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Cambiemos: de la debilidad al autoritarismo

El camino de Cambiemos estuvo signado por el temor explícito a la falta de gobernabilidad. La historia de las alternativas no peronistas que derivaron en fracasos estrepitosos y la figura del helicóptero de Fernando De la Rua, sobrevolaron la campaña de una coalición que trataba de evitar de todas formas ser llamada Alianza.

La memoria reciente del "que se vayan todos", las experiencias pasadas no peronistas (siempre con el radicalismo como una de sus patas) y la imagen latente del empuje de los gobernadores pejotistas le daban un marco de verosimilitud a la posibilidad. Por ello el tema se transformó en un eje de campaña que el macrismo tuvo que contestar sistemáticamente.

Consumadas las elecciones y con los amarillos asumiendo la triada de gobiernos (Nación, Ciudad y Provincia) comenzó el operativo de la nueva gestión para demostrar capacidad de liderazgo e iniciativa política. Pero sobre todo lo que intenta poner sobre la mesa en las primeras semanas Cambiemos, es una imagen de autoridad que ahuyente la idea de debilidad instalada sobre su escaso margen para la toma de decisiones.

A pesar de haber llegado a la presidencia con una coalición electoral que incluye tres patas, tener minoría legislativa, y haber obtenido una victoria por menos de tres puntos en un balotaje más que reñido, Macri apuró sus pasos para dar cambios drásticos en una especie de shock de medidas que dejó patas para arriba muchas de las políticas públicas. Nada de gradualismos, ni de consensos, ni de discusión parlamentaria.

Una inusitada serie de decretos nombró jueces, derogó la ley de medios, ordenó revisar el empleo estatal, eliminó dependencias y sacó funcionarios y cambió el orden económico, entre otras cosas, fue la herramienta legal elegida para plantar bandera.

En el intento de Macri por remarcar que no es De la Rua, también avanzó sobre el manejo de la calle y las condiciones laborales. Y no dudó en reprimir protestas de trabajadores para demostrar que no le temblará el pulso para imponer nuevas condiciones (condicionamientos más bien) sobre la protesta social. Además impulsó despidos masivos para obtener un estado más pequeño que se adecue al proyecto económico liberal y propicien una situación más ventajosa para los empleadores para negociar las paritarias que vienen.

La frutilla del postre llegó con la detención de Milagro Sala. Es que la cárcel para una dirigente social en el marco de una protesta parece ser la muestra más palpable de una confusión bastante profunda en el macrismo, desde su asunción, entre autoridad y autoritarismo. El discurso del dialogo y el consenso quedó archivado ni bien terminaron las elecciones. En el afán de mostrar que no tendrá problemas de gobernabilidad el perfil del gobierno amarillo presenta rasgos más bien despóticos.

A pesar del cerco que le da el acompañamiento mediático a las medidas controvertidas, incluso al ajuste y la represión, Macri comienza a quemar un capital político importante en su camino. Sucede que en poco más de un mes cosechó criticas de todo el arco político y gremial por los nombramientos en la Corte, por la derogación de leyes en base a decretos, por los despidos masivos, por la devaluación, por la represión a la protesta social y por la falta de dialogo para tomar medidas de fondo.

En su intento por no ser una presidencia endeble, el macrismo parece comenzar a generar una especie de profecía autocumplida. En lugar de realizar una apuesta a abrir el juego y legitimarse con el resto de las fuerzas políticas para tomar decisiones complejas, se aísla (hasta de sus aliados de Cambiemos que comienzan a diferenciarse), resuelve por Decreto y apuesta a la represión para ganar el control de la calle suplantando política por palos. Todas iniciativas que generan un desgaste muy importante e indicios que pueden serle sumamente contraproducentes en un futuro cercano.

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