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Editorial

Tarifazo, Corte e inversiones: puede fallar

Una combinatoria de factores explica esos errores de registro y a su vez revela una parte del ADN PRO: sobrestimación del efecto que generaría su mera llegada al gobierno, interlocución desordenada con los factores de poder, cierta displicencia (alimentada por el trato amable histórico de los grandes medios) y la tendencia a forzar un todo o nada, en el que la negociación política sólo se habilitó cuando ya no quedaba otra opción.

A esos motivos se le agrega uno más genérico: la afinidad entre determinado interés sectorial y un gobierno no se traduce necesariamente en un apoyo cerrado. O al menos no siempre y no de forma automática. Al contrario, abundan los casos de “traiciones” por parte de actores que se suponen la base electoral propia. El kirchnerismo también sufrió ese desaire, con el que suele machacar Cristina Kirchner en las redes sociales. Ocurrió cuando la burguesía mercadointernista y gran parte de los sindicatos le dieron la espalda: le hicieron paros, le fugaron dólares y no la acompañaron en el balotaje. Si gobernar es difícil de por sí, esas pequeñas incongruencias sirven para complicar aún más las cosas.

Hijo de la patria contratista, primus inter pares de los empresarios con interés por la política, Macri creía que su ascenso a la presidencia pondría en pausa las pujas, demandas y extorsiones típicas del mundo de los negocios. Al ser uno de ellos, en contraste rotundo con la convivencia incómoda que mantuvieron los empresarios con el kirchnerismo (aún en los tiempos de la ganancia dulce, durante el “país normal” de Néstor Kirchner), Macri apostaba por una suerte de apoyo ideológico. Exportadores, burguesía local (nacional o extranjera), sector financiero y campestre relegarían sus diferencias en nombre de un bien común de trazo grueso: la llegada de un gobierno pro-mercado, tras años de “populismo”. El pronóstico resultó demasiado optimista, y el bloque dominante sigue adelante con sus tensiones históricas.

Unas doce horas antes de que se conociera el fallo de la Corte que suspendía el tarifazo del gas, Macri y su gabinete varonil jugaban al fútbol en Olivos. Si bien la resolución de la Corte ya estaba tomada, redactada y entraba en curso administrativo, la primera plana macrista confiaba en un inminente fallo amigable. Al día siguiente recibiría otro golpazo de realidad anti-intuitiva. Las charlas privadas y sonrisas públicas entre Macri y Ricardo Lorenzetti, más la presión de los periodistas cercanos al PRO, no tuvieron el efecto deseado sobre la Corte.

Macri quedó molesto por la información errada que manejaba el gobierno. En adelante el oficialismo quiere ordenar la (caótica) interlocución del PRO con jueces y fiscales.

“Nos falta un interlocutor con la justicia que comunique los intereses del gobierno. Y ese rol no lo pueden cumplir 40 personas a la vez”, se quejó un funcionario del ala política del PRO.

Tras la decisión de la Corte, el gobierno se vio forzado a explorar una vía que había clausurado: la de negociar, considerando las distintas variables en juego. Lejos del discurso buenista del consenso, el gobierno justificó el tarifazo con un lenguaje instransigente: el de la necesidad de cubrir los costos del servicio. Con aval de Macri, Juan José Aranguren no modificó su mirada, una vez que pasó de CEO a ministro. El ex presidente de Shell se mostró interesado casi exclusivamente en satisfacer a los accionistas de las productoras y distribuidoras de gas, ignorando los demás aspectos a los que la función pública obliga: entre otros, la viabilidad política y el humor social.

Así, la jactancia de Aranguren sobre su falta de ambición electoral -una forma interna de chicanear a sus compañeros de gabinete Marcos Peña, Rogelio Frigerio y Alfonso Prat-Gay, todos ellos plagados de sueños presidenciales- convirtió al ex Shell en un débil gestionador. Otra paradoja del antipopulismo.

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Con las mejores intenciones

“¿Si me gusta Macri? Sí, creo que está encaminado a que el Gobierno empiece otra vez a crecer. Y más allá de los gustos, yo lo he votado la última vez y estoy convencido de que verdad quiere hacer. No le será fácil, por lo que leo y escucho”, afirmó el nuevo DT de la selección, Edgardo “Patón” Bauza, ante la consulta por su evaluación del macrismo. Si bien fue concejal del Partido Socialista Auténtico (el sector de Guillermo Estévez Boero), el Patón afirma estar entusiasmado con la voluntad de “hacer” de Macri. Se trata de una postura algo genérica, más voluntarista que racional y en la que no abundan los argumentos finos o los detalles técnicos.

Al contrario, cuando el DT santafecino se pone a ahondar en detalles, ahí surgen las primeras críticas (casi indeseadas) contra el gobierno: “Yo leí las explicaciones y todo lo demás, pero al dueño de la casa le llega el gas y no tiene plata para pagarlo”, comentó sobre los tarifazos.

Con 58 años, nacido en el pueblito Coronel Baigorria, hijo de laburantes que se compraron una casa gracias a un crédito hipotecario a 30 años, las ganas de creer de Bauza no constituyen un hecho aislado. Existen miles de personas que, sin ser fans macristas, mantienen el crédito abierto hacia el presidente, pese al clima de ajuste y parálisis económica.

Para los que viven al margen de la grieta (un sector social sub-representado en el frenetismo y la especulación de los medios), la confianza es un estado de ánimo comprensible y muy difundido, ya sea en base a sofisticados criterios macroeconómicos, a cierto hartazgo del ciclo kirchnerista o al simple deseo de que “las cosas” vayan bien para todos.

El macrismo, por su parte, alienta ese espíritu, al machacar con la imagen de un Macri desinteresado y ajeno al submundo corrompido de los políticos. Con la vida resuelta y mucho para perder, según ese relato, Macri optó por meterse en en los asuntos públicos con el único objetivo dar una mano. Esa percepción, despojada de todo contexto, ideología y análisis socio-económico, constituye uno de los mayores capitales políticos del gobierno: sobre todo, en los sectores que cuentan más espalda para aguantar la crisis. En el largo plazo, ese corte podría profundizarse, al punto de generar una polarización de clases más marcada en la valoración del macrismo.

A partir de ese planteo y de esa auto-descripción, el oficialismo debería merecer solamente credibilidad, aún ante medidas polémicas o discrecionales, como el manejo de datos de la Anses por parte de la Secretaría de Comunicación Pública o el secretismo impuesto en la Agencia Federal de Inteligencia.

En la última reunión de gabinete ampliado, Marcos Peña le puso cifras estadísticas a ese fenómeno: el jefe de gabinete explicó que, según el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG), hecho por la Universidad Torcuato Di Tella en base a una cuestionario de Poliarquía sobre 1200 casos, en julio la confianza en el gobierno creció un 4%. Así, según esa investigación, el macrismo alcanzó el mayor grado de confianza de los últimos 14 años.

Lo que no detalló Peña es que la valoración positiva del oficialismo se basa en aspectos alejados de la realidad cruda de la economía, como la “capacidad para resolver problemas” y la “honestidad de los funcionarios”. Así, si bien la fe en el macrismo alcanza un valor para nada despreciable, esa confianza no se sostiene en la percepción sobre el manejo de la economía y sus derivados, temas siempre definitorios para la suerte de un gobierno. Como contracara, es un error político desdeñar la aptitud que tuvo y tiene el macrismo para construir esa sensación.

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Tinelli, ruidazos y el Papa, ante la ausencia de la política

Durante su larga década de gobierno, el kirchnerismo determinó que su llegada al poder había marcado el regreso del interés masivo por la política, en especial en la generación de los sub-30. Y si bien se trató de una generalización un poco exagerada, lo cierto es que el kirchnerismo logró captar la atención de una importante franja juvenil.

Néstor y Cristina Kirchner tentaron a miles de adolescentes (y no tanto), ofreciéndoles dar una pelea contra algunos poderes fácticos: la 125 (una derrota que paradójicamente sirvió para consolidar la mística), la ley de medios, el matrimonio igualitario y la expropiación de YPF, por citar algunas. Peleas que, encima, se podían ganar.

Así, la política se reveló como una herramienta para cambiar la realidad, como un juego de verdad, independientemente de que fueran cambios profundos o más bien cosméticos. Miles de personas percibieron que así tenía sentido involucrarse en un partido. Ese energía militante genuina (que nunca fue apolítica, sino simplemente no se sintió atraída por los partidos tradicionales hasta el 2008, 2009) fue el principal capital del kirchnerismo.

Con la dirigencia K en crisis y la oposición peronista casi ausente, ahora esa demanda de representación se siente huérfana. De ahí la irrupción de Marcelo Tinelli, el papa Francisco y los ruidazos organizados desde las redes como mayores adversarios del gobierno. Y lo que antes parecía un regreso indiscutible de la política a la escena pública y la vida cotidiana, ahora se presenta como un repliegue hacia los asuntos privados. Desde una mirada casi filosófica, el macrismo alienta ese limitarse a “querer vivir en paz” por parte de la ciudadanía.

Ninguna de las dos tendencias, sin embargo, es o fue monolítica. Ni antes el interés por las cuestiones públicas era hegemónico, ni ahora el desdén por la política es una práctica obligada. Pero el cambio de época es innegable: incluso la difusión de casos como el Lópezgate lo alientan y facilitan.

Pese a ese panorama favorable, el macrismo empieza a mostrar síntomas de debilidad, ya detectados por las encuestas. Por primera vez en las mediciones de la Consultora Analogías, la evaluación de desempeño del Macri presenta un diferencial negativo del 7,7 %. La política económica de Cambiemos tiene una imagen negativa del 57,4%. Es decir, 10 puntos menos que en el mes de mayo. Y la desaprobación crece entre los sectores más humildes, y en el sur y el oeste del conurbano bonaerense; Macri presenta mayor aceptación en la zona norte del conurbano y en la Ciudad de Buenos Aires.

Sobre las preferencias por edad, la franja de 30 a 44 años su desaprobación pasa el promedio general en 5 puntos, alcanzando el 56,5%, y un diferencial negativo de 15 puntos. En contraste, entre los mayores de 60 años Macri presenta un diferencial de evaluación positivo de 13 puntos.

En una lectura de trazo grueso, los pobres y los jóvenes son los más disconformes con el gobierno. Y el hecho de que no haya quién lo aproveche no significa que el enojo social no exista.

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De abajo para arriba

Cuando parecía que el clima de ajuste y despidos empezaba a afectar al gobierno, ahí llegó José López revoleando bolsos con dólares en un convento. Su aparición tuvo el timming perfecto para darle aire al macrismo y legitimar su discurso sobre la corrupción K y la pesada herencia. El rol de López en el anterior gobierno, los detalles novelescos y los billetes filmados fueron una piña abrumadora que dejó al kirchnerismo momentáneamente sin aire. En caliente, lo relegó en la discusión sobre qué tribu será la que conduzca al peronismo, de cara a las elecciones legislativas del año próximo. Aunque lo cierto es que nadie tiene la bola de cristal para prever cuál será el desenlace de la interna del PJ.

En sentido inverso, el macrismo aprovechó el Lópezgate para salir de la escena política. Un objetivo nada despreciable, mientras la economía se mantenga congelada y no haya buenas noticias para anunciar. El caso, sin embargo, no le reportó un beneficio equivalente al perjuicio causado al kirchnerismo. No le transfirió confianza y favoritismo social en la misma medida. El uso PRO de la grieta política es eficaz, a condición de que la grieta social sea mantenida a raya. Y los reclamos por los tarifazos empezaron a borronear esos límites partidarios, amenezando con generar un desborde preideológico.

En un panorama de liderazgos opositores en pugna, demanda de representación huérfana, enojada o nostalgiosa (el famoso núcleo duro que exige a la Cristina Kirchner original o nada a cambio), el malestar por la suba de las boletas se abrió paso en soledad. Se impuso, a pesar de cierto ninguneo mediático, por su propio peso y perjuicio en la contabilidad de las Pymes, los comercios y los trabajadores.

Las concentraciones inorgánicas en las plazas y puertas de las distribuidoras de gas se repitieron en las localidades bonaerenses de Morón, Ituzaingó, Castelar, Caseros, Junín y San Martín, en el barrio porteño de Chacarita, en Villa Gesell y la cordobesa Río Cuarto, hasta desembocar en un cacerolazo nacional. En Capital, donde Macri ganó con por el 75% en el balotaje, la protesta se hizo escuchar como el síntoma de una molestia creciente. ¿Los tarifazos son la 125 del PRO? Si bien la comparación puede resultar engañosa, hay un punto en común: en 2008, el kirchnerismo tachaba de oligarcas a los reclamos en contra de la suba de las retenciones agrícolas; y ahora el macrismo atribuye intencionalidad política en movidas que claramente exceden el prejuicio hacia el PRO. En ambos casos se cometió el pecado de subestimación.

Algunos kirchneristas, por su parte, se entusiasmaron con un dato: el primer cacerolazo contra las políticas de Mauricio Macri llegó a los siete meses de su gobierno, mientras la primera protesta nacional anti-K le tocó recién a los cuatro años de gestión. Aunque es estrictamente real, esa estadística pasa por alto el piso de derechos y la facilidad para el pataleo social que legó el ciclo kirchnerista; sumados a la velocidad con que las redes sociales le dan cierto orden a lo inorgánico, en función de un reclamo concreto.  

El gobierno anunció ciertas correcciones a sus tarifazos de trazo grueso iniciales, incluso en beneficio del millón de casas más acomodadas (consume 20 veces más gas que las categorías menores y tendrá un aumento en la boleta de gas del 400% como máximo). Pero no piensa replegar sus banderas de ajuste tarifario. Al contrario, Mauricio Macri está más determinado que el ministro Juan José Aranguren a continuar con los aumentos. En esa convicción el presidente se aleja de la comparación incómoda con Fernando de la Rúa, incluso ante los ojos de sus aliados radicales que integraron el gobierno de la Alianza, . “Y eso es positivo”, aclaró por si las dudas un ex sushi, actual funcionario de Cambiemos.  

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Say no more

La entrevista que la ex presidenta le concedió a Roberto a Navarro fue una suerte de metáfora de ese híbrido que atraviesa su espacio: Cristina Kirchner aceptó el reportaje, pero optó por salir por teléfono y no mostrarse en el estudio. Sonrisas, enojos, gestos y look, instancias que ya vienen atadas al ajedrez de la política, quedaron por fuera del ojo de las cámaras. A diferencia de su reaparición previa en las puertas de Comodoro Py, Cristina estuvo, pero no completamente.

“Nadie debe esperar mesías ni salvadores, hay construcciones colectivas. Nadie puede convertirse en vanguardia de nada, si la sociedad no quiere. Es la sociedad la que debe empoderarse y hacer valer sus derechos", afirmó ante la consulta sobre su rol en el heterodoxo mundo de la oposición. Y se incomodó tras dos repreguntas al respecto, al punto de que intentó cerrar la charla con un “no more”, en ese spanglish que incorporó como marca comunicacional.

La postura de Cristina Kirchner no parece colmar las expectativas de sus dos tropas: la de los dirigentes más leales, diputados, sindicalistas e intendentes, pero también la del sector de la población que valora a Cristina y a lo que ella expresa, en medio de una evidente crisis de liderazgos capaces de reemplazarla.

En actitud de prescindencia o franca retirada sobre su protagonismo a futuro, y a la vez sin señalar continuadores claros, el cristinismo la contempla con desconcierto. La demanda de representación que todavía la elige no sabe bien hacia dónde mirar, mientras la dirigencia pierde iniciativa y potencia. Lejos del paraguas protector (y estatal) de CFK, las negociaciones en el PJ, en los sindicatos y hasta en los centros de estudiantes se volvieron mucho más hostiles. En el reportaje, Cristina afirmó que “faltan ideas” en la oposición.

Ese limbo en el que se encuentra el cristinismo es a la vez el estado ideal para el juego del PRO. Si le dieran a elegir sin condicionantes, si el macrismo fuera el dueño pleno del tablero, se quedaría con esta foto. La de un cristinismo grogui que no lidera, pero tampoco se integra plenamente a la retaguardia del peronismo (semi) opositor.

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La estructura sin caras del peronismo

Sin que todavía haya decantado su impacto concreto (¿dejó electoralmente out al cristinsmo?, ¿facilitará la unidad en torno a Sergio Massa?), la única certeza es que el monopolio (o casi) de la oposición al macrismo seguirá siendo peronista. Esa es la paradoja de la crisis del PJ: gobierna 16 provincias; casi dos tercios de los municipios; tiene mayoría en el Senado y es la primera minoría en Diputados. Así, pese al limbo en el que se encuentra, sigue siendo una marca ganadora y la principal fuerza con capacidad para rivalizar con el PRO. Lo que todavía no está definido y tiene un final más que abierto es: quién se impondrá en la pulseada por los nombres propios y el sentido ideológico que le impondrá al peronismo. ¿Será integrado, resistente, progresista o conservador-popular?

La deskirchnerización del Movimiento Evita (sus seis diputados abandonaron el bloque) reforzó la sensación de que el Frente para la Victoria se desmigaja, en especial a partir del lopezazo. El sistema político parece haber llegado a esa conclusión (mientras el 10 de diciembre el FPV tenía 102 diputados, ahora cuenta con 69), a pesar de que el tablero político sigue siendo mayoritariamente percibido como un juego de dos: macrismo y kirchnerismo. Muchos dirigentes tomaron una decisión avant la lettre respecto al humor social.

Ese choque de velocidades (la de los políticos versus la de la sociedad) es agradecido por el PRO, que avanza en piloto automático ante una oposición debilitada o funcional (sobre todo en el Congreso). Nadie capitaliza el descontento, en un contexto de ajuste, tarifazos y una económica congelada.

En adelante, ¿Massa será el candidato no del todo querido por el PJ (salvo por José Manuel de la Sota), pero necesario para acelerar la unidad? ¿Cumplirá el papel que tuvo Macri para la UCR, que no encontró un candidato competitivo propio en más de 12 años? ¿El kirchnerismo está condenado a ser una fuerza minoritaria y testimonial, sobre todo tras el caso-López? ¿Cristina Kirchner abandonará su exilio no forzado en su Calafate-Puerta de Hierro y trabajará para renovar el staff de los candidatos de su espacio? Las respuestas circulantes son aventureras, prematuras o vienen con agenda secreta.

Tras la inesperada derrota electoral de Daniel Scioli, el peronismo actualizó su estado de crisis y desconcierto, con varias tribus en pugna, operaciones y pases de facturas cruzadas. Pero lo cierto es que mientras no haya una recuperación económica (y por ahora el final del túnel pinta apagado), las legislativas del 2017 reactivarán de facto al peronismo.

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Las consecuencias del lopezazo

El López-gate además llevó la discusión política a un lenguaje que el PRO (con bastante hipocresía, por momentos) siempre manejó mejor que el kirchnerismo: el de la lucha contra la corrupción.

Cuando el gobierno empezaba a pagar el costo del ajuste, los tarifazos y la devaluación, apareció José López revoleando 9 millones de dólares sobre el muro de un convento. Carambola inmejorable para el PRO: una piña cuyo impacto todavía es difícil de calibrar para el kirchnerismo (“el peronismo acaba de perder en 2019”, dramatizó uno); y un shock de aire puro para el macrismo.

“El principal beneficio es que salimos de la agenda: ya no tenemos que explicar, justificarnos, prometer”, confirma lo evidente un funcionario con oficina en la Rosada. Porque si bien el lopezazo sacude directamente al kirchnerismo, es un misil que amenaza con llevarse puesta a toda la oposición. ¿Sergio Massa podría ser un beneficiado indirecto? Quizás en el largo plazo, pero lo cierto es que el tablero político sigue siendo mayoritariamente percibido como un juego de dos: macrismo y kirchnerismo. Si en el escenario previo al López-gate, el peronismo se mostraba en estado deliberativo y sin un liderazgo indiscutible (más allá de las ganas de Massa y la omnipresencia algo difusa de CFK), ahora el PJ ampliado suma desorden y aumenta su grado de funcionalidad al PRO.

Ayer el parlamento hizo de escribanía. Diputados dio media sanción a dos proyectos cuestionados, como el de blanqueo y jubilaciones del Ejecutivo. Y con Miguel Ángel Pichetto reconvertido en una especie de vocero oficialista, el Senado aprobó las designaciones de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz para la Corte Suprema. Un logro que, al menos en el caso de Rosenkrantz, parecía improbable meses atrás.

Pero más allá del avance del gobierno a nivel palaciego, facilitado desde el convento de General Rodríguez y hacia toda la Argentina, el caso López amenaza con desarticular el principal capital político que tenía el kirchnerismo: su núcleo duro, la energía y entusiasmo genuino que había logrado contagiar sobre un tercio de la población. A lo largo de su tránsito por el poder, el kirchnerismo se convirtió en un hecho cultural: y eso es lo que un caso de corrupción flagrante, bizarro y novelesco (protagonizado por una figura central como la de López) pone seriamente en juego.

En adelante, la corrupción será el tema central de la agenda mediática y política: un tópico que el kirchnerismo nunca sintió como propio. El principal enemigo K fue la anti-política. Así lo declamó y así lo puso en práctica. El speech de la anti-corrupción fue, para muchos, calificado despectivamente como honestismo. Habrá que ver si, dentro los “de eso no se habla” que el Frente para la Victoria promovió en sus propias filas, no hubo algo de anti-política interna.

Mientras tanto, ante la ausencia de otros candidatos potenciales, el papa ocupa el casillero del gran opositor, a partir de sus enojos, gestos y mensajes más o menos explícitos. Un papel que, visto en el largo plazo, resulta conveniente para el PRO. Tal como lo fue Clarín para el kirchnerismo, Francisco es un rival influyente pero que no se presenta a elecciones.

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El negocio de la grieta: macrismo o barbarie (kirchnerista)

Así, ya sea la del Papa, los gremios o la de los Panamá Papers, todas las críticas tienden a emparejarse en un kirchnerismo salvaje, ubicado en las afueras del único camino posible: el de la normalidad y el realismo post-ideológico, el de los ajustes que “había” que hacer.

Para Marcos Peña, el Papa Francisco tomó partido: “Muchos sienten que son demasiados gestos para un lado y pocos para el otro", afirmó el jefe de Gabinete, tal su perfil techie, en un mensaje que publicó días atrás en Facebook y tituló “El Papa y Hebe”.

Según el catecismo macrista, el Papa es K. Eso o simplemente arrastra un malentendido que, tal como propuso Gabriela Michetti, se podría arreglar charlando, si Francisco y Mauricio Macri se sentaran a tomar unos mates.

Los voceros del Papa, tanto los formales como los más inorgánicos, le agregan una corrección a la lectura macrista: más que alinearse o pactar con el kirchnerismo, Jorge Bergoglio tiene una mirada crítica sobre la política y la sensibilidad social del PRO. Y si bien esa mirada puede resultar funcional a los intereses de Cristina Kirchner, eso no equivale a decir que el Papa rivaliza con Macri porque se volvió kirchnerista.

Para el intelectual PRO y ghost writter presidencial, Alejandro Rozitchner, el gobierno no comunica mal, comunica de otra manera. Según Rozitchner, el macrismo “comunica directamente, sin tanta necesidad de los medios de comunicación. Los medios tienen que ver con cierta elite ilustrada, importante y meritoria; pero el gobierno tiene conciencia de que la comunicación con el ciudadano no necesariamente tienen que pasar por ahí. Los medios, imprescindibles en otras épocas, ahora ya no lo son gracias a internet y a otros cambios no tecnológicos”.

Más allá de que todo gobierno pretende construir un relato ideal sobre sí mismo, la frase de Rozitchner es cierta en la medida en que el macrismo no instala un anti-discurso mediático. No le busca el lado B a la tapa de Clarín, básicamente porque -por ahora- no lo necesita. Y mientras no necesite discutir la agenda de los grandes medios, podrá relativizar su influencia y abandonar el remañido debate sobre el verdadero rol de la prensa.

En una sociedad de mercado en la que los actores valgan y se impongan por su propio peso, el Estado se replegará lentamente. Achicará la épica, tanto la real como la más imaginaria, de sus batallas contraculturales. El que no lo comparta, deberá irse exiliado al rincón de los kirchneristas. O a lo sumo tomarse unos mates y recapacitar hasta que lo comprenda.

La ex gobernadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, entra de cabeza en ese limbo de parias. Consultada sobre estos primeros seis meses de gobierno de Macri, opinó: “No esperaba nada: claramente beneficia a los sectores concentrados y perjudica a populares. Cuando vos no sos kirchnerista pero osas decir que una política había sido exitosa, te dicen que estás de acuerdo de la corrupción. No estoy hablando de corrupción: hablo de políticas públicas”.

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El gobierno ata su suerte a rivalizar con el FpV

La elección del adversario, sin embargo, es un lujo que el gobierno no podrá darse eternamente. El macrismo podrá especular con la grieta política, pero sólo mientras la grieta social sea mantenida a raya. Sin caer en el apocalipsis de anticipar un clima pre-2001, ni subestimar la cintura del PRO y dar por hecha su caída, el gobierno no parece estar lo suficientemente alerta ante movimientos por abajo que ya están en marcha. Se trata de un malestar creciente que incluye a los sectores medios con (un poco) más de espalda para aguantar el ajuste.

Fernando, el peluquero más carismático de todo el barrio de Palermo, detectó la tendencia. Cincuentón con intereses, Fernando vive en Don Torcuato y de martes a sábado viaja hasta la zona de Scalabrini Ortiz y Santa Fe. Con ojo entrenado para anticipar los humores sociales, Fernando ya percibió el mini-cambio de escenario en las butacones de su peluquería, donde siete de cada diez clientes (“7,5 de diez”, corrige Fernando) votaron a Mauricio Macri en el balotaje. “Te resumo: lo que acá me dicen es que está bien, que había que tomar estas medidas, pero no están de acuerdo con la forma tan violenta´”.

Durante la confesión laica del corte de pelo, ese argumento se repite entre los varones que fidelizan su estática en el local de Fernando. Se trata de una línea conceptual que permite marcar distancia con el kirchnerismo, pero a la vez ponerle los puntos al PRO. Los porteños son quejosos, Fernando lo tiene clarísimo, pero en este caso la crítica llegó antes de lo esperado.

En boca de los clientes palermitanos, ese planteo funciona como una carambola tranquilizadora. Sobre todo para el sector que votó a Macri, pero no milita en ese tercio (o un poco menos) incondicional del PRO. Un segmento que su vez resultará decisivo en las legislativas del año que viene.

Porque si bien el gobierno todavía alcanza un importante nivel de aprobación en las encuestas, la valoración positiva se basa cada vez más en aspectos algo abstractos o declamativos. Sobre el manejo de la economía y sus derivados, temas siempre definitorios para la suerte de un gobierno, creció la disconformidad con el macrismo.

A cinco meses de haber asumido, según una encuesta reciente de la consultora Quiditty, el 53% de los votantes del Area Metropolitana avala la gestión macrista. Se trata de un porcentaje de apoyo todavía mayoritario y para nada despreciable.

El número, sin embargo, encierra un dato pesimista: los votantes destacan políticas (o promesas) como la relación con otros países (63%), la lucha contra la corrupción (60%) y el combate al narcotráfico (56%), mientras desaprueban lo hecho hasta el momento para crear empleo (32%), reducir la pobreza (28%) y controlar la inflación (25%). Respecto del manejo general de la economía, sólo un 38% acompaña, contra un 59% que directamente rechaza el rumbo del PRO.

El desagregado de esa información resulta especialmente amenazante para el gobierno. Porque el malestar en relación con el ajuste y el enfriamiento de la economía crece entre los que no son K ni PRO (la famosa ancha avenida del medio, sobre la que intenta desplegarse Sergio Massa). La consultora divide al 40% de los votantes que fluctúa entre entusiastas (el 18% que no votó a Macri en primera vuelta, pero sí en el ballottage) y escépticos (el 21% que recién optó por Daniel Scioli en el ballottage). Y si bien entusiastas y escépticos aprueban los ítems más blandos de la gestión macrista, rechazan su manejo de la economía.

Sin necesidad de servirse de las encuestas, Fernando leyó que la novedad del rechazo al macrismo venía por ese lado. Ahí está el principal problema que enfrenta el gobierno. La elección del adversario (kirchnerismo o Frente Renovador) es una rosca que aturde al macrismo y que, a lo sumo, solo le sirve para ganar tiempo.

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Obama, el predicador

Junto a Michelle Obama, evangelizaron a dúo sobre los valores de los Estados Unidos y bajaron una línea voluntarista en general, pero con un capítulo especial dedicado a las mujeres. En el Centro metropolitano de diseño, ubicado en Barracas, Michelle contó su increíble historia de ascenso social: hija de un matrimonio obrero del sur de Chicago y estudiante super-aplicada, la esposa de Obama podía tocar las paredes de su habitación si estiraba los brazos. Así de chica era su casa, así de humilde era su familia y, sin embargo, Michelle llegó a recibirse de abogada en Harvard y a ser parte de un estudio de abogados top. Su relato es la venganza de los nerds con detalles feministas.

“Quiero preguntarles a todas ustedes: ¿Qué causa vas a hacer propia? ¿qué injusticia vas a solucionar? ¿cómo vas a ser agente de cambio en tu país en el mundo? Se que todas tiene mucho para ofrecer y hoy las invito a seguir el ejemplo de todas las mujeres valientes de este país que las precedieron. Las invito a construir un mundo mejor para ustedes y para las chicas que viven acá”, dijo Michelle.

La escuchaba un auditorio repleto de chicas de colegios secundarios, con preeminencia de las escuelas privadas, a contrapelo de la composición real de los estudiantes en la Argentina.

Barack, por su parte, se arremangó y deambuló como un predicador en trance por el salón principal de la Usina del Arte, también ubicado en la zona sur de la Capital. "No acepten el mundo como es, constrúyanlo como quieren que sea", afirmó este militante que, con su llegada a la presidencia, rompió una barrera cultural histórica en los Estados Unidos.

A caballo de sus biografías y discursos esperanzadores, Barack y Michelle nos prometieron que todo es posible si uno se esfuerza lo suficiente. Y a la pasada hicieron un lobby muy eficaz sobre los Estados Unidos. Un papel de relacionistas públicos que a priori no era nada sencillo, sobre todo en un país con un consenso cultural antiyanqui (por lo menos retórico) tan extendido.

Si bien es imposible medir cómo cayó exactamente el tour de Obama sobre el humor social -si a Macri le sumó, le restó o le resultó neutro- una encuesta de Ibarómetro mostró un impacto positivo.

Un 65% de encuestados en la zona de la Capital y el Conurbano bonaerense tuvo una opinión favorable sobre la visita del presidente de los Estados Unidos, en tanto que un porcentaje menor pero aún mayoritario, de 54%, consideró que la gira “inserta de nuevo a la Argentina en el mundo y facilita inversiones”.

Aunque de forma distinta a la consagración de Obama, la llegada de Macri a la presidencia también fue rupturista: rompió récords y derrumbó mitos instaladísimos en la política argentina. Para empezar, el de la (casi) invencibilidad del peronismo. En elecciones sin proscripción, el justicialismo sólo había perdido dos veces, y en ambos casos contra la UCR. Hasta 2015, que una tercera fuerza de tono conservador derrotara al peronismo parecía un delirio o una utopía.

Hasta ahí, las moralejas de superación personal que dejaron Obama y Michelle en el aire, tras su paso por la Argentina. Sobre los resultados y consecuencias concretas de la visita, es demasiado temprano para sacar conclusiones definitorias. Sobre todo, visto desde los intereses de la Argentina.

Lo concretísimo, más allá de todo símbolo y sensación, es que Obama presiona para que el gobierno de Macri levante barreras a la importación, mientras el intercambio comercial entre los dos países arroja desde hace años un saldo favorable a los Estados Unidos. El desequilibrio de la balanza, sumado a cierto proteccionismo estratégico de EEUU, refleja las desiguales capacidades competitivas de ambos países. Y nada hace presumir que los guiños amistosos y librecambistas de Macri, más su necesidad casi urgente de atraer inversiones, vayan a revertir esa correlación de fuerzas.

Por lo demás, la posibilidad de avanzar con un tratado de libre comercio todavía parece lejana, lo que relativiza las versiones apocalípticas sobre un revival de las relaciones carnales. En el otro extremo, la promesa de la reinserción argentina en el mundo se mantiene como una mezcla de abstracción y deseos.

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