Elogio a la Comunidad Universitaria.
“Animar al talento y desterrar la imprudencia”
Por Joshua Lentulus Aivazian.
“No la vemos”, es el argumento que ha circulando por las redes sociales con el que se ha decidido aceptar los recortes ministeriales y de la educación pública, que, con un gesto de indiferencia humana, se justifica con la apelación de una evidente necesidad económica para salvarnos de la crisis, la tuya y la mía, pero ¿de todos por igual?.
Hay cosas que no son vistas por estar fugitivas de nuestros sentidos, y también las hay que sacrificando nuestros sentidos no la vemos por orgullo unos y desconfianza, otros. El primer sentido fundamental que se pierde es el de la humanidad, por el que se resuelve buscar lo necesario sobre lo urgente, para resolver la armonía de las voluntades talentosas, porque dicho sentido entiende que no importa las riquezas naturales, los hidrocarburos, el litio o los dólares, si no se invierte en lo mejor de nosotros, el talento y laboriosidad del pueblo, la felicidad será postergada, la competencia laboral excluyente y la vida miserable.
La crisis que todos atravesamos, y desde hace bastante tiempo, es el de las soluciones concretas, en las que los servidores públicos se comprometan y la sociedad pueda exigirles. La experiencia de la pandemia de covid marcó el inicio de la actual crisis con el auge de grupos reaccionarios y que por desconfianza hacia las instituciones de gobierno, denostaron cualquier tipo de autoridad proveniente del ejercicio de algún conocimiento. Esto tuvo sus inicios contra la autoridad de los economistas, quienes realizaban pronósticos más cercanos a la astrología que al pensamiento científico, luego con el de los politólogos, imitando el criterio de la infalibilidad estadística de los economistas, para clasificar en porcentajes los ánimos, deseos y frustraciones de la sociedad, y con la pandemia, el de médicos e investigadores, quienes apelando a métodos estadísticos de los que la sociedad no poseían conocimiento alguno, hacía que se limitasen a la expectativa de los resultados pronosticados, casi siempre defraudados.
No existen buenas intenciones que justifiquen la imprudencia de no ocuparse la institución universitaria de forjar la cultura del conocimiento que nos merecemos para afrontar con seguridad la administración de las necesidades ante las crisis, por lo que con esta experiencia latente, es menester no extender esta imprudencia a toda la sociedad, en lo que significa desistir de los conocimientos científicos y académicos para hacer realidad la comunicación efectiva de las soluciones que demandan la actual crisis de cada una de las comunidades, barriales, universitarias, laborales, empresariales y estatales.
Organizar el conocimiento significa dotarlo de un sentido común y no de una meta al que solo llegan los privilegiados. Un sentido que oriente hacia la base en la que todos nos encontramos por igual y de la que todos por igual podemos caernos, nuestro pueblo, nuestra patria.
No desistamos de invertir en el talento de quienes guiados por su vocación entienden que el propio valor humano se dignifica en el mejoramiento de su profesión puesto al servicio de la comunidad. Pregúntese dónde ha estudiado cada uno de aquellos profesionales a los que asiste para resolver un problema o impulsar un emprendimiento, y encontrará que en lugar de invertir en criptos o irse del país, decidieron invertir en su vocación, ser feliz, y en consecuencia, ofrecer soluciones a la demanda de la comunidad. Los orgullosos dirán que aquel estudiante “no vio” la oportunidad de partir a Europa o los Estados Unidos, o elegir una carrera que le de ingresos inmediatos, mientras quienes poseen el beneficio de la duda se preguntan, ¿de qué me sirve el dinero si no hay investigadores, técnicos, científicos, médicos, arquitectos o diseñadores disponibles para darle al valor del dinero, la digna prosperidad de nuestro pueblo?.
La comunidad universitaria ha de ser respetada por aquellos futuros egresados que “la ven” más allá del inmediato oportunismo especulador de los tiempos de crisis, convirtiéndose en el sostén del orden social y la base para su progreso.