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Política mediática: más allá del salto de la pauta a la desregulación

Con el hachazo a la Ley de Medios por decreto, el macrismo benefició especialmente al grupo que antes fue el más castigado: Clarín. En contradicción con la prédica buenista del respeto a la república, a partir de ese DNU se eliminaron de un plumazo las restricciones a la propiedad cruzada de televisión por cable y radio y TV abierta; y los actuales licenciatarios de TV y radio ahora podrán pedir la extensión del plazo de licencia por 10 años, sin importar cuándo sea su fecha de vencimiento.

Tras esa decisión se sumaron otras medidas al servicio de los sectores más poderosos del mercado: conceder el negocio del Fútbol para Todos (a precio de súperoferta) a Canal 13, Telefé y América (tras un intenso pataleo de sus dueño, Daniel Vila y José Luis Manzano); aprobar la compra de Nextel por parte de Clarín, lo que le permite al Multimedio de Héctor Magnetto avanzar en el mercado de la telefonía móvil y así brindar así el servicio de triple play (televisión, telefonía e internet); permitir el ingreso a Telecom por parte de uno de los accionistas de Cablevisión y socios de Clarín, David Martínez, algo que incluso infringe un ítem del decreto macrista.

Visto en conjunto, se trata de un intento algo idílico de volver a una escena pre-2008, cuando el debate sobre la influencia de los grandes medios y sus agendas ocultas era todavía un ejercicio de gueto académico. De todas formas, para el Doctor en Ciencias de la Información y docente universitario, Martín Becerra, el macrismo no logrará restaurar las condiciones de regulación previas a las presidencias de Cristina Kirchner, sobre todo por los cambios tecnológicos y la aparición de nuevos intermediarios (como Whatsapp y Netflix) que molestan a los actores tradicionales.

En estos últimos 10 años, la masificación de las redes sociales también sirvió para desacralizar y borrar algunas jerarquías sociales: desanudó moños e hizo tambalear muchas coronitas. En ese aspecto, ante esa transformación más cultural que tecnológica, el macrismo tampoco podrá volver el tiempo atrás.

El cambio de estrategia, sin embargo, no se da en el vacío. No se trata de un mero trueque: antes el kirchnerismo financiaba un contradiscurso (clarinista) vía pauta, y ahora el macrismo facilita la expansión de los medios más grandes, a cambio de garantizarse un trato amable. Ese cambio de política existe, pero además se da en el marco de un salto de época integral.

El gobierno apuesta a un enfriamiento de la política, casi como la contracara de las plazas movilizadas y el tono algo altanero de los simpatizantes de Cristina Kirchner. Así, mientras los kircnheristas ven un déficit en la escuálida presencia y el escaso fervor de los actos públicos de Macri (el de discurso de asunción y el de apertura de sesiones), los macristas perciben total normalidad. La vida privada, con sus goces y bemoles más íntimos, constituye el alma de la ciudadanía a la que apunta el PRO.

Esa filosofía conjuga perfectamente con la política comunicacional por la que apuesta el gobierno, con los medios tradicionales convertidos en leones mansos y oficialistas. La desregulación, entonces, se da en un marco que excede el de los centros Clarín. Lo que tampoco significa que el macrismo vaya a tener éxito, en ninguno de los sentidos, ni el social ni el mediático. Pero al menos le da coherencia a la jugada del gobierno.

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Massa y la estrategia (por ahora exitosa) de la “ventajita”

La estrategia massista fue resumida a la perfección por el presidente Mauricio Macri. "No hablo con Sergio desde hace algunas semanas. A veces, me parece, si yo tuviera que hacerle una observación personal, que privilegia demasiado el corto plazo y su protagonismo personal en vez de pensar en la Argentina del futuro", aseguró Macri en una amistosa entrevista televisiva realizada por Luis Majul.

"Él oscila entre que se para en pensar -como tiene que pensar un hombre joven con futuro como él- en qué Argentina queremos para nuestros hijos y hay otros momentos en que lo puede la ventajita del corto plazo”, opinó.

Si se le sacara el tono moral a la afirmación de Macri, Massa bien podría coincidir en que ese efectivamente es su juego. La hoja de ruta massista consiste en alternar cercanía gestual a Macri con críticas a su política económica: en concreto, después de cerrar un acuerdo privado, hace una declaración crítica a los medios (en especial, sobre temas como la inflación o el Impuesto a las Ganancias), matiza con otro acuerdo y al rato agrega un elogio público, mientras maquina un desaire final a lo convenido.

Se trata de un intento de equilibrio que vuelve loco a los operadores macristas, el ministro del Interior Rogelio Frigerio y el presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, quienes preferirían interlocutores más dóciles y previsibles.

De hecho, el dúo Frigerio-Monzó prioriza sentarse a negociar con el Bloque de diputados Justicialistas, liderado por Diego Bossio, tal como quedó claro en el affaire del chat que se volvió viral.

Sin embargo, a pesar de que el oficialismo pueda conseguir victorias parciales prescindiendo de Massa (como el quórum de 129 diputados para sesionar y aprobar el acuerdo con los fondos buitre), lo cierto es que la debilidad parlamentaria de Macri lo obliga a no romper el diálogo con Massa. Y el líder del Frente Renovador pretende sacarle todo el provecho posible a esa situación de dependencia.

Así, a caballo de su propia audacia, Sergio Massa intenta hacerse paso entre el PRO (a su derecha) y el FpV (a su izquierda), con un juego mucho más flexible que el de ambos actores. Porque si el gobierno parece haber atado su suerte económica (y por lo tanto política) a un acuerdo con los Buitres, el kirchnerismo está cristalizado en una postura de crítica dura. Menos atado, el massismo se moverá pragmáticamente entre ambos polos.

Con esa estrategia de la tercera posición, el massismo no termina de desplazar a los dos actores más importantes (macrismo y kirchnerismo), pero tampoco desaparece ni se diluye. Massa aguanta a la sombra del poder, autopostulado como un plan B peronista, pero más pillo y eficaz que el actual presidente.

Ante esa persistencia del Frente Renovador, el peronismo no kirchnerista ni massista (encarnado principalmente por el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y el diputado Diego Bossio) queda relegado a un lejano cuarto lugar. Y lo más grave para su subsistencia: no queda claro cuál sería su electorado potencial.

La apuesta de Massa entonces es liderar a ese cuarto peronismo, una vez que las papas empiecen a quemar y ya no sea un negocio redituable mostrarse como un PJ casi mimetizado con el gobierno. Esa carambola le daría el volumen político que al armado massista todavía le falta. Por ahora, pese al pataleo macrista, a Massita no le va del todo mal con su andar minimalista: la "ventajita del corto plazo”.

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El regreso de Stiuso y otro choque contra el poder permanente

Y aunque esa no haya sido su intención inicial, el gobierno empieza a habilitar la vuelta por goteo de un grupo sospechado de realizar operaciones políticas, blindajes judiciales y pagos encubiertos. Un stato quo consolidado a lo largo de los años, y que tuvo al mítico Jaime Stiuso como uno de sus protagonistas centrales. Ahora, con ánimo revanchista hacia el kirchnerismo y cierta funcionalidad táctica para el gobierno, Stiuso regresó a la Argentina. Y de la mano de este ex Director General de Operaciones y espía desde 1972, también volvieron algunos agentes de inteligencia y operadores judiciales desplazados.

De entrada, Mauricio Macri puso a un inesperado dúo al frente de la Agencia Federal de Inteligencia (la AFI, ex SIDE). Como jefe de la AFI designó a su amigo Gustavo Arribas, cara visible de un grupo dedicado a la compra y venta de de jugadores, y a su vez sospechado de incurrir en maniobras de lavado. La segunda de la AFI es Silvia Cristina Majdalani, quien compensa el desconocimiento de Arribas sobre el mundo de la ex SIDE. Alias La Turca, la ex menemista Majdalani (fue fiadora de Carlos Menem cuando estuvo preso por sus cuentas en Suiza) tiene familiaridad directa con un sector de la vieja guardia de espías echados. En particular, con el ex número dos de la ex SIDE, Francisco “Paco” Larcher, echado por Cristina Kirchner hace poco más de un año.

Tras la designación de Arribas y Majdalani, y si bien el macrismo había prometido romper con ese pasado, la jefatura de la AFI puso como director de Finanzas al contador Juan José Gallea, un personaje muy cercano al ex subjefe de la SIDE en tiempos de la Alianza, el abogado Darío Richarte. De hecho, Gallea ocupó ese mismo cargo durante el gobierno aliancista y quedó envuelto en el escándalo de pago de coimas al Senado para aprobar la ley de flexibilización laboral.

Ahora, Gallea y Richarte juegan para un macrista en ascenso: Daniel “el Tano” Angelici, presidente de Boca y dirigente cada vez más influyente en la Justicia federal, un área que a partir de un decreto presidencial se quedó con el manejo de las pinchaduras telefónicas. A tal punto llega la sociedad con Angelici, que Richarte integra la comisión directiva de Boca. La indomable Elisa Carrió ya se quejó en público de que Angelici quiere “manejar Comodoro Py”.

La ONG La Alameda (liderada por el legislador Gustavo Vera, uno de los voceros informales del Papa Francisco) denunció a Gallea por el supuesto manejo de fondos del Estado a través de sociedades anónimas. Según La Alameda, la actual esposa de Stiuso, María Cecilia Rossero, figura como empleada de dos empresas de Gallea y Richarte. Según informó Perfil, a su vez Gallea y Darío Richarte son socios en Magnum Sabores Argentina SA.

Richarte además logró colar a un abogado de su cartera informal como nuevo titular de la Inspección General de Justicia: Sergio Brodsky, ex subsecretario de la Facultad de Derecho de la UBA durante la gestión de Richarte como vicerrector de la Universidad de Buenos Aires.

Por último, sumo un breve relato personal: el 12 de febrero pasado, por pedido del abogado de Jaime Stiuso, Santiago Blanco Bermúdez, me citaron a declarar en Comodoro Py. En resumen, el juez federal Luis Rodríguez decidió convocarme a raíz de una nota que escribí para el diario Perfil el 20 de diciembre pasado, en una vinculación bastante forzada con la causa de los Leakymails, sitio web que en el año 2011 publicó mails y correspondencia privada de funcionarios, periodistas y jueces. Mi nota refería a la inminente vuelta de Stiuso, y no tenía prácticamente punto de contacto con la investigación de Rodríguez sobre los Leakymails.

De todas formas, el abogado de Stiuso pidió que me llamaran porque, según argumentó, una de las fuentes citada en el artículo podía encerrar una supuesta “amenaza velada” para su representado. En el juzgado de Rodríguez, entonces, me solicitaron que revelara mi fuente: me negué y así quedó establecido.

El juez Rodríguez es integrante de la escudería alineada con los servicios de Inteligencia. Y la causa por la muerte del fiscal Alberto Nisman podría quedar en sus manos, una vez que sea transferida al fuero federal.

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El Papa y Macri, entre el pragmatismo, el protocolo y el enojo por Milagro Sala

Así, como si fuera un supra-peronista, el Papa engloba todas las posiciones que el PJ, desde sus diversas tribus, despliega ante el oficialismo. Y las encarna todas al mismo tiempo, en una especie de ajedrez en simultáneas. Tal como sucede ahora mismo en el universo peronista, esa postura de final abierto habilita un tironeo político sobre cuál es la creencia más genuina de Francisco o la que se terminará por imponer.

Hasta ahí llega el paralelo entre el PJ y el jefe de la Iglesia Católica. Porque si bien el propio Papa juega a la ambigüedad, con sus mensajes crípticos y sus charlas con variopintos interlocuores-operadores, lo cierto es que la detención de Milagro Sala no le cayó nada bien.

A pocas horas para que el Papa y Macri se vean las caras en el Vaticano, y ya pasados 40 días desde la detención de la líder de la Tupac Amaru en Jujuy, Francisco percibe la decisión político-judicial de mantenerla presa como una agresión directa al mundo de las organizaciones sociales.

Desde los tiempos en los que Macri era alcalde y Jorge Bergoglio arzobispo porteño, el vínculo fue zigzagueante y nunca terminó de encauzarse. Francisco evitó llamarlo cuando ganó y asumió la presidencia; y la detención de Milagro Sala vino a aumentar las sospechas papales sobre el perfil “poco social” del Gobierno.

“Si el Gobierno quiere tener una relación fecunda con Francisco, debería pensar en canales y medidas que excedan lo eclesiástico formal. El ama la estructura de la Iglesia, pero sabe que el mundo no se acaba ahí”, confió uno de los representantes informales del Papa, que incluso tiene cargo en una organización global a pedido de Francisco.

Desde la mirada PRO, una visión mucho más pragmática que épica, la relación con el Papa cuenta exclusivamente por lo que vale. Y en realidad esa ecuación se aplica para todos sus vínculos políticos: en su marcha a prueba y error, en su política de alianzas y afinidades, el macrismo habla el idioma de la racionalidad dineraria. Paga por lo que las cosas valen, y ni un centavo más. Así, mientras el papa no se vuelva un lobista en contra de los intereses del gobierno (algo que no sucederá), el gobierno no se desvivirá por mejorar el vínculo.

Una dinámica muy diferente a la relación de menor a mayor que, una vez que Jorge Bergoglio se transformó en Francisco, buscó construir Cristina Kirchner con el jefe de la Iglesia.

“Hay una confusión enorme con Francisco, que es argentino, pero ahora es jefe de Estado. Las relaciones pasan a ser muy formales”, blanqueó la canciller Susana Malcorra, tras una danza de desencuentros entre Macri y el papa. Por caso, la trunca mediación papal (¿por desaire PRO?) para que se hiciera el acto de asunción y el pase de mando entre Macri y Cristina.

Más brutal, Jaime Durán Barba afirmó en noviembre pasado: "Lo que diga un Papa no cambia el voto ni de diez personas, aunque sea argentino o sueco".

Se trató de una actualización macrista de una frase de José Stalin. En la conferencia de Yalta de 1945, en medio de las negociaciones de paz de postguerra, Winston Churchill le preguntó si no sería conveniente invitar al Papa. Y Stalin respondió: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”.

Al día siguiente de la provocación de su asesor, Macri se vio casi obligado a despegarse de ese ninguneo al Papa. Pero se limitó a hacerlo vía un escueto tuit: ni llamado de disculpas, ni carta manuscrita. Conceptualmente, le dio la razón a su gurú (y un poco a Stalin).

El macrismo a su vez entiende que si bien no hay feeling con el papa, sí hay afinidad política con el resto del mundo (bastante conservador) del Vaticano. Mucho más que la que existía con el kirchnerismo. En concreto, al gobierno no le preocupa que el trato se ciña a lo institucional. Así visto por el macrismo, que Francisco quede asociado a Milagro Sala, una figura demonizada dentro de la clase media y más allá, bien podría resultar un beneficio indirecto de esa frialdad.

El encuentro a solas de Francisco y Macri se extenderá por el tiempo que disponga el Papa. Los temas a tratar en la reunión privada son por ahora un misterio. Pero aunque se hable sobre Milagro Sala (algo no muy probable), el pragmatismo macrista no se alterará.

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Oposición: tres peronismos en pugna

Después de la derrota por penales contra el macrismo, todos los ninguneados del PJ creyeron que llegaba la hora de la reivindicación. El ascenso de Mauricio Macri marcaba el momento de la normalización del peronismo, tras una intervención kirchnerista que se había estirado por demasiado tiempo.

Así, la contracara optimista de la derrota electoral era que se acababa el disciplinamiento estatal desde arriba hacia abajo y por orden de la jefa. Según esa mirada, el cristinismo se convertiría casi naturalmente en un progresismo apenas ampliado, un partido más orientado a la nostalgia que a la ambición de poder a futuro.

Ese riesgo, de todas formas, todavía está latente. La posibilidad de limitarse a un papel testimonial se manifiesta en ese discurso kirchnerista que por momentos es demasiado folclórico, demasiado pasado de rosca y enguetado.

Ya lejos de facilidades materiales del Estado, la sobrevida que encontró el cristinismo se basa en un dato hoy constatado por las encuestas: a lo largo de su tránsito por el poder, el kirchnerismo se convirtió en un hecho cultural. Pese a sus problemas comunicacionales y sus dificultadas para renovar su staff de líderes, ese es su principal capital político. Y a su vez es su mayor garantía para mantener protagonismo en el paisaje político.

Así lo marca un interesantísimo sondeo nacional hecho por la consultora Ibarómetro. Según la investigación realizada los días 10, 11 y 12 de febrero sobre una base de 1.200 casos, un 32% de la sociedad se siente cercano al PRO, y un 27,6% se ubica dentro del Frente para la Victoria. En tercer puesto, un 13,1% de la población siente afinidad por el Frente Renovador de Sergio Massa, bastante lejos del 4,8% radical, el 3% peronista no K y el 1,4% de la Coalición Cívica de Elisa Carrió.

En la misma línea, la encuesta de la consultora dirigida por Ignacio Ramírez muestra que Cristina Fernández de Kirchner es vista como la principal referente del espacio opositor por el 44,4% de los consultados, seguida por Sergio Massa con el 20,8%. Más abajo aparecen Daniel Scioli con el 9,0%; Juan Manuel Urtubey con el 2,2%; Margarita Stolbizer con el 2,1% y Juan Manuel De la Sota con el 1,7%.

Macrismo y kirchnerismo, entonces, se consolidan como lenguajes políticos antagónicos y bien contemporáneos. Así, si la vuelta de la democracia asentó un sistema bipartidista PJ-UCR, y la crisis del 2001 derivó en unos 15 años de hegemonía peronista, el nuevo panorama sugiere que hay dos camisetas predominantes: la macrista y la kirchnerista. Pero lejos del bipartidismo cerrado de los ochenta y noventa, cada una de estas dos identidades representa sólo a un tercio de la sociedad.

El tercio restante se muestra más astillado, con excepción del perseverante núcleo massista. A caballo de su propia audacia, Sergio Massa intenta hacerse paso en esta Argentina polarizada. Y no le va del todo mal: en las elecciones presidenciales consiguió retener los votos de su contrincante de la interna, José Manuel de la Sota, y quedó tercero con un 21%. Y desde ese momento ensaya un equilibrio delicado entre cercanía gestual a Macri y críticas a su política económica.

Con esa estrategia de la tercera posición, el massismo no termina de desplazar a los dos actores más importantes (macrismo y kirchnerismo), pero tampoco desaparece ni se diluye. Massa aguanta a la sombra del poder, autopostulado como un plan B peronista, pero más pillo y eficaz que el actual presidente.

Ante esa persistencia del Frente Renovador, el peronismo no kirchnerista ni massista (encarnado principalmente por el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y el diputado Diego Bossio) queda relegado a un lejano cuarto lugar. Y lo más grave para su subsistencia: no queda claro cuál sería su electorado potencial.

Por fuera del reunionismo, la conspiración y las operaciones mediáticas, hay un punto en el que a la oferta política también la determina la demanda. En esa instancia, cuando la política se vuelve una disputa casi física por los espacios de representación, esa tercera versión del PJ no parece encontrar la clientela que le permita pegar saltar hacia la emancipación.

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La suerte de Macri definirá la interna del PJ

Porque más allá de la rosca, el protocolo y el estado deliberativo en que acaba de entrar el Consejo Nacional Justicialista, escenificado en su sede de la calle Matheu, será Macri y la suerte de su gobierno los que definan el sentido político-ideológico que adoptará el peronismo. Y ese desenlace, que todavía está un poco lejos de conocerse, terminará por acomodar las fichas del nuevo escenario político.

Mientras tanto, el peronismo hace tiempo en una especie de empate técnico entre sus principales boxeadores. Un conteo de porotos, en el que cada bando blufeará sobre sus pertenencias y posibilidades. Así, en contra de sus impulsos más belicosos, y muy a pesar de las ganas mutuas de pasarse facturas acumuladas, tanto la vanguardia camporista, como el ala Macri-friendly del PJ (encarnado por su esperanza blanca, el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey), parecen coincidir en que, por ahora, el que se apura pierde. Desde esa percepción, se vienen rounds de tanteo mutuo, más que de salir a buscar desesperadamente el knock out a manotazos.

Así, si bien Urtubey fue el primero en postularse y salir a jubilar a Cristina Kirchner, enseguida dio marcha atrás y propuso al diputado y ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja. Sin demasiadas ambiciones personales a futuro, la postulación de Gioja podría funcionar como una carambola: ser una prenda de cierta paz y unidad, y a la vez patear hacia adelante la resolución más concreta sobre el destino ideológico y operativo del peronismo.

Otro peronista sub-45 con ambiciones espartanas, Sergio Massa, también reculó después de que su aliado táctico, el presidente Macri, lo candidateara a destiempo para presidir el PJ. En su lugar, empujó al incombustible (aunque no muy interesado en comerse el desgaste de asumir ese puesto) José Manuel de la Sota.

En el rincón kirchnerista, los aspirantes preferidos (no ideales, pero sí posibles) son el ex jefe de Gabinete Jorge Capitanich y Daniel Scioli, quien consiguió definitivamente el sello de calidad cristinista en la campaña para el balotaje. Desde ese momento hasta la noche de la derrota digna ante Macri, Scioli cambió su estatus ante los ojos siempre desconfiados de las bases y la dirigencia cristinista. Desde entonces, el ex gobernador sigue de campaña, en una construcción política itinerante con base en el conurbano bonaerense.

El principal capital cristinista en esta pulseada, una pulseada mucho más amable que el promedio peronista sobre resolución de conflictos internos, sin embargo excede la rosca de los nombres propios. Porque si hay algo que mantiene con vida al cristinismo como variante peronista con chances de conducir el PJ, y desde ahí meterse en la discusión por el poder estatal en la Argentina, es la demanda de representación que todavía elige a Cristina Kirchner. Se trata de un sector de la población que elige a Cristina y a lo que ella expresa, en medio de una evidente crisis de liderazgos capaces de reemplazarla en lo político y lo electoral.

Sin el cristinismo como opción, esa demanda representación se queda huérfana. Y si bien es una porción social difícil de medir en cantidad, a la vez es imposible de negar. Por eso el sector más acuerdista del PJ, todavía resentido con el camporismo, con cierto ninguneo de la ex presidenta y con el recambio generacional inducido a la fuerza, no declara una guerra interna más abiertamente. Al momento, el máximo quiebre se dio en la Cámara de Diputados, con el alejamiento de 12 diputados conducidos por Diego Bossio. ¿Punta del iceberg, muestra de audacia individual o movida demasiado apurada? Se verá, sobre todo a la luz de cómo se encamina la interna.

El capital político algo inorgánico del cristinismo no se mantendrá para siempre, a pesar de las entusiastas plazas de la resistencia y la retórica sobre los empoderados. Sin articulaciones concretas con actores sindicales, territoriales y provinciales, el riesgo será diluirse hasta convertirse en una fuerza testimonial.

El macrismo, por su parte, ya se dio una política para relacionarse con el PJ: levantar la figura de Sergio Massa para fracturar al PJ, y apostar al intercambio de favores con gobernadores y senadores peronistas que facilite la gobernabilidad. Dividir y comprar. Hacia la dirigencia sindical, el gobierno optó por una estrategia parecida: priorizar a Hugo Moyano como interlocutor, y al mismo tiempo habilitar la caja de las obras sociales, a cambio de la paz social.

Claro que el manejo de un país no se agota en una serie de acuerdos super-estructurales. Y menos en un país con un prontuario social revoltoso, y mucho menos en la Argentina versión 2016, que hereda un alto piso de demandas y expectativas de consumo. La suerte del macrismo determinará, sobre todo a partir de marzo, el sentido más profundo y definitivo de la interna peronista.

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A un año de la muerte de Nisman, la vieja guardia de la ex SIDE quiere volver

Si bien todavía sigue siendo un relato demasiado caliente y manipulado, demasiado cruzado por las grietas y las emociones políticas, un relato que incluso fue determinante en el resultado de las elecciones presidenciales, la muerte de Nisman excedió largamente la trama policial y marcó otro momento de fricción histórica entre el poder contingente y el poder permanente.

Así como la caída del alfonsinismo evidenció la eficacia que podía tener el lobby de los grupos económicos, y así como el kirchnerismo sacó a la luz el rol clave de los medios de comunicación, la muerte del fiscal de la UFI-AMIA graficó la importancia y enorme autonomía que habían ganado los espías en los últimos 30 años. Los gastos reservados, vínculos con la justicia federal, dirigentes políticos y periodistas de la tele fueron los recursos que engordaron a ese actor no sometido al voto.

Ahora, a más de un año de la muerte de Nisman, ocurrida en un contexto de pulseada descarnada entre el gobierno de Cristina Kirchner y la conducción de la ex SIDE, la vieja guardia de los espías amaga con volver a tallar sobre la política, en una especie de sociedad de intereses con el macrismo.

Macri puso a un inesperado dúo al frente de la Agencia Federal de Inteligencia (la AFI, ex SIDE). Como jefe de la AFI designó a su amigo Gustavo Arribas, cara visible de un grupo dedicado a la compra y venta de de jugadores, y a su vez sospechado de incurrir en maniobras de lavado. La segunda de la AFI es Silvia Cristina Majdalani, quien compensa el desconocimiento absoluto de Arribas sobre el mundo de la ex SIDE. Alias La Turca, la ex menemista Majdalani (fue fiadora de Carlos Menem cuando estuvo preso por sus cuentas en Suiza) tiene familiaridad directa con un sector de la vieja guardia de espías echados. En particular, con el ex número dos de la ex SIDE, Francisco “Paco” Larcher, echado por Cristina Kirchner hace poco más de un año.

Tras la designación de Arribas y Majdalani, y a más de 40 días de la asunción macrista, continúa la vuelta por goteo de los espías y operadores judiciales desplazados. Y si bien el macrismo había prometido romper con ese pasado, la nueva jefatura de la AFI puso como director de Finanzas al contador Juan José Galea, un personaje muy cercano al ex subjefe de la SIDE en tiempos de la Alianza, el abogado Darío Richarte. De hecho, Galea ocupó ese mismo cargo durante el gobierno aliancista y quedó envuelto en el escándalo de pago de coimas al Senado para aprobar la ley de flexibilización laboral.

Ahora, Galea y Richarte juegan para un macrista en ascenso: Daniel “el Tano” Angelici, presidente de Boca y dirigente cada vez más influyente en la Justicia federal. A tal punto llega la sociedad con Angelici, que Richarte integra la comisión directiva de Boca. La indomable Elisa Carrió ya se quejó en público de que Angelici quiere “manejar Comodoro Py”.

A partir de la designación de Galea en la AFI, el Tano empieza a tallar en el submundo de la Inteligencia, un área que en breve volverá a manejar las escuchas telefónicas, bajo el supuesto control de la Corte Suprema de Justicia.

Richarte además logró colar a un abogado de su cartera informal como nuevo titular de la Inspección General de Justicia: Sergio Brodsky, ex subsecretario de la Facultad de Derecho de la UBA durante la gestión de Richarte como vicerrector de la Universidad de Buenos Aires La IGJ depende del Ministerio de Justicia y su función de “registrar y fiscalizar a las sociedades comerciales, sociedades extranjeras, asociaciones civiles y fundaciones”.

En 2001, con el gobierno de la Alianza, Brodsky además fue Director de la llamada Oficina de Transparencia Sindical, dentro del ministerio de Trabajo, por entonces a cargo de Patricia Bullrich.

De fondo, todas estas designaciones sugieren la vuelta al stato quo en la ex SIDE, incluida la inminente vuelta a la Argentina del mítico Jaime Stiuso, ex Director General de Operaciones, espía desde 1972, con contactos fluidos con la CIA y principal fuente de información de Nisman.

Para fines de febrero se espera el testimonio de Stiuso en la causa por la muerte de Nisman. ¿Se pondrá entonces en contacto con representantes del gobierno? ¿Volverá con ánimo revanchista ante el gobierno kirchnerista que lo echó? Se verá.

Mientras tanto, el gobernador jujeño Gerardo Morales confirmó que “tenía datos de inteligencia” (es decir, de la AFI) sobre un supuesto reclamo que iba a realizar la líder de la Tupac Amaru todavía detenida, Milagro Sala, hace unas semanas. La frase de Morales revela que AFI habría hecho inteligencia sobre los últimos movimientos de Milagro Sala, una tarea muy lejana a la de su función formal: la de producir información sobre delitos complejos, como el terrorismo, la trata y el narcotráfico.

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FpV, entre el pragmatismo y el folclore

Ante el reordenamiento obligado del peronismo en su nuevo rol de oposición, existen dos alternativas de trazo grueso. En sus extremos, las opciones son acompañar culposamente a un PJ más acuerdista y pragmático, o alimentar el ala que promueve un movimiento interno autoindulgente y de tono semi-folclórico.

Reaparecen así los viejos dilemas sobre la identidad del kirchnerismo, pero esta vez en un escenario de escasez: después de una doble derrota inesperada (Nación y Provincia), y ya sin las facilidades estatales que, por momentos, volvían algo retórica la discusión sobre qué era o pretendía ser el kirchnerismo. Mientras se mantenía bajo control la botonera del Estado (un aparato tremendamente ensanchado por las políticas del kirchnerismo), esos debates parecían un hobby intelectual, antes que una necesidad orientada en un sentido práctico.

Ahora, ya lejos de esa abundancia, los rumbos posibles determinarán el alcance de la supervivencia política. Y a su vez revelarán cuáles son las perspectivas reales de que se cumpla el himno-consuelo que se cantó en los pasillos del Gran Rex, durante el último recital de Fito Paez: ese que promete que “ohhh, vamos a volver, a volver, a volver, vamos a volver”.

Además de evidenciar una fractura, la votación del presupuesto bonaerense demostró que no será nada fácil calibrar los momentos del diálogo con el macrismo. Sobre todo, al lado de un sector peronista con menos pruritos a la hora de sentarse a negociar (y casi siempre llegar a un acuerdo) con los gobiernos de la nación y la provincia. El macrismo tratará lógicamente de profundizar esas divisiones, con el objetivo de debilitar a la oposición: meter una subgrieta (massista) dentro de la grieta, junto a otras varias minigrietas, a partir de las necesidades de recursos que tienen los intendentes.

En la otra punta del maquiavelismo extremo, hay otra imagen estereotipada: la de un cristinismo convertido en una especie de movimiento folk. Un Woodstock ideológico, un poco sectario e inorgánico, que se auto-ceba con el aguante incondicional que le da su núcleo duro. Encarnar ese reverso “por abajo” del pragmatismo de palacio, encierra un riesgo para el cristinismo: diluirse y perder buena parte de su vocación de poder.

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Guiños clarinistas de la jueza de San Isidro y ex de Nisman

En un mismo día Arroyo Salgado, quien se convirtió en una defensora acérrima de la figura del fiscal fallecido Alberto Nisman, benefició a la dueña del Grupo Clarín y a un grupo de periodistas ligados a la ex SIDE.

En 2011, luego de diez años de dilaciones, Felipe y Marcela Noble Herrera aceptaron realizarse los estudios de ADN para comprobar si eran hijos de desaparecidos. El cotejo con el Banco Nacional de Datos Genéticos dio negativo.En tanto, respecto a la causa por la adopción irregular de Felipe y Marcela Noble Herrera, de quienes se sospechaba eran hijos de desaparecidos durante la dictadura, la magistrada federal remarcó que el estudio deADN realizado a ambos y comparado con las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos dio negativo.

En 2011, luego de diez años de dilaciones, Felipe y Marcela Noble Herrera aceptaron de golpe realizarse los estudios de ADN para comprobar si eran hijos de desaparecidos.

El cotejo con el Banco Nacional de Datos Genéticos dio negativo. En tanto, respecto a la causa por la adopción irregular de Felipe y Marcela Noble Herrera, de quienes se sospechaba eran hijos de desaparecidos durante la dictadura, la magistrada federal remarcó que el estudio de ADN realizado a ambos y comparado con las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos dio negativo. Sin embargo, la apropiación sí fue irregular y nunca quedó del todo clara.

En septiembre de 2012, la jueza Sandra Arroyo Salgado procesó a Juan Bautista “Tata” Yofre, titular de la SIDE en el menemismo, dos ex agentes de Inteligencia y el director del portal Seprin, Héctor Alderete, por ser parte de una “compleja organización clandestina de espionaje” que hackeó cientos de correos electrónicos de los más altos funcionarios de Gobierno. A los periodistas Carlos Pagni, de La Nación; Edgar Mainhard, director del portal Urgente 24, y Roberto García los procesó por encubrimiento, ya que habían usufructuado los datos obtenidos de forma ilegal.

Pero el 30 de diciembre último –el fallo se conoció ayer– la magistrada decidió anular y cerrar la investigación con el argumento de que el expediente se originó con información a la que la ex SIDE llegó de forma irregular. Es decir que, luego de diez años de investigación, se anotició de que la causa nunca debió haber sido abierta. La medida es más llamativa aún si se tiene en cuenta que la jueza no tenía en su poder el expediente, ya que éste estaba en la Cámara de Casación, que debía resolver antes del 10 de febrero si confirmaba los procesamientos. Y mientras un tribunal superior tiene una causa en revisión, los jueces inferiores no pueden tomar este tipo de decisiones.

“Dispondré la nulidad de carácter absoluto de la nota remitida por el entonces secretario de Inteligencia Héctor Icazuriaga por violación de las garantías constitucionales del debido proceso y la defensa en juicio y de todo lo actuado a consecuencia de aquella, disponiendo el sobreseimiento de todos los sujetos traídos a proceso”, dijo la magistrada en alusión a la notificación a partir de la que se abrió el expediente, que consideró “viciado desde su origen”.

Arroyo dijo en su último fallo que la información que sirvió para iniciar la investigación por espionaje fue obtenida por dos “agentes infiltrados” que no tenían autorización para actuar como tales. Ese supuesto hecho, de todas formas, figuraba en la foja 1 de la causa.

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Prófugos: ahora Ritondo se arrepiente de haber dicho que estaban cercados

El ministro de María Eugenia Vidal alterna posturas y estrategias, en el primer gran test de su gestión bonaerense, ante un caso que pone a prueba a todo Cambiemos.

Cristian Ritondo aseguró que "sectores de la Policía Bonaerense son cómplices" de los fugados. Y aseveró sobre el publicitado cercamiento a los tres prófugos que "quizás fue un error mio" haber mencionado eso, a medida de que recibía información de los policías bonaerenses.

“Yo fui transmitiendo lo que me iban pasando los policías, quizás fue un error mío transmitir que los estábamos a punto de agarrar”, aceptó el funcionario, en una especie de autocrítica calculada.

Por su parte, el gobierno bonaerense removió este domingo la cúpula de la Delegación Departamental de Investigaciones de Quilmes y puso en funciones al comisario mayor Daniel Cantarini, tras "fallas" en los operativos realizados para dar con los prófugos condenados por el triple crimen de General Rodríguez.

En los movimientos fue desplazado el titular de la DDI Marcelo Di Rosa, y apartado el jefe de Investigaciones bonaerense, Néstor Larrauri, quien había sido designado por Ritondo el 11 de diciembre pasado. La provincia resolvió disuolver la policía departamental y en su lugar operarán las de Lanús y Lomas de Zamora.

La decisión fue tomada por Ritondo después de que se hayan cometido "fallas en los procedimientos" para encontrar a los tres prófugos Víctor Schillaci y los hermanos Martín y Cristian Lanatta, que se escaparon hace 8 días de la cárcel de General Alvear.

A su vez, Ritondo no evita polemizar con Aníbal Fernández, suerte de némesis de Vidal y chivo expiatorio favorito de Cambiemos.

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