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Editorial

La única certeza es el fin de la subestimación

(por Andrés Fidanza) El dato confirmado de la ola amarilla no alcanza para dar una respuesta definitiva. ¿Quién ganó? O mejor dicho, ¿cómo se explica el triunfo macrista? Abundan las opciones y las lecturas, hechas un poco a tientas, con mucho de interés y operación disimuladas, en el fragor de una historia transicional ocurriendo en vivo. ¿Se impuso un cambio cultural profundo, un apoyo auto-consciente al ajuste y a las reformas que se vienen, el desencanto con el populismo sistémico o el mero hartazgo hacia una figura intensa como la de Cristina Kirchner? ¿Ganó Jaime Durán Barba con su receta de la simplificación permanente, según la cual los individuos llenan con sus deseos íntimos un discurso vacío y color de rosa? ¿O será Héctor Magnetto el verdadero padre de la victoria, como machacan desde el kirchnerismo, al instalar con éxito una lavado cerebral masivo? ¿Se tratará de un triunfo líquido, en el marco de una democracia de baja intensidad? Una posibilidad que, al hacer hincapié en la volatilidad del electorado, encierra otro potencial cambio de rumbo en el humor social para 2019.

Nadie lo sabe con certeza. Las interpretaciones de la realidad compiten a los codazos, exagerando su propia importancia. Seguramente haya un poco de cada variable dentro de la ensalada sociológica que sostiene el aval de más del 40% hacia Cambiemos, incluida la generala macrista en las cinco provincias más grandes de la Argentina.

Lo cierto es que el macrismo dejó de ser un accidente de la historia para articularse en tiempo récord como un partido con un liderazgo definido (y hasta dos alternativos), despliegue territorial y capacidad para gobernar. Y algo más: después de atravesar cómodamente el plebiscito de medio término, Macri intentará ir por la reelección en 2019.

Así, más que el fin del kirchnerismo, esta legislativa debería marcar el fin de la subestimación kirchnerista al PRO. Porque si bien Elisa Carrió arrasó en Capital, tanto Macri como Horacio Rodríguez Larreta son quienes capitalizarán mejor que ella el 51% en términos de estructura, acumulación de poder, proyectos personales y mayorías legislativas. La entrada de la derecha al juego democrático convirtió al partido de Macri en un fenómeno cultural.

El apoyo electoral, sin embargo, no es sinónimo de fidelidad social. Sobre todo tras una legislativa en la que se votó más bajo el ánimo de la esperanza que del agradecimiento por los resultados (económicos) obtenidos.

Ante ese panorama, quizás la derrota de Cristina Kirchner le sirve al peronismo para apurar un intento de unidad. "La Argentina no tiene que tenerle miedo a las reformas, porque representa la posibilidad de crecer", anticipó el presidente desde el salón Blanco de Casa Rosada. Sea gradualista o estructural, su ensayo de Moncloa le podría facilitar al peronismo un aglutinamiento por izquierda. Paradojalmente, el plan macrista es lo único que empuja hacia una construcción de puentes opositores por ahora inexistentes.

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La abstracción de la esperanza

(por Andrés Fidanza) El macrismo logró que la abstracción de la mejoría económica macro se tradujera en una esperanza concretísima por abajo. Para conseguirlo contó con un ayudín de los grandes medios (y cada vez más de los medios a secas), que favorecieron esa lectura. El éxito del oficialismo prueba que la variable económica no es la única, ni la más determinante, para interpretar determinados contextos políticos. No lo fue del todo en 2015, y definitivamente no lo es ahora.

Cambiemos instaló una versión de sí mismo en la que abundan las buenas intenciones, a pesar de que los resultados no siempre acompañen. Y algo más: desde la noche misma de las PASO supo presentar una imagen ganadora (falsa, respecto al desenlace en la provincia), que se continuó inercialmente hasta la elección correntina.

A partir de esa combinatoria de factores, el oficialismo vive su momento de oro, tal como opinó Carlos Pagni, quien a su vez le auguró un futuro aún más venturoso. ¿Será así? Difícil saber. Pero lo cierto es que tras casi dos años sin demasiados goles de los que jactarse, la sociedad le renovó el crédito. Aunque sea beneficiado por un voto desganado o resuelto por descarte, y sin contar con un acompañamiento social abrumador, Cambiemos atravesó con éxito el trámite de las PASO. Y hasta espera mejorar su performance en las generales.

Siempre fiel al clima de época, el Poder Judicial (y en especial Comodoro Py) también acompaña el rumbo. Apura investigaciones, procesamientos y vueltas a la cárcel (de Juan Pablo "Pata" Medina, Alejandra Gils Carbó y Milagro Sala). Decisiones que tienden a coincidir con los intereses de la Rosada.

En el Sheraton de Mar del Plata, por su parte, Mauricio Macri cerró el Coloquio de Idea más concurrido de los últimos 20 años. Y si bien el apoyo empresario a Macri no se traduce en la prometida lluvia de inversiones (y esa hipótesis posiblemente ni siquiera exista), la palmada en la espalda del poder económico facilita el tránsito por la Rosada. Y a la vez presiona amistosamente para instaurar reformas y ajustes más estructurales, después del 22 de octubre.

"Por primera vez en la historia podemos salir del populismo económico y político sin crisis", teorizó Marcos Peña en el encuentro de IDEA. Cebado, el súper-ministro le atribuyó un carácter semi-revolucionario y definitivo al triunfo cultural de Cambiemos.

Por si faltara un motivo de agrande, el peronismo sigue en estado deliberativo y dividido en al menos tres ramas. A pesar de que cada sector entiende que sólo no le alcanza para vencer al macrismo, el salto práctico hacia una suerte de alianza opositora no se amalgama ni se visualiza. Al cristinismo no le alcanza sin el aporte del peronismo restante; y viceversa. Con el gobierno corrido a la derecha en el escenario post-electoral, ese reencuentro parecería facilitado por el propio contexto. Y sin embargo, se trata de un camino regado de imposibilidades.

Pese a ese encadenado de ventajas, el macrismo no debería creerse más allá del marketing su ánimo triunfal. Si el resultado del 2015 dejó alguna moraleja, apenas 4 años después del 54% obtenido por Cristina Kirchner, es que los desenlaces electorales son bastante menos que una tabla de mármol tallada por la sociedad.

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Las joyas de la abuela

(por Andrés Fidanza) El macrismo convirtió al Estado en una inmobiliaria exitosísima. Con el recurso del endeudamiento en alerta amarilla, y frente a la imposibilidad política de profundizar el ajuste, el gobierno encontró un atajo: la venta de terrenos públicos para construir torres. A pesar de su vuelo bajo, ese mecanismo le permite recaudar y financiar obras, algunas ya en marcha, justo cuando se define su suerte electoral. Y algo más: por esa vía el oficialismo le hace un guiño a las desarrolladoras inmobiliarias más poderosas, como Irsa, Iecsa y la de Nicolás Caputo.

"Cuando llegamos había 19.000 inmuebles registrados y hoy hay más 50.000. Es fundamental saber cuáles son los inmuebles que tiene el Estado Nacional y qué usos se les da”, afirmó el director de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE, ex ONABE), Ramón Lanús. Se trata del organismo que maneja las tierras y propiedades fiscales. Y que lo hace, desde el año pasado, con la misma lógica del real state. Si bien desde el AABE aseguran que condicionan “la venta de tierras a que se desarrollen”, lo cierto es que en los últimos meses se aceleraron las privatizaciones.

Existe un artículo en la actual ley de Presupuesto que permite potenciar el valor de los terrenos antes de la venta. Incluido estratégicamente, el artículo 57 autoriza los acuerdos entre el AABE y las provincias. Esos contratos facilitan las ventas, previa rezonificación por parte de las Legislaturas provinciales.

Así, por ejemplo, el último mes la Legislatura porteña aprobó la rezonificación y venta para construir torres de siete predios públicos. Por esa privatización, el gobierno espera recaudar unos 400 millones de dólares. Según el cálculo oficial, la negociación del patrimonio resulta imprescindible para financiar obras en marcha, sin tener que profundizar el endeudamiento o el ajuste, tanto nacional como porteño.

Para lograr el aval necesario, el macrismo se valió de su flamante mayoría automática. Casi sin la obligación de negociar con la oposición, ni de escuchar los reclamos vecinales, el larretismo le sacó el jugo a su fusión legislativa con la Coalición Cívica y el espacio de Graciela Ocaña. A sus 32 votos de piso, le suma casi sin falta el del único diputado massista: Javier Gentilini.

El jueves pasado el bloque oficialista votó en primera lectura (falta una audiencia pública y una segunda votación) el cambio de código urbanístico y la venta de cinco lotes. El más importante es el de Retiro: una franja de 23.200 metros cuadrados sobre avenida Libertador. Los demás están en Saavedra, Mataderos, en la estación Urquiza y en Palermo, donde hoy hay unas canchas de fútbol.

En la misma sesión, y con argumentos similares, se aprobó definitivamente otro proyecto del Ejecutivo: la venta del playón verde de 9 hectáreas en Colegiales.

Hace dos semanas, el oficialismo avaló la venta de casi tres manzanas en Catalinas Sur, La Boca. Tanto en Colegiales como en La Boca, las agrupaciones de vecinos se oponían (y todavía lo hacen) a la construcción de torres.

Desde el gobierno argumentan que sólo el 35% de los terrenos será cedido al real state, mientras que el 65% será de uso público. Pero este último porcentaje incluye veredas, retiros de los edificios y hasta aperturas de calles.

A partir de ese negocio inmobiliario de más 200 mil metros cuadrados, el gobierno porteño usará 330 millones de dólares para financiar dos obras porteñas en marcha: los viaductos en los ferrocarriles Mitre, ramal Tigre, y San Martín.

Esta tanda se suma a otras subastas realizadas en el último año y medio: una enorme sastrería militar en Palermo; canchas de fútbol de alquiler en Nuñez; y el histórico edificio Del Plata, sobre avenida 9 de Julio (vendido a la desarrolladora Irsa). Por esas privatizaciones, el gobierno recaudó unos 150 millones de dólares.

El plan de ventas incluye a todo el país, pero se vuelve radical en la ciudad más apuntada por el mercado inmobiliario. A contrapelo de ese proceso, la Capital tiene un serio déficit de espacios verdes por habitante: según la Organización Mundial de la Salud, es una de las peores de América Latina.

Las privatizaciones a su vez revelan el nivel de desesperación macrista por dar con nuevas fuentes de financiamiento, incluso a costa de ceder un patrimonio irrecuperable: el espacio público.

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La metáfora de Farmacity

(por Andrés Fidanza) Un juez de la Corte puesto por Macri, el vicejefe de gabinete y un poder de lobby multimillonario se cruzan en un expediente judicial. Se trata de una causa sobre la que deberá opinar la propia Corte. Fundada por el ministro coordinador Mario Quintana, la cadena Farmacity busca desde hace años y por todos los medios desplegar su negocio en la provincia de Buenos Aires. Y hace pocos días consiguió llevar su cruzada a la Corte Nacional, con el detalle de que el juez Carlos Rosenkrantz (ya recusado y excusado en la causa) fue abogado de Farmacity. Su estudio, sin embargo, sigue representando a ese tanque de 250 sucursales. Y algo más: la abogada de Farmacity, Andrea Gualde, fue asesora muy cercana de el supremo Horacio Rosatti, cuando era ministro de Justicia.

Farmacity quiere aprovechar su momento de cercanía con el poder. La campaña a su vez incluye golpear la puerta de otro sector del gobierno. En paralelo al intento por entrar a la provincia gobernada por María Eugenia Vidal, la empresa plantea que es víctima desde hace años de una suerte de confabulación entre la industria de los medicamentos (con Roemmers a la cabeza) y las farmacias chicas y medianas, ante la mirada pasiva del PAMI. Con ese argumento, reflotó su queja ante la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, dependiente de la Secretaría de Comercio (a cargo de Miguel Braun, sobrino del dueño de los supermercados La Anónima), quien pocos años atrás había fallado en su contra.

Este rompecabezas funciona como una metáfora de la zona gris del macrismo, en la que se difuminan las diferencias entre lo público y el privado. El conflicto de intereses es un sello de agua que arrastra la experiencia macrista, y que a su vez se convertirá en una suerte de estigma crítico en su contra, una vez que amaine el handicap mediático y social.

Si bien la ley provincial se lo impide, y ya tres fallos consecutivos rechazaron esa posibilidad (incluido el de la Corte bonaerense, de junio del año pasado), Farmacity presentó un recurso de queja para que la Corte Nacional tome el caso. Y lo consiguió: el expediente ya está en manos de los cinco jueces supremos. Rosenkrantz, sin embargo, ya se corrió. En paralelo, el Colegio de Farmaceúticos de la Provincia de Buenos Aires había pedido la recusación del juez propuesto por Mauricio Macri.

Pese a la ausencia del juez, desde el Colegio de Farmacéuticos bonaerenses desconfían de esa supuesta prescindencia. Y a su vez sostienen que la doble influencia de Farmacity (política y judicial, vía Quintana y Rosenkrantz) podría ser determinante para volcar un fallo en favor de la cadena. De resultar así, se favorecería la expansión de ese tanque.

Cerca del vice de Marcos Peña, por el contrario, afirman que Quintana se retiró de la dirección de Farmacity y que vendió todas sus acciones en el fondo de inversión Pegasus (a su vez controlador de las heladerías Freddo y el shopping Tortugas Open Mall). Los farmacéuticos desconfían.

Por continuidad e influencia dentro del gobierno, el de Quintana es el ejemplo más exitoso de salto de público a privado. No todos fueron así de fluidos. A punto de cumplir dos años en la Casa Rosada, el macrismo ya suma más de diez ex gerentes, directores y CEOs de empresas que renunciaron o fueron echados. La lista de motivos para el éxodo suele incluir el conflicto de intereses, la poca tolerancia a las internas y los problemas de adaptación.

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Fuego amigo

(por Andrés Fidanza) El giro en la línea de los grandes medios puede funcionar como un presagio para el gobierno. Ante la desaparición de Santiago Maldonado, sus editorialistas pasaron por distintas etapas: callar y disimular; dar crédito a hipótesis que culpabilizaban a la víctima; y validar otras versiones mucho más fantasiosas sobre supuestos grupos guerrilleros.

De ahí, casi 40 días después de iniciado el caso, optaron por cuestionar la parsimonia y pasividad del macrismo. Un viaje que no hubiera sido posible sin el empuje de las marchas, las campañas en redes, el resultado de los focus group y las enormes inconsistencias en la gestión de Patricia Bullrich.

El machaque para poner el foco en la utilización política y en otras derivaciones secundarias, y nunca en la desaparición en sí, no resultó del todo efectivo: un caso fallido de polarización a garrotazos. Cierto cambio en el humor social obligó a recalcular el rumbo, tanto del gobierno como de los medios. La prensa, sin embargo, le sumó un suplemento de críticas al volantazo, como si no se hubiese tratado de un juego sincronizado. El pacto de no agresión entre los principales medios y el gobierno incluye todo tipo de malentendidos, fricciones, desavenencias y traiciones en potencia. Si bien la prensa hace un gran esfuerzo por cuidar al macrismo, no hay acuerdo que tenga la verticalidad del Kremlin.

La moraleja, que nunca nadie pondrá en práctica, es que difundir algunas críticas a tiempo puede ser la mejor forma de proteger a un gobierno. Desde la fragilidad del poder, no hay margen para detectar matices o estrategias sutiles, por fuera de un tablero dividido entre blancas y negras. El kirchnerismo, hasta 2015, también (sobre)vivió al calor de esa urgencia.

En un principio, cuando empezó a instalarse desde los márgenes la situación dramática de Maldonado, el gobierno apostó a la inercia del stato quo. Lo hizo en base a una mezcla de pereza y lógica resultadista: para qué gastarse en modificar el discurso, si el método de la polarización y el siga siga suelen ser los más exitosos. Cuando desde Casa Rosada reaccionaron, algunos medios ya le habían empezado a soltar la mano.

Si bien es probable que la desaparición de Maldonado no tenga demasiado impacto electoral, el caso pinta para exceder esa mirada corta y especulativa. Cuando uno se aleja del calculito más inmediato, incluidas las exageraciones políticas y los zigzagueos mediáticos, tiene componentes profundos y referencias históricas densas. Las suficientes como para convertirse en una cicatriz fija dentro del ciclo PRO.

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Vamos por todo

(por Andrés Fidanza)          Bajo el argumento de que “la sociedad nos legitimó”, tal como se jactó ayer el ministro Jorge Triaca frente a los dirigentes sociales, el gobierno consolida la profundización del rumbo. Desde una mezcla de marketing triunfalista, resultado electoral (un poco) mejor al esperado y bastante auto-convencimiento, el macrismo desafió a un sector de la CGT y, ahora también, a las organizaciones sociales. Mientras tanto, reivindica a sobre cerrado el papel de Patricia Bullrich e insiste con una lectura en clave victimizante sobre la desaparición de Santiago Maldonado. Según ese método, casi cualquier cuestionamiento al oficialismo es plausible de entrar en la categoría K. Una forma muy tranquilizadora de ponerle un cierre a los discusiones.

El endurecimiento también llegó a la relación con los grupos sociales. En un giro parecido a la que tuvo con la CGT, el gobierno optó por mostrarle los colmillos a los representantes de la CTEP, Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa. Si bien el quiebre está lejos de ser definitivo, el oficialismo tensó el vínculo con los grupos sociales, un sector con el que había mantenido un trato fluido durante sus 21 meses de gestión. La disputa de fondo es por unos 5 mil millones de pesos, un monto que el oficialismo se pretende ahorrar.

“La sociedad legitimó el rumbo”, se jactó el ministro de Trabajo, en uno de los momentos más friccionados del encuentro con los dirigentes sociales. Fue una forma de finalizar el debate sobre la aplicación de la Ley de Emergencia Social. El argumento presume de un doble cambio de escenario hacia adelante: el resultado de las PASO empujará las protestas políticas hacia la marginalidad más absoluta; y el tibio repunte económico (que no impacta sobre el universo de la economía informal, y ni siquiera beneficia a sectores como el textil) deslegitimará cualquier reclamo hecho desde el bolsillo.

Sancionada por amplia mayoría en diciembre, la Ley de Emergencia Social planeaba otorgar entre 25 y 30 mil millones de pesos, a lo largo de tres años y en forma de salario complementario (la mitad del mínimo vital y móvil), a trabajadores de la economía popular.

Así, se suponía que el gobierno iba a destinar $10 mil millones en 2017. Pero, tras algunas demoras en la implementación de la ley, sólo incluyó a 100 mil trabajadores a partir de julio: proyectando esa inversión, las organizaciones calculan que el oficialismo habrá invertido alrededor de 3 mil millones. O sea, una subejecución del 70%.

La versión macrista es bien distinta: incluye en el presupuesto un paquete de planes, preexistentes a la Ley, otorgados por el Ministerio de Trabajo. Y así estima una ejecución de más del 80%. Así, el macrismo coló un ajuste (lo está intentando, al menos) de 5 mil millones de pesos.

En la antesala de un nuevo choque de fuerzas, las organizaciones sociales anticipan que su reacción no será tan adocenada como la de la CGT. Y a su vez preanuncian un contraataque de cortes, piquetes y manfiestaciones callejeras: música para los oídos absolutamente pragmáticos de Jaime Durán Barba.

Con un aire a la lectura triunfalista que hizo Cristina Kirchner en la presidencial de 2011, cuando sacó el 54% de los votos, el macrismo ensaya su propia época de oro. El 35% obtenido les alcanza para el entusiasmo: para sentirlo y para actuarlo. Si no hay hegemonía real, al menos que parezca.

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Ni cultura dominante, ni accidente de la historia

(por Andrés Fidanza) El gobierno consiguió mantener la base electoral que había apostado por Mauricio Macri en la PASO del 2015. Si bien aquella era una elección presidencial, y la de la semana pasada fue legislativa, esa estabilidad es el principal logro de Cambiemos: sostener el 35% de apoyo en promedio nacional, sin fugas ni voto castigo frente a la palidez de la situación económica.

Tras 20 meses de vacas flacas, sin medidas grandilocuentes, sin goles históricos ni decisiones que hayan servido para construir una identidad muy definida sobre el oficialismo, el mérito de Cambiemos resulta aún mayor. O al menos parece más sorprendente, ante la sospecha a priori de que habría un desaire mayor hacia la performance macrista.

En la Casa Rosada lo explican en base a dos argumentos: el voto macrista constituye una realidad estructural, ajena a los vaivenes de la coyuntura, a las viralizaciones en las redes y a las metidas de pata de Esteban Bullrich. Y a su vez sostienen que el camino del gradualismo mercado friendly, cuestionado por izquierda y también por el establishment, encierra una suerte de épica sin épica. Un realismo capitalista, sin la necesidad de recurrir a un juicio a las juntas, a una convertibilidad que frene a la híper, o un pago y cancelación de la deuda externa con el FMI. El relato sobre esa normalidad por supuesto que excluye algunas anomalías sobre las que el macrismo prefiere disimular, como la cárcel para Milagro Sala, la desaparición de Santiago Maldonado o las paritarias con cierre a la baja.

Pero el éxito relativo de Cambiemos también se alimenta de otros factores indirectos: los esfuerzos mediáticos para mantener al gobierno entre algodones, el juego de la polarización permanente con la peor versión del kirchnerismo y la existencia de un peronismo dividido. Y algo más: el oficialista es un voto segmentado, con base en los sectores de mayores ingresos.

Así, entre las variables fijas (cierto corrimiento social hacia la derecha desde el 83 a la fecha), y las otras más volátiles (gauchadas mediáticas y oposición partida), Cambiemos se abrió paso en las primarias. Demostró vitalidad y dejó en offside a sus críticos más tremendistas o estereotipados. Sin embargo, a pesar de ese encadenado objetivo de logros, es probable que el desempeño mostrado en estos 20 meses no le alcance para exceder el tercio de votantes que lo acompañó en las últimas dos PASO.

Ni nueva hegemonía cultural, ni accidente de la historia. El macrismo sorteó el trámite electoral. Y lo hizo con más margen del que asumían muchos encuestadores y todos los que insisten en subestimar su existencia.

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El gobierno compró aire

(por Andrés Fidanza) Hay que repetir la ceremonia de los últimos lunes post electorales: quemar masivamente los papeles de la mayoría de los pronósticos. Una vez más las encuestadoras erraron bastante más de lo que acertaron, en particular al anticipar un triunfo holgado de Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Pero ese no fue el principal offside en el que quedaron los consultores, analistas, políticos e ideologizados varios. La equivocación más importante fue atribuir un tono tremendista tanto al clima como al desenlace de las primarias.

Y ese es el punto en el que suele acertar Jaime Durán Barba: bajarle tres cambios a la vivencia de las elecciones. Se trata de una receta y a la vez una forma de mirar la realidad: entender que los tiempos vertiginosos de la política no coinciden con los de un amplio sector de la sociedad. En especial los de la porción que, sin posturas firmes tomadas de antemano, terminan definiendo el resultado y el tono de una elección. En épocas de relativa estabilidad (la crisis actual no se acerca a las turbulencias que atravesó la Argentina) la recomendación duranbarbiana es no sobreatribuir intensidades.

La contracara de ese acierto es que el voto a Cambiemos, el que está por afuera del núcleo duro macrista, se basa en un apoyo débil, ubicado entre la indiferencia y la resignación ante la falta de mejores opciones. No encierra un contrato de representación sólido ni duradero. Un matíz que, por ahora, le importa poco a un oficialismo en pose triunfal.

Al kirchnerismo, por su parte, el empate bonaerense le deja un sabor amargo, sobre todo por las expectativas creadas respecto a Cristina Kirchner y su capacidad para revitalizar a su espacio.

Esa pérdida de vigor del kirchnerismo (o al menos de vigor potencial, de cara al 2019) alimenta el festejo en Casa Rosada. Pero el macrismo no debería ensayar una lectura interna demasiado triunfalista. Logró atravesar un trámite que, a priori, le resultaba muy incómodo. Y lo hizo sin caer en el casillero de los derrotados o los que no estuvieron a la altura. Al contrario, ahora tiene alguna chance de mejorar su desempeño.

En promedio nacional, el gobierno se sirvió de sus votantes incondicionales, de una oposición (peronista) dividida en al menos tres ramas, y de las facilidades que otorga manejar el Estado: Cambiemos fue la única fuerza capaz de presentarse en todos los distritos. Y algo más: revalidó la eficacia cultural de su discurso en contra del peronismo, con eje en la bandera de la corrupción.

Desde ese piso, logró sumar adhesiones de último minuto. Un plus de votantes que, quizás sin demasiado entusiasmo, optó por volver a confiar en el macrismo. Frente a ese sector, el gobierno deberá rendir cuentas y mejorar la performance en los próximos dos años. El resultado de las Paso le abrió al oficialismo la oportunidad de pensar en ese futuro.

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La crisis de la pequeña épica macrista

(por Andrés Fidanza) Veinte meses después de haber dado el batacazo, de haber demostrado que sí se podía derrotar al peronismo desde una tercera fuerza electoral, un partido con apenas 10 años de historia y orientación hacia la centro-derecha, el macrismo encara las legislativas con el caballo cansado. Su épica de la racionalidad, con su reivindicación del país normal (paradojalmente, era el mismo speech utilizado por Néstor Kirchner en 2003), su promesa de las instituciones y un capitalismo funcionando a pleno, perdió en el camino gran parte de su energía.

Aquel vigor inicial se convirtió en un pedido de simple paciencia a sus votantes, acompañado por una jactancia sin goles económicos a la vista: al menos no somos chorros. El electorado macrista a su vez parece dividirse entre los que le concederán su voto a reglamento y los que todavía se auto-arengan bajo el argumento de la honestidad, aunque con un poco menos de entusiasmo que en 2015. Se tratará de un apoyo exclusivamente por la negativa, y mucho más burocratizado que el de hace dos años. En paralelo, se multiplican los escépticos y los indecisos.

¿Ese combo alcanzará para que Cambiemos atraviese la legislativa con relativo éxito? Más allá del resultado, dependerá en parte de las lecturas que se impongan tras las PASO: la única verdad es la lucha por interpretar la realidad. Pero lo cierto es que el gobierno debió moderar sus expectativas en los últimos meses: de no dudar en subirse al ring contra Cristina Kirchner, y poner el eje de la elección en la provincia de Buenos Aires, pasó a priorizar una mirada nacional del resultado. El truco de ese análisis es que Cambiemos es la única fuerza con presencia en las 24 provincias: otra de las ventajas de manejar el Estado nacional.

A diez días para las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, una recopilación de 13 encuestas muestra que Cristina Kirchner ganaría con comodidad en provincia. El promedio de los sondeos, hecho por la consultora de Ricardo Rouvier, da que la precandidata a senadora obtendría un 33,7%, contra el 28,4% de su rival de Cambiemos Esteban Bullrich. Después les siguen Sergio Massa (1País) con 19,3% y Florencio Randazzo (Frente Peronista), con 5,7%.

Después del balotaje del 2015, Macri y los macristas no podían ni querían salir del estado de shock que les había provocado la victoria sobre Daniel Scioli y el Frente para la Victoria. A ojo, ese ánimo de alegría y sorpresa les duró más de un año. Ahora, con el mito de la invencibilidad del peronismo ya derrumbado, al oficialismo le cuesta proponer una épica superadora.

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El riesgo de haber subestimado la elección

(por Andrés Fidanza) El macrismo eligió candidatos de un perfil bajísimo, al borde del desconocimiento popular y el carisma discutible, como Gladys González y Esteban Bullrich. En paralelo, rechazó la postulación de Elisa Carrió en provincia de Buenos Aires. Su cálculo inicial era que la buena estrella de la gobernadora María Eugenia Vidal iba a ser suficiente para atravesar con éxito el trámite legislativo. Sin la presencia desbordante de Carrió para hacerle sombra, el empuje de Vidal iba a alcanzar para garantizar un triunfo bonaerense. Ajustado, pero un triunfo al fin.

El gobierno a su vez alentó la candidatura de Cristina Kirchner, especulando con la conveniencia de jugar a la polarización con el pasado peronista: Sergio Massa y Florencio Randazzo incluidos en ese pelotón. Pese a esa optimismo en la estrategia electoral, el oficialismo no logró meter un sólo gol económico que fuera palpable a nivel masivo. Ante ese panorama a la baja, contra-ofertó un pedido de paciencia, en base a una declaración de buenas intenciones, honestidad y capacidad de autocrítica. Y algo más: solicitó el auxilio de Carrió, quien debió acoplarse de apuro a los timbreos bonaerenses, después de haber sido rechazada por Vidal. A partir de concesiones semejantes, Lilita sigue acumulando crédito, poder y atribuciones dentro de la alianza de Cambiemos.

Para compensar ese escenario adverso, el oficialismo persevera en su optimismo colocado. Y lo hace en contra de la reciente devaluación del dólar, un movimiento que se traducirá en otra tanda inflacionaria. En parte por eso Jaime Durán Barba les recomienda a los candidatos de Cambiemos evitar el tema de la economía. Los principales medios hacen su aporte: se esfuerzan por mantener un trato amable hacia el gobierno.

Así, sin demasiadas alternativas a la mano, el macrismo apuesta a repetir el clima de la elección de 2015, tanto en su resultado como en el desarrollo de los meses posteriores. Una vez concretado el triunfo de Mauricio Macri en el balotaje, se abrió una etapa en la que no había decepción posible por parte de su electorado. Ni siquiera ante la enumeración de las promesas no realizadas o directamente incumplidas. Porque la principal promesa de campaña, o al menos la más relevante, era simplemente cambiar el ciclo político. La propuesta de Macri era cerrar la etapa kirchnerista y dar vuelta la página histórica. Y así lo hizo.

Un año y medio después, es posible que se hayan modificado el ánimo y las expectativas sociales. Incluso para una buena parte del electorado del PRO. La ratificación del cambio, sin resultados socio-económicos a la vista, quizás no sea una oferta tan tentadora y potente. Los simpatizantes macristas, sin embargo, seguirán apoyando al oficialismo. Aún a desgano, lo acompañarán. Esa pérdida cualitativa de entusiasmo en el voto parece marcar el pulso de la campaña.

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