Ante la posibilidad de que Sergio Massa baje su candidatura, decida ir por la gobernación o directamente haga una mala elección presidencial, se vuelven evidentes las similitudes con la historia reciente de Francisco de Narváez.
Los dos diputados pasaron de un pico de euforia, con triunfos legislativos sorprendentes sobre el PJ oficial (encarnado en el Frente para la Victoria en las dos oportunidades), a desdibujarse al punto de convertirse en actores relegados de la elección ejecutiva.
Que las legislativas tienen un tono más opositor y las ejecutivas uno más oficialista no es sorpresa. En las de medio término, el electorado se permite votar listas que presionan sobre el gobierno, pero en las ejecutivas el voto exige mayor seguridad y confianza.
En otros términos, la estrategia de alta exposición y favoritismo mediático suele favorecer a los candidatos del establishment, que se muestran como lo nuevo y se centran en unos pocos ejes de campaña. Tras los éxitos de 2009 y 2013, tanto De Narváez como Massa optaron por hacer hincapié en “la inseguridad”, machacando con propuestas punitivistas y algo simplificadores.
Además, en ambos casos desestimaron la propia capacidad del kirchnerismo para volver a cautivar a la ciudadanía.
El caso del “Colorado” de Narváez es aleccionador. Tras vencer, aunque por escaso margen, al mismísimo Néstor Kirchner en 2009, siendo ambos cabezas de las listas a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, en 2011 el empresario sacó apenas un 15% con una distancia asombrosa de 40 puntos con respecto a Daniel Scioli, que alcanzó el 55%, muy similar al 54% de Cristina a nivel nacional.
Es cierto que de Narváez se tuvo que bajar del sueño presidencial por motivos legales por ser ciudadano no nativo, pero la presión sobre Sergio Massa no es menos fuerte. Si termina acordando con Mauricio Macri ser precandidato en la provincia aliado al PRO, se terminaría de cerrar el círculo de acordar con un presidente de otro color político, tal como De Narváez hizo con Ricardo Alfonsín en 2011.
Aquí se ve la falta de una estructura partidaria propia. Son candidaturas muy personalizadas. Con diferencias, también hay aquí paralelos con Elisa Carrió. La dirigente tiene el récord de diferencia entre resultados legislativos y ejecutivos. En 2011, para la presidencia obtuvo un mínimo de 1,82% de los votos, mientras que encabezando la lista de diputados de UNEN apenas dos años alcanzó un 32%. Pero dicho espacio quedó dinamitado, y ahora Carrió es aliada de Macri, con quien compitiera entonces.
En definitiva, sin un armado partidario propio ni con gestiones provinciales para mostrar, Massa, como antes de Narváez, tienen picos de un tercio del electorado en la provincia de Buenos Aires, que en el marco de las legislativas con mayor dispersión del voto, les alcanza para ponerse en primer lugar. Pero cuando se trata de sostenerse y crecer en el tiempo, y de mostrar competitividad en todo el territorio nacional, su fuerza se diluye. Y cuando los medios hegemónicos les sueltan la mano, su suerte queda echada.
En ambos casos – el De Narváez 2009-2011 y el Massa 2013-2015- hubo errores no forzados: ambos se sobrestimaron y subestimaron el juego de los adversarios; no terminaron de consolidar una propuesta diferenciadora y clara; y los dos optaron por el atajo de las propuestas de mano dura, que muchas veces son una navaja de doble filo, entre otros deméritos en sus campañas.
Pero a su vez tampoco es que en el lapso de dos años derrocharon un capital que inevitablemente los hubiera llevado al triunfo en las elecciones ejecutivas. Es decir, su caída no se explica solamente por sus errores no forzados.
En ambos casos, los dirigentes mostraron iniciativa, liderazgo y hasta un nivel de efectismo necesario en épocas de tele-política. Sin embargo, no les alcanzó.
Sin contar con los recursos y la visibilidad que da el Estado, no consiguieron fidelizar su vínculo con intendentes y gobernadores. Así, queda claro que liderar la agenda mediática es un requisito valioso, pero tampoco es garantía de éxito en las urnas.
Por otro lado, la construcción política, territorial y electoral del peronismo es compleja, mucho más difícil que la del mundo no PJ. En este punto, si bien los partidos siguen en una crisis profunda, el sello del peronismo sigue funcionando como un anclaje, una marca ganadora y un ordenador mental de las propuestas políticas.