita rechaza tal posibilidad. Tanto Macri, como Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Gabriela Michetti adelantaron su “defensa de la vida”. Así, el oficialismo alienta indirectamente una iniciativa en la que no cree. Y al mismo tiempo le comunica sus base que la repudia.
¿Maquiavelismo puro? ¿Una mera cortina de humo para tapar el fracaso en el control de la inflación, para ganar tiempo ante las demoradísima lluvia de inversiones? No hay una respuesta única ni concluyente al respecto. Y Jaime Durán Barba, muy a su pesar, tampoco monopoliza a piacere el pulso social y las agendas mediáticas. Pero lo cierto es que el gobierno busca sin disimulo cortar con su mala racha política, iniciada con el debate y la sanción de la reforma en el cálculo previsional. El ajuste en las jubilaciones puso en crisis la inmunidad de Cambiemos.
El discurso manodurista y las iniciativas con tufillo xenófobo fueron otros lances orientados a sumar consenso a bajo costo. Ambas propuestas representan la tabla del uno de cierta demagogia que atraviesa todo tipo de clases e ideologías. El gobierno se pegó a esos dos ítems, justo cuando en las canchas se empezaba a viralizar un insulto directo contra Macri. El MMLPQTP jaquea los pilotes desde los que Macri construyó masividad. Quizás su único rasgo popular: el fútbol.
(por Andrés Fidanza) Mauricio Macri alcanzó la presidencia sin traicionarse a sí mismo. A diferencia de los dirigentes que se reinventaron o le agregaron capas a su identidad (Néstor Kirchner, dándole rango de Estado a la política de derechos humanos; o Carlos Menem, subiendo al peronismo al tren bala del neoliberalismo global), Macri prácticamente no cambió.
Matizó apenas su discurso acerado y patronal: aquel empresario que proponía bajar los “costos salariales” desde el programa de Neustadt se convirtió en un político profesional. Con todas las imposturas atadas a la ambición de pretender ser electo por las mayorías. Pero sus dobleces nunca llegaron a enmascarar por completo su propuesta. Una vez que se calzó la banda, Macri respetó su ADN. La única novedad que incorporó a de su menú ideológico fue haberse patobullricheado.
La designación de La Piba como ministra de Seguridad al principio parecía sólo un guiño a una aliada con perfil alto y sello partidario propio. Una decisión más, tomada dentro del loteo de cargos a las apuradas que realizó el macrismo entre Capital, provincia de Buenos Aires y Nación. La apuesta por Bullrich, sin embargo, se fue consolidando como un pilote de la gestión cambiemita, al punto de que Macri terminó avalando el combo completo de la propuesta bullrichista: apología mínimamente aggiornada de la mano dura, mensaje corporativo hacias las fuerzas de seguridad, y alineamiento automático con la política exterior de los Estados Unidos y sus brazos operativos: DEA, FBI y CIA. Este último punto incluyó reproducir las obsesiones de esa agenda: alerta por los movimientos en la Triple Frontera (Bullrich anticipó un mayor despliegue de la DEA en esa zona) y por la supuesta influencia en Sudamérica del grupo pro iraní Hezbollah. El fiscal Alberto Nisman, con quien Bullrich intercambió fluidamente hasta horas antes de su muerte, ya había señalado a Hezbollah como responsable del atentado a la AMIA. Nisman había puesto la lupa en la pista iraní, a partir de los informes de inteligencia que recibía de parte de la CIA, el FBI y el Mossad.
Pero Macri hizo algo más que haber puesto a Bullrich al frente del ministerio de Seguridad: le permitió autonomía respecto al omnipresente Marcos Peña. Con ese handicap, la ex militante del peronismo revolucionario arrastró al macrismo en bloque hacia la derecha. Y lo hizo en un ítem en el que el macrismo parecía más moderado y de centro.
Así, si bien Sergio Massa y Francisco de Narváez eran los habitués nativos del speech punitivista, Macri lo terminó comprando llave en mano. En los últimos días el presidente defendió obcecadamente a un policía procesado por haber matado por la espalda a un delincuente, presionando a la pasada a jueces y camaristas, mientras su ministra repite las premisas (por lo general falsas) del núcleo manodurista.
Durante su última ronda de reuniones con representantes del FBI, la DEA, la Oficina de Seguridad Interior (Homeland Security) y el Departamento de Estado, Bullrich anunció una suerte de desembarco ampliado de la DEA en la Argentina. Pero lo cierto es que la agencia anti-drogas de Estados Unidos ya tiene más de un pie puesto en el país. El ascenso del tándem Macri-Bullrich entibió un vínculo que se mantenía congelado desde 2011.
Bajo gestión macrista, la DEA multiplicó la cantidad de agentes permanentes que tiene en el país: pasaron de tres a ser unos diez. En la Escuela Nacional de Inteligencia de la AFI, ubicada en Libertad al 1200, los agentes estadounidenses dictan cursos sobre narcotráfico y terrorismo. A pesar de no poder mostrar grandes resultados en su “lucha contra las drogas”, una cruzada iniciada en 1973 de la mano de Richard Nixon, la DEA ya potenció su gravitación local. Así lo dispuso Bullrich, con el apoyo de Macri.
A nivel doméstico, pese al respaldo presidencial, la ministra empezó a perder acompañamiento interno. Sobre todo tras haberle dado carácter de giro doctrinario a su acuerdo de carta blanca con la policía. Un pacto resistente a cualquier tipo de evidencia, incluido el video en el que se veía al policía Chocobar rematar a un ladrón por la espalda. El gobierno de María Eugenia Vidal, en cambio, optó por disentir con bajada de línea corporativa de Bullrich hacia las fuerzas de seguridad. Cerca de la gobernadora interpretan que se trata de un mensaje peligroso y de dudoso resultado.
(por Andrés Fidanza) Sensible a las exigencias de los focus group, pero decisionista al momento de bancar a los mejores intérpretes del ajuste en marcha. Con esa fórmula se mueve espasmódicamente el oficialismo. Optó por el siga siga ante Jorge Triaca, intentando compensarlo con una veda parcial al nepotismo de sus ministros. La medida de Mauricio Macri tiene efectos prácticamente nulos sobre la contabilidad del Estado: el paquete completo de recortes y congelamientos salariales en cargos políticos representa un ahorro del 0,03% del gasto previsto para 2018. En lo simbólico tampoco marca un cambio respecto a los métodos y razones para concretar futuras designaciones, y ni siquiera corrige los sesgos ya existentes en el gabinete ampliado de Macri. Ese elenco se compone por una abrumadora mayoría de varones, ex CEOs en uno de cada tres puestos, con un alto nivel educativo y patrimonial.
Si bien se empezaron a realizar algunos concursos para los nombramientos técnicos más altos, por ahora rige el criterio de la confianza y el amiguismo. Así fue elegido el 97% de esa franja estatal, según un relevamiento de Cippec y la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP). A pesar de su discurso rupturista, Cambiemos no llegó para revolucionar las mañas sobre la forma en que se suele completar un organigrama estatal. El sorpresivo triple triunfo nacional, bonaerense y porteño (este era el único asegurado) indujo a una convocatoria a las apuradas, en la que entró absolutamente de todo. Arribaron cuadros con aptitudes y vocaciones variadísimas: desde militantes históricos del PRO, hasta empresarios y gerentes dispuestos a seguir el ejemplo del líder Mauricio, amigos, conocidos, punteros y amigos de amigos.
Dentro de esa pesca con mediomundo, cayó Sandra Heredia en el sindicato de los obreros marítimos intervenido por el gobierno. Sin ninguna experiencia gremial, la empleada de la familia Triaca fue elegida como delegada de la seccional San Fernando. ¿Motivo? Había solicitado un aumento de sueldo, tras varios años de haber trabajado en negro para el actual ministro de Trabajo. Así, Triaca descargó en el Estado una parte del sueldo que debía pagar su familia, degradando el rol y la importancia tanto de los gremios como del control público.
“Si bien es un error, no sentimos que tenga que costarle el cargo”, afirmó Marcos Peña sobre Triaca. A la pasada consolidó al verbo sentir como uno de los favoritos del presidente y sus principales ministros. El jefe de gabinete decidió enfocarse en la parte más insustancial del “error” de Triaca: el maltrato viralizado hacia Heredia.
Sólo en el primer año de la intervención del Ministerio de Trabajo al SOMU, hubo 172 designaciones oficiales. La mayoría de los elegidos provenía de la política: ex empleados de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires y Santa Fe, de la Tesorería de la Provincia y el Renatre, entre otros organismos públicos provinciales y municipales, según reveló el diario Perfil.
El decreto presidencial contra el nepotismo no altera esa lógica, instaladísima dentro de las prácticas políticas que exceden (pero incluyen) al PRO. La singularidad del macrismo en esta materia, sin embargo, es otra. Refiere a la enorme cantidad de nombramientos que encierran conflictos de intereses entre los actuales funcionario y sus vidas previa en el ámbito privado.
La decisión de Macri tampoco corrige el rumbo ideológico de la gestión. La primera interventora del sindicato marítimo por parte del gobierno fue la hoy senadora Gladys González. Suerte de contracara valiente y pura del sindicalista Omar "Caballo" Suárez, el perfil de González calzaba a la perfección con lo que pretendía comunicar el macrismo.
En el juego de contrastes entre González y Suárez, algunas fricciones quedaron afuera de la agenda mediática. Los dos compañeros de Gladys en la intervención del SOMU, Jorge Alonso y Santiago Viola, terminaron enemistados con la delegada del Poder Ejecutivo.
En junio de 2016, apenas cinco meses después de haber asumido, Viola y Alonso la acusaron de: supuestos manejos unilaterales, cerrar paritarias marítimas a la baja, y modificar los convenios colectivos de trabajo, excediendo las competencias del triunvirato interventor.
(por Andrés Fidanza) En sus frenéticos 15 años de historia, el macrismo fue un partido hecho a base de triunfos. Las últimas legislativas revalidaron esa condición. Pese al discurso pasivo-agresivo oficial, de victimización y oposición a la oposición, Mauricio Macri y su tropa de nueva política se acostumbraron a un sólo resultado: ganar. Una curva parecida a que realizó el Macri empresario y el Macri presidente de Boca.
Ese exitismo se traduce en un tono de desdramatización permanente. Cuando hablan en off, los funcionarios declaran casi lo mismo que ante los micrófonos. ¿Y qué declaman? Principalmente sus buenas intenciones. Nada les resulta demasiado grave ni urgente. Macri extrema esa actitud, al punto de mantenerse un poco desinformado sobre los detalles de la gestión. El presidente marca el rumbo general. Chatea con sus ministros, mientras estira sus vacaciones en Villa La Angostura, cargadas de tenis, pádel, golf y seguimiento desde el celular.
Ese clima despreocupado y seguro de sí mismo chocó en diciembre contra la resistencia al ajuste en las jubilaciones. Un malestar que excedió, caceroleos mediante, al sector de los que ya venían decepcionados desde antes. Distintas encuestas revelaron una caída sensible en la imagen presidencial, casi por primera vez en dos años de gobierno.
Macri, sin embargo, optó por repetir la fórmula de sus más fanáticos. Según esa mirada, la única oposición viable es la que colabora con el oficialismo: el pichettismo. Por fuera de esos límites sólo habita el kirchnerismo y la izquierda radical, la corrupción y la locura.
Para evitar la zozobra que vivió durante la aprobación del cambio en el cálculo previsional, ahora el macrismo pretende dar con un equivalente en la cámara de diputados al del senador Miguel Ángel Pichetto: un interlocutor confiable y que garantice apoyo colectivo ante proyectos clave, como el intento de reforma laboral.
El presidente arrastra una obsesión desde su vida de empresario: una repulsión atávica hacia la “industria” de los juicios laborales. Cuando en sus discursos pone la lupa sobre gremios y trabajadores, suele mezclar derechos con avivadas, al punto de confundirlos.
La reforma que empuja el gobierno fue redactada desde esa visión. Y a pesar de haber perdido una parte de su ambición inicial, como resultado de las negociaciones con una CGT zigzagueante, Macri está decidido a avanzar con el proyecto. Por la vía que sea.
Esa determinación pasa por alto las dificultades de diciembre, y sobre todo cierta caída en el crédito social del gobierno. La pulseada por imponer la reforma pondrá a prueba el alcance de la alteración en el escenario político. Mientras tanto, el oficialismo avanza. Lo hace con una mezcla de autoengaño y optimismo a prueba de balas.
Una vez en el poder, los gobiernos suelen dar por hecha la inmovilidad absoluta de las condiciones que posibilitaron su ascenso y consolidación. El macrismo parece atravesar esa situación por primera vez desde el arranque de su ciclo.