El partido de Mauricio Macri consiguió lo que parecía imposible. Desbancó al pernismo en la provincia de Buenos Aires, su hábitat natural, y realizó una gran elección bonaerense para permitir el triunfo presidencial.
Pero eso no es todo: pudo armar una coalición de centro-derecha que fueran efectiva a nivel electoral. Algo intentado y fallido a lo largo de la historia argentina.
La Unión del Pueblo Argentino (UDELPA), creada por el General Pedro Eugenio Aramburu en 1962, quedó tercera en las elecciones presidenciales de 1963. En 1973, la Nueva Fuerza, agrupación que llevó como candidato presidencial a Julio Chamizo, terminó en un fracaso rotundo, tanto político como económico.
El partido que estuvo más cerca de coronar la presidencia fue la UCeDE, que pasó de ser minoritaria, super-estructural y ligada a los golpes militares a convertirse en un espacio dinámico que conmovía a diversas franjas juveniles. A tal punto que la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), brazo estudiantil de la UCeDE, logró ser competitiva en las elecciones de los centros de estudiantes de la UBA, incluso en facultades con tradiciones de izquierda como Filosofía y Letras.
A mediados de los noventa, sin embargo, el menemismo llevó sus banderas a la práctica y la fuerza liberal de Alvaro Alsogaray perdió la razón de ser.
En todos esos intentos previos, el talón de aquiles (uno de los talones, al menos) fue la débil estructura bonaerense. De la mano de María Eugenia Vidal (la más aplaudida anoche en el bunker PRO), y de la alianza bonaerense con la UCR, Macri consiguió romper ese límite: desde el 10 de diciembre, un sector de derecha conducirá su propio espacio, y no estará camuflado en otras fuerzas tradicionales, como la UCR o el PJ menemista.