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Editorial

Los amigos del presidente

(por Andrés Fidanza) Un multimillonario inglés, dueño de más de 12 mil hectáreas en la Patagonia, que incumple desde hace 5 años un fallo de la Corte Suprema de Río Negro. Y un escribano cercanísimo (ex Socma), con el que juega al paddle, tiene complicidad varonil de vestuario, hizo operaciones de compra y venta de jugadores en Boca (sospechadas de lavado y evasión), y al que le alquila su casa en Palermo Chico.

Mauricio Macri comparte con Joe Lewis el idioma de los empresarios globales, para quienes cualquier negocio es posible, por más que resulte incomprensiblemente resistido por algunos vecinos reacios al progreso.

“El Lago tiene un mejor acceso del que tenía antes de que Joe Lewis compre esa propiedad, que limita con el Lago, que es un acceso peatonal desde la Ruta Nacional”, aseguró Macri en Casa Rosada. Se refería al Lago Escondido, ubicado a menos de 45 kilómetros de El Bolson, al sur de Río Negro. Si bien es navegable y por lo tanto no puede tener dueño, el lago está semi-privatizado por Lewis desde hace 20 años.

La afirmación de Macri fue la que más enojó a los vecinos y militantes que luchan, desde la llegada de Lewis a la Patagonia, para conseguir una vía directa hacia el lago. El acceso referido por Macri es un camino sinuoso, sólo apto para baqueanos entrenados: obliga a cuatro días de caminata y cabalgata. Para completar sus 84 kilómetros de ida y vuelta hasta la ruta 40, es necesario dormir en dos refugios que están por fuera de la propiedad de Lewis. En todo el 2010, menos de 20 personas se le animaron.

Si con Lewis los une la afinidad universal de los empresarios poderosos, con Gustavo Arribas directamente se funde en una esencia común: pasando por alto algunos detalles biográficos, Macri y el jefe de la Agencia Federal de Inteligencia son el mismo sujeto social. Además de sus 30 años de amistad, Macri y Arribas están atados generacionalmente (los dos tienen 57 años), unidos por sus gustos y consumos de clase, por sus momentos vitales (ambos tuvieron hijas chicos con sus nuevas parejas), y por sus prácticas en la gestión privada, en general orientadas a combatir por cualquier medio el saqueo fiscal del Estado. Sobre este último punto, Macri tiene una convicción íntima que también aplica para su amigo e inquilino: lo que pasó antes de que se metiera en política, queda en el pasado, y no hay derecho ni justificación para escrutarlo. Desde que se interesó por los representación pública, en reacción psicológica al mandato paterno de Franco, Mauricio renació. Y sólo desde ese kilómetro cero es válido juzgarlo.

Señalar un offside ético de Arribas para echarlo del gobierno implicaría, en el fondo del alma presidencial, autoincriminarse. Y Macri no cree que Arribas sea culpable, por más que todavía abunden las dudas respecto a su relación con la constructora Odebrecht, investigada por el pago de coimas en Brasil, Argentina y otros diez países. A los ojos de Macri, las sospechas sobre Arribas resultan invisibles.

Así, el jefe de la AFI cuenta con el apoyo blindado de Macri. En contra de la sugerencia de voces aliadas, como la de Elisa Carrió y Graciela Ocaña, el presidente lo sostendrá en el cargo.

“Arribas va a traer los papeles, el día 23, cuando el brasileño (presunto comprador) vuelva de sus vacaciones, demostrando que él compró un departamento y le giró ese dinero, vía Meirelles”, afirmó Macri en Casa Rosada, en su primera conferencia de prensa del año. Se trató de una convocatoria hecha a pedir de Arribas, en la que el presidente minimizó la acusación y lo respaldó a sobre cerrado. El director de la ex SIDE, sin embargo, incumplió aquella promesa. Arribas no mostró el título de la propiedad, ni aportó el nombre del supuesto comprador, quien le habría girado 70 mil dólares por la venta de un inmueble en San Pablo.

Lo que sí está probado es que el giro se concretó desde una cuenta en Hong Kong hasta a la del banco suizo (declarada por Arribas), a través de una empresa que la justicia brasileña definió como "fachada" para el pago de coimas, lavado y evasión.

Frente a la débil respuesta de Arribas, la voz moral de Elisa Carrió aumentará la tensión interna de Cambiemos. Y ya no será la única que exija su renuncia. Veremos si Macri está dispuesto a sacrificar a su amigo, el Negro Arribas, al frente de la AFI. Para el presidente, se trataría de una enorme injusticia.

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Arribas tiene las espaldas bien cubiertas

(por Andrés Fidanza) La denuncia contra el jefe de la Agencia Federal de Inteligencia tiene destino de disolución. Ese podría ser su desenlace inminente, incluso antes de que Gustavo Arribas llegue a desplegar todos sus argumentos de defensa. Mauricio Macri decidió blindar a su amigo e inquilino, mientras el juez a cargo de la investigación adelantó que el delito del que se lo acusa es “difícil de probar”. Si bien un periodista del diario La Nación reveló el caso, los grandes medios no muestran interés en profundizarlo.

Con perfil bajísimo, el lapso de un año fue suficiente para que Arribas se consolidara como el mandamás de la ex SIDE. Con aval presidencial, puso casi 600 espías nuevos, consiguió un importante aumento presupuestario para 2017, y se gestionó una mayor cobertura legal para manejar la Agencia a discreción.

Millonario, bonvivant y amigo personalísimo de Macri (el presidente le alquila su departamento de Libertador y Cavia), Arribas encabeza el ranking patrimonial de los funcionarios PRO. Con $115,6 millones, es el más rico entre ricos, por encima de Macri ($110,2 millones); del ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren ($86,7 millones); y del ministro de Finanzas, Luis Caputo ($84,4 millones).

Antes de ser designada al frente de la AFI, Arribas era candidato a dirigir el programa oficial Fútbol para Todos. Pero la jefatura de la ex SIDE había quedado vacante, tras el rechazo de otro viejo amigo de Macri y Arribas: Daniel “El Tano” Angelici, quien renunció al cargo pero no a la posibilidad de influir sobre la justicia y la ex SIDE.

Pese a que no tenía expertise ni familiaridad con el espionaje, la postulación de Arribas consiguió un amplio apoyo en el Senado nacional. Obtuvo 44 votos a favor y sólo tres en contra.

Tras vivir en San Pablo por casi una década, el escribano y representante de futbolistas cumplía el único requisito que Macri consideraba indispensable: la confianza. Se la había ganado desde sus tiempos como escribano de Socma, y a partir de los negocios de compra y venta de jugadores en Boca.

Con Macri en la presidencia xeneize, Arribas fue intermediario en el cuestionado pase de Carlos Tevez al Corinthians en 2005. Tras declaraciones contradictorias sobre cuál había sido el monto real de la venta, el entonces diputado Mario Cafiero le pidió a la Unidad de Información Financiera (UIF) que investigara la trama de la operación.

“Fue escandaloso. Había fuertes sospechas de lavado y por detrás estaba la mafia rusa. Ya en ese momento estaba claro su rol de ladero de Macri en operaciones nonc sanctas”, opina Cafiero, doce años después. “Arribas era el testaferro de Mauricio”, acusa directamente el ex vice de Macri en Boca, Roberto Digón.

Al mando de la AFI, Arribas estableció una sociedad informal con un grupo de dirigentes que, pese a no contar con cargo formal, tallan sobre el rumbo de la Agencia: el presidente de Boca Daniel Angelici; el ex número dos de la SIDE durante el gobierno de la Alianza, Darío Richarte; y el mítico radical Enrique “Coti” Nosiglia, quien volvió a visitar el edificio de la ex SIDE.

A lo largo del primer año macrista en el gobierno, Majdalani funcionó como un pararrayos de las denuncias y cuestionamientos a la AFI. Por su perfil alto, pasado ultra-menemista, roces previos con la justicia y amistad con el ex número dos de la Agencia, Francisco “Paco” Larcher, la “Turca” Majdalani empujó a Gustavo Arribas hacia un conveniente segundo plano.

El amigo de Macri aprovechó ese corrimiento para concentrarse en la acumulación de poder: se alió estratégicamente con Angelici, echó y jubiló a casi 600 espías, y en contrapartida sumó unos 600 nuevos.

Ahora, tras la reciente acusación en su contra, salió de las sombras a la fuerza, convirtiendo por un momento a la ex SIDE en un hormiguero. Si bien Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña y algunos dirigentes radicales piden su suspensión de la AFI, Arribas cuenta con un apoyo casi blindado en Casa Rosada.

Según la investigación del periodista Hugo Alconada Mon y el equipo peruano IDL-Reporteros, en 2013 un financista de la constructora Odebrecht, condenada por el pago de coimas en Brasil, Argentina y otros diez países, le giró casi US$ 600. Aquel pago de septiembre de 2013 coincide temporalmente con un hecho de la política argentina: por aquellos días, obtuvo un nuevo impulso el proyecto para el soterramiento del tren Sarmiento. La obra quedó a cargo del consorcio de empresas integrado por Odebrecht, la argentina Iecsa (de Ángelo Calcaterra, primo de Mauricio Macri), la española Comsa y la italiana Ghella.

Arribas negó tener relación con Odebrecht, pero admitió haber recibido unos 70 mil dólares por la venta de un inmueble en San Pablo. El giro se habría hecho desde una cuenta de Hong Kong a una de Suiza (declarada por Arribas), a través de una empresa que la justicia brasileña definió como "fachada" para el pago de coimas, lavado y evasión. El dato sobre el origen de la transferencia, y no tanto la controversia sobre el monto recibido, es el que más compromete a Arribas.

El jefe de la AFI, sin embargo, cuenta con las espaldas bien cubiertas. Macri lo sostiene casi a sobre cerrado. Con esa banca, el primer reflejo del gobierno fue protegerlo sin titubear. El juez federal Rodolfo Canicoba Corral, uno de los encargados de investigarlo, también le bajó el tono al posible delito en declaraciones a Radio con Vos. Para Canicoba Corral, quien encabeza uno de los tres juzgados a los que les tocaron las denuncias, la acusación "es muy difícil de probar". Los grandes medios, incluido el diario en el que se publicó la noticia, parecen encaminados a confiar en la versión de Arribas y a dar por cerrado el caso.

Así, Arribas se dispone a empezar el año, tras la vuelta de sus vacaciones en Brasil, con más facilidades al frente de la Agencia de Inteligencia. La AFI cuenta con un plus presupuestario de 355 millones de pesos: un aumento del 24,5%, por encima de la suba integral del presupuesto (22%) y de la inflación proyectada para el año próximo (17%). Además del aumento de fondos, la AFI ya no tiene la necesidad de rendir cuentas públicas, desde que Mauricio Macri habilitó por decreto la confidencialidad plena de sus recursos.

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Querer y no poder

(por Andrés Fidanza) Si la filosofía kirchnerista era que la política es siempre sinónimo de pelea, la de Mauricio Macri se resume en el mensaje central de las técnicas de auto-ayuda: querer es poder. Se trata de una arenga optimista para que los argentinos, todos, juntos y unidos, tiremos para adelante. El Imagine macrista elimina retóricamente las diferencias de intereses, clases, religiones e ideologías, y omite dar más detalles sobre la propuesta: cómo, quiénes, cuánto tiempo y hacia dónde hay que empujar. No importa demasiado: gobernar un país específico, ubicado en sudamérica, se lleva puesto cualquier eslogan, por más que sea enunciado con énfasis, honestidad o inocencia. El día a día es otra cosa. Ni Cristina Kirchner daba todas las peleas que prometía, ni Macri confía del todo en su haiku de las buenas ondas.

En sus últimos tres o cuatro años de gobierno, al kirchnerismo le costó aplicar su teoría sobre el carácter político de los sucesos: esa convicción no le alcanzó para dominar la macroeconomía. Y su discurso cayó en un offside voluntarista, para regocijo eficaz de los grandes medios.

El catecismo macrista (pacifista, comparado con el cristinista) chocó contra la realidad más rápidamente. Néstor y Cristina Kirchner ganaron varias peleas antes de empezar a perderlas por puntos, knock out o desempate del vicepresidente radical. En su primer año de gobierno, a Macri le falló una buena parte de su apuesta: su mera presencia empresario-friendly no atrajo las inversiones esperadas, al punto de cumplir su expectativa: reemplazar incentivo a la inversión por aliento al consumo. Su confianza en abrirse al mundo también fracasó: un contexto de retraimiento general no ayudó al macrismo, dejando a la economía congelada durante un año largo.

Ahora, el gobierno intenta hacer equilibrio entre su convicción liberal y sus necesidades políticas, en un año electoral. "Ojalá ustedes las vean como menos graduales y del otro lado como más graduales", le respondió Macri a Marcelo Longobardi, quien le había consultado (con opinión tomadísima) sobre las políticas para el 2017. El sueño presidencial es ser visto como moderado o de shock, según quien mire.

En contra de su ideología pro baja de impuestos, el macrismo subió el IVA al eliminar la devolución por consumo con tarjeta de débito. Mientras tanto, le encomienda a Nicolás Dujovne rascar el fondo de la olla para bajar el déficit. A diferencia de los recortes y privatizaciones estructurales de los noventa, el nuevo ministro de Hacienda cuenta con un tijerita plegable e importada de China para concretar el ajuste.

"Tenemos un componente del gasto automático muy elevado. El gasto previsional es alto y va a seguir subiendo por los próximos años por la curva demográfica y por el impacto de la reparación histórica. Y por otro lado tenemos decisión política y económica de mejorar el gasto en infraestructura. Argentina tiene la infraestructura atrasada, colapsada: mejores trenes, rutas, puertos. Eso nos obliga a ser extremadamente prolijos, ser muy eficientes en los gastos de la administración. Y mirar si hay duplicaciones de Secretarías, por ejemplo", explicó Dujovne al diario El Cronista, pocos días después de asumir.

Obviando el dato de que el macrismo aumentó el número de secretarías nacionales (pasaron de 70 a 90), Dujovne planea construir puentes, trenes y puertos, con la (improbable) ayuda del ajuste minimalista como recurso.

La impotencia del primer año a la baja también parió una novedad en el estilo de conducción interno: Macri pasó del siga siga a la mano dura hacia su tropa. En su etapa de alcalde porteño, recién modificó el gabinete tras haber cumplido su segundo año en el cargo, pese a que existían internas feroces (larretistas vs. michettistas), ministros con ambiciones y agenda propia, y enormes dificultades para dar con el timing de la gestión porteña. Como presidente, ya corrió a dos funcionarios de peso, incluido el ministro de Economía. Y el secretario de Obras Públicas, Daniel Chain, también quedó al borde de la expulsión.

A diferencia de Alfonso Prat-Gay e Isela Costantini, Chain es un PRO puro. Ex ejecutivo de Socma (la histórica empresa del Grupo Macri), Chain fue ministro de Desarrollo Urbano porteño de punta a punta de la administración macrista. Sobre sus 12 ministros originales en la Capital, ocho tuvieron esa misma continuidad. Un récord que difícilmente se vaya a repetir en la Nación.

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Veranito peronista

(por Andrés Fidanza) Cuando el gobierno marchaba a cerrar el año políticamente invicto, casi sin traspiés ni grandes dificultades para imponer su rumbo (con ajuste incluido), una serie de retrocesos y errores no forzados le alteraron el guión. Sin caer en idealizaciones sobre una unidad plena casi impracticable, sobre fin de año la vasta familia peronista recuperó la iniciativa perdida y reforzó su perfil opositor.

Tras un año de desconfianzas, enfrentamientos larvados y pases de facturas vencidas, el mundo peronista llegó a un acuerdo en la Cámara de Diputados, alrededor del proyecto sobre el Impuesto a las Ganancias. Emilio Monzó le puso a Mauricio Macri su mejor cara de “te lo dije”. Y el presidente se fastidió con Sergio Massa, olvidando su estrategia de rivalizar casi exclusivamente con el kirchnerismo. La reacción instintiva de Macri fue sacar a relucir su speech más anti-peronista, para satisfacción plena de sus votantes más fanáticos y gorlismo friendly. Pero a los pocos días se impuso a la fuerza el ánimo negociador, y los funcionarios macristas arrancaron la ronda de llamados, mensajes por whatsapp, reuniones y presiones monetarias a senadores y gobernadores.

La reforma aprobada por los diputados opositores, con base en las cuatro ramas principales del peronismo, no se aplicará. Caducará en el senado o en manos de un veto presidencial. Ese desenlace ya está prescrito y no será una sorpresa para nadie. La novedad que trajo la audaz jugada opositora fue de otro tipo: habilitó un cambio de escenario. El gobierno, casi por primera vez a lo largo de su primer año en el poder, quedó bajo la lupa, escrutado y a la defensiva. Hasta el momento, el oficialismo había logrado avanzar exitosamente desde lo político (pese al congelamiento de la economía) con extremo perfil bajo. Pudo manejarse libremente sin que se consolidara el clivaje clásico (jerga politológica para referirse a quiénes son los antagonistas centrales y en función de qué) del gobierno versus la oposición.

En parte gracias al crédito social de su primer año, y otro poco por la colaboración de los grandes medios, el oficialismo pudo sostener ese estado de excepción. Otras situaciones también lo ayudaron: la omnipresencia de Cristina Kirchner (incluso a su pesar); la atomización peronista; y los acuerdos llave en mano que el gobierno hizo con los gremios, el massismo y las organizaciones sociales.

Ese modelo parece haber entrado en crisis, tras la unificación peronista a partir de una agenda concreta: la reforma del Impuesto a las Ganancias. Para conseguirlo, los actores peronistas hicieron una tregua tácita: el peronismo no K abandonó su búsqueda permanente de la diferenciación con el kirchnerismo; y el Frente para la Victoria hizo una pausa en su cacería de supuestos traidores dentro del peronismo. Ahora, abundan las reuniones, los asados, los brindis, las negociaciones y las planes entre compañeros y ex compañeros.

Pero ningún evento de la política, incluso los más palaciegos, ocurren en el vacío. Según un informe reciente de Ibarómetro, en las últimas semanas hubo un sensible cambio de clima entre los ciudadanos que se identifican como opositores al gobierno. Dentro de ese universo, la encuesta de Ibarómetro detectó un aumento importante de quienes prefieren una “oposición firme y que ponga límites”. En contrapartida, los que pretendían un modelo de oposición que “dialogue y acompañe” cayó del 36% al 16%.

El veranito peronista difícilmente se traduzca en una gran alianza electoral. Se verá entonces qué tribu peronista está en mejores condiciones para capitalizar ese ánimo creciente de una oposición más clara. Pero para eso falta: el peronismo suele resolver esos dilemas a último momento, un rato antes del cierre de las listas.

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Arrancó la fase defensiva del macrismo

(por Andrés Fidanza) Tras un año de haber salido siempre al ataque, de local y visitante, tanto en Casa Rosada como en el Congreso (con cuatro primeros meses de cambios en fast-forward), ahora al gobierno le toca empezar a cuidar el arco propio. Con la campaña electoral a la vuelta de la esquina, al macrismo ya no le resultará tan fácil imponer su agenda.

Al contrario, deberá barajar la de los planteos de la oposición, como le pasa ahora mismo con el proyecto sobre el Impuesto a las Ganancias que impulsa el massismo. De eso se quejó (y todavía se queja) Emilio Monzó: sumar operadores peronistas y mantener un discurso menos confrontativo (y hasta gorilón) podría haber sido una forma más astuta para enfrentar la etapa de vacas flacas que se viene. Y si bien son varios los funcionarios que comparten la postura de Monzó, aunque lo manifiesten tibiamente o sólo en off, Mauricio Macri ya tomó partido.

En el denominado retiro espiritual de Chapadmalal (una especie de introspección estudiantil y optimista del presidente con su gabinete ampliado), Macri decretó que el rumbo no se toca. Ni el económico, ni el político. “Esto no se trata de amontonar”, concluyó el presidente.

Así, el dúo Marcos Peña-Jaime Durán Barba sigue al mando de la estrategia política-filosófica de Cambiemos, consistente en hablar el lenguaje de los despolitizados y no manchar con peronismo la pureza aria macrista. Pactar con dirigentes sueltos del PJ, tal como propone Monzó, pondría en duda la identidad de Macri ante sus votantes. La opción rosquera de Monzó implicaría que el presidente y su familia dejen de ser tan blancos, tan hermosos y puros, tal como graficó la ex Gran Hermano, Pamela David.

Al igual que Amado Boudou y Sergio Massa, Monzó arrancó en el semillero de la UCeDE, antes de pasar al peronismo. En alguna curva de los primeros noventa, el menemismo vació de sentido la decisión de militar en una fuerza liberal, pero minoritaria en comparación con el PJ. En el salto de la UCeDE al PJ, las carreras y proyectos de los jóvenes liberales recibían mayores impulsos, recursos y chances de morder algún cargo.

Con más de 20 años jugando para el vasto equipo peronista (se puso la camiseta duhaldista, sciolista y narvaecista), Monzó ahora opina que al gobierno le faltan aliados peronistas. Sus candidateados fueron Florencio Randazzo, Julián Domínguez o Gabriel Katopodis. Al margen de los nombres propios, Monzó sostiene que al macrismo le faltan armadores políticos. Desde su mirada, operadores y peronistas se vuelven casi sinónimos. “No todos los peronistas son malos”, aclaró mientras almorzaba por TV, una vez que Mirtha Legrand lo tuvo acorralado a golpe de prejuicios.

En el peña-duranbarbismo creen que Monzó sobreactúa, que habla sólo para la tribuna del sistema político. Y algo de eso hay: con elogios de la oposición, Monzó consiguió ser reelecto con enorme consenso al frente de la Cámara de Diputados. Pero sus planteos exceden el calculito de la rosca parlamentaria. El diputado PRO-peronista pronostica que, de seguir así, Cambiemos perderá la legislativa y atravesará un año legislativo traumático, en el que su trabajo se limitará a atajar los penales de la oposición. ¿Demasiado pesimista? Puede ser. Hace poco más de un año, el macrismo también desoyó el consejo de analistas, consultores, editorialistas, punteros y sindicalistas, y llegó a la presidencia sin la necesidad de acordar con el peronismo. Sus pataleos, aún cuando no se cumplan del todo sus proyecciones agoreras, ya funcionan como síntoma: la etapa ofensiva del macrismo, reinante en los primeros meses de gobierno, se empezó a difuminar.

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Gobernabilidad mata internas y economía congelada

(por Andrés Fidanza) Sin brotes verdes, ni luz al final del túnel a la vista, las internas de gobierno se hacen cada vez más explícitas. Ante la falta de resultados (económicos), Emilio Monzó le pasa facturas estilísticas a Jaime Durán Barba y a Marcos Peña. Se trata de una de las tantas fricciones que existen en Cambiemos. Pese al panorama de tensiones y recesión, el gobierno negocia exitosamente con gremios y organizaciones sociales, aprovecha cierto ánimo social de confianza (o desgano), y a su vez resigna una parte de sus objetivos. Así, el macrismo consigue el único requisito indispensable para seguir adelante: gobernabilidad.

Lejos de ser una novedad, los cuestionamientos de Emilio Monzó son un clásico de las internas macristas, que suelen aflorar en los momentos de crisis: los PRO-peronistas se sublevan frente a la estrategia "gentista" (dominante en el macrismo) de hablar el lenguaje de los despolitizados (el 80% del electorado, según estima Durán Barba).

Dentro de Cambiemos, ya son varios los fuegos amigos bien consolidados: los hay personales, históricos y más conceptuales. Elisa Carrió, por ejemplo, acusa diariamente a Daniel Angelici de operar en la justicia y la ex SIDE. Y si bien el gobierno lo relativiza, se trata de un dato innegable: ayer El Tano Angelici y el jefe de la Agencia de Inteligencia, Gustavo Arribas, almorzaron en el restaurante Red de Puerto Madero.

Otras internas notorias son las que busca y genera la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quien está enemistada tanto con Marcos Peña, como con el ministro bonaerense Cristian Ritondo. Su perfil alto, declaraciones temerarias y protección a sobre cerrado de la corporación policial (incluso ante casos de aparentes abusos), ya le valió algunos roces importantes, al punto de que Mauricio Macri tuvo que mediar entre ella y María Eugenia Vidal.

Es una ley no escrita de la política: la economía a la baja potencia los malhumores preexistentes. Así, a un año de haber asumido, el mayor mérito que exhibe el gobierno de Mauricio Macri es prácticamente una cuestión de fe: haber plantado los pilotes para el desarrollo futuro, para el largo plazo venturoso y para convertir a la Argentina en Australia. Creer o reventar. Y ese es el handicap con el que por ahora cuenta el PRO: todavía son mayoría social los que prefieren creer.

Por arriba, en la franja de las elites opositoras o que simplemente no pertenecen a Cambiemos (sindicalistas, legisladores, organizaciones sociales, empresarios y medios de comunicación), pasa algo parecido. Se impone una mezcla de cálculo, obtención de pequeñas ventajas, falta de creatividad y percepción de un clima social que todavía le da cierto crédito al macrismo. Y algo más: no hay actores de peso que apuesten al desgobierno. Ese algoritmo da como resultado una especie de statu quo aprovechado por el oficialismo. Se trata, sin embargo, de un equilibrio demasiado frágil, en el que el macrismo ni siquiera puede desplegar libremente toda su agenda de gobierno.

La tercerización de la política social en un grupo de organizaciones territoriales, con predilección por el Movimiento Evita y la CTEP, no implica una garantía de paz social por tiempo indeterminado. Los planes sociales no logran reemplazar a una economía estancada. Con la mini-fractura del bloque del FpV todavía en caliente, el cristinismo exagera a sabiendas, al atribuir un juego tibio y casi oficialista por parte de la CTEP y el Evita. La semana pasada, la marcha de las organizaciones sociales al Congreso, con la presencia de un sector de la CGT, estuvo lejos de ser en apoyo al gobierno. A lo sumo se trató de una bravata previa a la mesa de negociación, en la que de hecho consiguieron algunas mejoras y aumentos en los programas. Vista desde el gobierno, esa concesión (contraria a su propio discurso e ideología) servirá para pasar diciembre en calma, para condicionar futuros reclamos y, sobre todo, para hacer tiempo y ganar un poco de aire.

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Con CFK de candidata, la elección bonaerense será mucho más una simple legislativa

(por Andrés Fidanza) La ex presidenta es la única dirigente capaz de nacionalizar y a la vez sumarle un plus de épica e interés (en muchos casos desde el morbo y la crítica antikirchnerista más rabiosa) a las legislativas bonaerenses. Con Cristina Kirchner en una de las boletas, la elección ya no sería una legislativa más, en la que los votantes se enteren sobre la hora de los nombres de los candidatos.

Además de romper cierta indiferencia social, su postulación en las legislativas del año próximo amaneza con llevarse puesta una buena parte de los análisis políticos de laboratorio circulantes, en direcciones todavía difíciles de calcular.

Si bien no hay confirmación oficial (en un sistema de comunicación siempre hermético y de voceros reducidos), existen indicios para presumir que Cristina Kirchner será candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. O mejor dicho: que tiene la voluntad de presentarse. Desde hace unas semanas, tanto CFK como su entorno coquetean con esa posibilidad. Sus últimas intervenciones incluyen esa chance entre líneas, mientras su tropa se entusiasma con una encuesta reciente que la da ganadora.

Según el estudio de Analogías, basado en 1.815 casos de la provincia, la ex presidenta superaría el techo de los 30 puntos: la encuesta le adjudica un 32,5%, adelante de Elisa Carrió (con 25%), y de Sergio Massa, quien sacaría 20 puntos. En el conurbano, donde la lluvia ácida sobre CFK parece haber tenido menor impacto, su candidatura alcanzaría un 36.6 por ciento. En esa zona de la provincia -donde “Macri está destruido, pero María Eugenia Vidal no”, según el consultor Hugo Haime-, CFK se hace fuerte.

El cariño que despierta su figura en el conurbano alimenta la fantasía de una Cristina inmaculada, con un nivel de acompañamiento cercano al de 2011, al de los mejores años del ciclo económico kirchnerista, tiempos del win-win entre trabajadores y empresarios. El contexto recesivo de la provincia, con las changas y el comercio informal paralizados, no hace más alimentar esa ilusión. En diciembre, por ejemplo, la envalentonada militancia cristinista reeditará el periódico Patios Militantes. Y si bien el 54% nacional de 2011 resulta imposible de recuperar, el kirchnerismo se conforma con un treinta y pico bonaerense que desequilibre el empate de tercios entre Cambiemos, el massismo y el FpV.

A partir de un cálculo algo esquemático, basado en la conveniencia de polarizar con un kirchnerismo de aparente techo fijo (y bajo), el macrismo también alienta la candidatura de CFK. Ante la falta de resultados económicos, el oficialismo buscará estirar el estado de plebiscito permanente sobre la última etapa del kirchnerismo. Y la mejor forma de subrayar el contraste es con Cristina Kirchner de candidata, en el único distrito capaz de imponer una lectura nacional del resultado electoral. Así, el discurso de la gestión y la racionalidad macrista derivarán a la fuerza en una retórica sobre la ruptura y la pesada herencia. Se trata de una apuesta riesgosa por parte del PRO.

El massismo disiente con ambas fuerzas, en función de sus propios intereses: en el partido de Sergio Massa creen que la presencia de CFK volvería bastante angosta su ancha avenida del medio. Cercana al Frente Renovador, Margarita Stolbizer llegó a sugerir que el gobierno opera judicialmente para frenar la detención de CFK, con el objetivo de manetenerla en la cancha electoral. Mucho menos confiados que los macristas, una parte de la tropa massista entiende (y entiende bien) que la candidatura bonaerense de Cristina le agregaría una electricidad impredecible a la elección.

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De ghost writer de De Narváez a esperanza blanca del progresismo

(por Andrés Fidanza) Es aliado de Macri, pero adversario de Rodríguez Larreta, y cuenta con el apoyo de la estructura nosiglista. Es un economista progre con residencia en Washington, según lo chicanea el larretismo. Fue kirchnerista (sobrevivió a la 125), felipista y originalmente narvaecista, al punto de que empezó su carrera política como ghost writer del empresario colombiano. Se sirve del voto-metejón de los porteños, pero no descarta ir por algo más en 2019. Sin territorio ni partido propio, Martín Lousteau es el gerente de marketing de su empresa unipersonal.

El embajador en Estados Unidos tiene 45 años. Es Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires (o El Colegio a secas), economista de la San Andrés y "Master" en el London School of Economics and Political Science. Desde su formación arrastra con un mandato cantado: ser parte de la élite argentina. Ese deber ser le justifica los sucesivos cambios de camisetas partidarias, meras circunstancias para cumplir la meta existencial.

Lousteau es un dirigente versátil, tanto en las sociedades políticas que armó en los últimos 15 años, como en su registro discursivo: pasó de profesor de tenis de Palermo a ministro de Economía, y de ahí a comentarista radial cool, en el programa de Andy Kusnetzoff. Y ahora, desde la embajada macrista en Washington, ocupa un casillero paradojal en el tablero de la política: es aliado de Mauricio Macri, pero opositor a Horacio Rodríguez Larreta, a quien estuvo a punto de vencer en el balotaje porteño. Un poco en contra de los esfuerzos que hace Larreta para mostrar un perfil propio y diferenciarse de Macri, desde Casa Rosada ven el cuadro electoral general, y no sólo el capítulo porteño.

Así, con un guiño previo de Macri, Lousteau buscará revancha contra el actual alcalde. Con tal objetivo, que en realidad es el plan de mínima para el 2019, por estos días analiza la posibilidad de presentarse en las legislativas del año próximo. Cuenta con el empuje de la estructura radical porteña, encabezada en las sombras por el mítico Enrique Coti Nosiglia. Para Lousteau se trata de una alianza más, sin compromiso ni mancha moral, a pesar de que sobre la maquinaria de la ex Franja abundan las anécdotas de patoterismo y debilidad por la caja universitaria.

Antes de su actual pacto con el aparato nosiglista, Lousteau fue funcionario de Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires: ocupó desde la jefatura de gabinete hasta la presidencia del Banco Provincia. Ahí se fogueó y multiplicó su agenda de contactos. Pero su verdadera entrada a la política, hoy casi escondida dentro de su CV, se había dado algunos años antes, de la mano de Francisco de Narváez.

En el 2001, Lousteau ancló en la fundación Creer y Crecer, una suerte de antecedente oenegista del PRO. En una época de desprestigio y vacas flaquísimas para la política, esa fundación era un oasis para los profesionales ambiciosos y con interés por llegar al Estado. Creer y Crecer estaba dirigida por un dúo empresario, con roles bien definidos: Mauricio Macri, presidente de Boca desde 1995, era el frontman de la aventura; y Francisco De Narváez hacía de mecenas, un poco en contraposición de la famosa austeridad macrista. Todavía desconocido, mucho antes de su explosión de popularidad tinelliana, De Narváez le había vendido al Grupo Exxel su compañía familiar, la cadena de supermercados Casa Tía. En los años salvajes de las fusiones, la profesionalización y extranjerización de las empresas, De Narváez había hecho punta, con una venta cercana a los 650 millones de dólares.

Así, De Narváez financió varios saltos sincronizados a la política: el suyo, el de Macri y el de una banda de jóvenes, la mayoría hoy con cargos en ministerios, secretarías y embajadas. Por Creer y Crecer y su posterior desprendimiento, ya propiedad exclusiva de De Narváez, la fundación Unidos del Sur, pasaron Lousteau, Alfonso Prat-Gay, Germán Garavano, Eugenio Burzaco y Gustavo Ferrari, entre otros funcionarios actuales.

En 2004, después de que De Narváez bancara la candidatura presidencial de Carlos Menem, Unidos del Sud le publicó a Lousteau y a Javier González Fraga el libro Sin Atajos, un bodoque sobre macroeconomía y sistemas previsionales. Y en 2005, cuando De Narváez buscaba congraciarse con el presidente Néstor Kirchner, Lousteau le hizo de ghost writer. El gobierno invitó a un grupo de empresarios, De Narváez incluido, a una gira por Alemania. Y el ex dueño de Casa Tía le encargó a Lousteau que le preparara un discurso “bien keynnesiano” para lucirse frente a la cámara de industriales de Munich y, en especial, ante el presidente argentino.

Metáfora viviente del electorado volátil y del sistema de representación en crisis, Lousteau busca aprender de la moraleja narvaecista. El embajador de Macri quiere ser más que una estrella fugaz de la política.

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En busca de paz en la calle, el gobierno terceriza la política social

(por Andrés Fidanza) Si el kirchnerismo pretendía seducir a las organizaciones sociales para sumarlas a su proyecto, el macrismo quiere entregarles llave en mano (principalmente al Movimiento Evita y a la CTEP) el control y aplicación de sus políticas sociales.

Por esa vía, tercerizando en las orgas una buena parte del manejo de fondos, el gobierno logra una carambola: se desliga de un mundo que le resulta ajeno (y por momentos hostil), mientras se ahorra los múltiples conflictos que acechan la gestión, sin dejar de cumplir con el papel caritativo (aunque profesionalizado) que pretende para sí mismo. A la pasada, con esa estrategia ya se anotó un golcito: le sirvió para partir el bloque del FpV en la Cámara de Diputados.

"Le mostré la enorme asistencia social que desplegamos en diez meses, aumentando lo que había y coincidimos en que el asistencialismo debe ser transitorio porque, sino, condena a mucha gente a la frustración", se jactó Mauricio Macri, en la conferencia de prensa posterior a su encuentro con el Papa Francisco.

El presidente aseguró que el Papa "elogió fuertemente" el trabajo de la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y de la gobernadora María Eugenia Vidal. Según la versión de Macri, Francisco las definió como "dos personas muy al tanto de la pobreza y las necesidades de la gente".

El elogio papal hacia Stanley, hija del ex presidente del Citibank y ejecutivo del Banco Macro (Guillermo Stanley), y educada en la bilingüe Saint Catherine School, se explica por una serie de motivos.

Por primera vez en la historia del Ministerio de Desarrollo Social (creado en 1994 como secretaria) un dirigente de Cáritas es viceministro de Desarrollo Social. Se trata del secretario de Coordinación, viceministro en la práctica, Gabriel Castelli. A mitad de camino entre la Iglesia Católica y la empresa con sensibilidad social, es licenciado en Administración de Empresas, ex director de la cementera Loma Negra, del HSBC Bank Argentina S.A., de la cadena Farmacity; director nacional de Cáritas Argentina, presidente de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina, miembro de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), y miembro del Consejo de Administración de la Universidad Católica (UCA).

La de Castelli no es la única designación con ofrenda papal incorporada. Al frente de la Subsecretaría de Responsabilidad Social (una innovación institucional bien PRO, con un aire a la estrategia caritativa de las empresas) está Victoria Morales Gorleri, secretaria de la Vicaría Episcopal de Educación por diez años, ligadísima al por entonces arzobispo Jorge Bergoglio.

Las razones, sin embargo y como casi siempre, dependen más de la política que del organigrama estatal. Es que en el Ministerio de Desarrollo Social son más las continuidades que las rupturas. A diferencia de la tormenta de despidos, cierres de programas y ajustes que el PRO impuso en otras áreas, ahí Stanley optó por mantener el rumbo de trazo grueso. En la política social, uno de los segmentos que Francisco mira con más atención (porque recibe información de primera mano desde la CTEP), el macrismo no retrocedió. Para espanto absoluto de la base electoral le exigían un ajuste fiscal más violento, el gobierno aumentó el monto recibido por los planes Argentina Trabaja y el Ellas Hacen (para más de ochenta mil mujeres vulnerables), que estaban fijos en 2.600 pesos. Así, los casi 190 mil beneficiarios de ambos planes pasaron a cobrar 3.120 pesos, a cambio de unas veinte horas semanales de trabajo.

Pero el macrismo introdujo un matiz, con guiño papal: algunas organizaciones pasaron a manejar los fondos para la compra de herramientas e insumos del plan Argentina Trabaja. La CTEP (integrada por el Movimiento Evita, que rompió con el kirchnerismo) y Barrios de Pie tienen más de veinte entes ejecutores a su cargo. Desde el ministerio aseguran que su intención es reimpulsar el Argentina Trabaja, que alcanza a unas 105 mil personas, en 143 localidades de 15 provincias, con el 50% del plan concentrado en el conurbano bonaerense.

Destinado a desempleados sin subsidio social, a excepción de la AUH, el programa apunta a que los trabajadores se asocien en cooperativas y realicen tareas de mejora de infraestructura, limpieza y trabajos en talleres, sobre todo en barrios y municipios.

Así, el macrismo concretó una especie de puenteo a ciertas intendencias que antes administraban los fondos para herramientas y materiales. Ahora, los llamados entes ejecutores podrán ser las propias organizaciones vinculadas a las cooperativas. La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, que tiene línea papal directa, será ejecutora de unos 20 emprendimientos.

La CTEP, ese espacio heterogéneo que aspira a ser la CGT de los cartoneros, vendedores ambulantes, campesinos, costureros, motoqueros, cooperativistas, artesanos y obreros de empresas recuperadas (un universo que estiman en 4 millones de personas), se convirtió en el interlocutor favorito del gobierno.

Con diciembre y sus fantasmas de conflicto callejero a la vuelta de la esquina, la jugada macrista apunta a garantizar cierta paz social, recurriendo a la capacidad instalada y el know how del Movimiento Evita. Ese acuerdo, en el que hay bastante de provecho mutuo, no implica de ninguna manera una cooptación definitiva. Y mucho menos la desarticulación de la protesta social.

Al contrario, desde las organizaciones reconocen que todas las buenas intenciones del Ministerio de Stanley quedan diluidas por el clima macro de recesión. Las políticas sociales pierden sin falta en la carrera contra las medidas económicas. Con el circuito de changas a la baja, el verdadero motor de la economía popular, no hay plan que alcance. Así, tal como metaforizó el politólogo Carlos Vilas, la política social se parece a una ambulancia que levanta a las víctimas de la política económica.

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Seamos honestos, lo demás no importa nada

Así, el autoritarismo, la falta de cintura, la maleabilidad ideológica y hasta la capacidad técnica (o su ausencia) se vuelven rápidamente datos menores frente a su perfil de Eliot Ness macrista. Mayor retirado del Ejército, veterano de Malvinas, ex carapintada y jefe de la Agencia de Control Gubernamental porteña (donde tuvo un papel controvertido, tras el incendio intencional de Iron Mountain y la misteriosa desaparición de su habilitación), la figura de Gómez Centurión no funciona como una metáfora exacta del macrismo. Al contrario, el suspendido director de la Aduana se ganó varios enemigos en el gobierno. Y el PRO a su vez se compone de tantas tribus, que resultan injusto los intento de explicar su ADN desde una sola persona.

Parido al calor del colapso de 2001, el macrismo se sirvió de retazos de agrupaciones tradicionales en crisis. De allí los Cristian Ritondo y los Diego Santilli por el PJ, y los Daniel Angelici y los Martín Ocampo por la UCR (recién varios años después se concretaría la alianza orgánica con el radicalismo). A esos grupos se les agregó un sector clave: el de los que decidieron “meterse en política” provenientes del mundo de las ONG y los thinktanks, por un lado, y del empresariado, por el otro. Ambos seguirían el ejemplo de Mauricio. Dentro de esa variedad, Gómez Centurión es más bien un paria sin demasiadas afinidades internas ni ambiciones políticas, aunque con el aval decisivo de Macri y su mesa chica.

El elogio a Gómez Centurión resume una mirada en alza, tanto en los medios como en la calle (cebados mutuamente), según la cual lo único importante es la honestidad del dirigente. Por algo Elisa Carrió le dio su respaldo, casi sin conocerlo, en una especie de certificación experta sobre la blancura del ex militar. El mismo sello de calidad que Carrió, en contra de sus opiniones previas, le había concedido a Mauricio Macri durante la campaña, en un empujoncito determinante para que ganara la elección.

El mensaje de “seamos honestos, lo demás no importa nada” le sirvió al macrismo para llegar a la presidencia. Macri se aprovechó de la bandera anticorrupción, sin que conectara estrictamente con la centralidad de sus propuestas, más vinculadas a la necesidad de atraer inversiones, bajar el déficit y controlar la inflación. Macri incorporó un planteo que en realidad era pura demanda social. Pero lo cierto es que el PRO, desde su nacimiento hace unos 15 años, nunca fue un partido “honestista” a lo Carrió (no en un sentido despectivo).

Una vez asentado en la Casa Rosada, y tras el revoleo de dólares en el convento bonaerense por parte de José López, el gobierno profundizó ese discurso, al punto de que anticorrupción y antikirchnerismo se le volvieron sinónimos. Sobre todo ante la falta de logros económicos para exhibir. Lejísimos de la lluvia de inversiones prometida, el gobierno todavía mantiene un nivel de confianza nada despreciable, basado en aspectos alejados de la realidad cruda de la economía, como la la “honestidad de los funcionarios”.

Carrió justificó su defensa de Gómez Centurión "en la confianza de que es un hombre honesto”. La honestidad que ofrece Cambiemos todavía no se tradujo en grandes cambios institucionales, ni en planteos novedosos o rupturistas para el sistema político. La vuelta por goteo del stato quo a la ex SIDE es quizás la principal muestra de esa inconsistencia.

Así, la cruzada anticorrupción se trató más bien de la incorporación por parte del macrismo de un planteo que era pura demanda social. Una propuesta que a su vez suele funcionar mejor por la negativa: para ganar elecciones, desde la oposición; y para hacer tiempo, una vez en el gobierno, a la espera de que se entibie la economía.

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